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Las seños de la guardería nos ponen cada día en la aplicación del teléfono móvil un folio escrito a mano que con solo verlo ya es amorLa seño del cole de V ha puesto en marcha un sistema en línea para que descarguemos las fichas y sigamos trabajando las cuentas, la escritura y todo lo que podamos. Las seños de la guardería de M nos ponen cada día en la aplicación ... del teléfono móvil un folio escrito a mano que sólo con verlo ya es amor. Ahí explican las pautas que podemos seguir al día siguiente, desde la mañana hasta casi la merienda y más allá. Claro que en esta primera semana de cuarentena los mayores progresos de V se han dado en el manejo del mando a distancia de la televisión y M ya puede echar los papeles para hacer las prácticas de verano en alguna escuela de escalada.
M dice 'Hola' a grito pelado mientras mueve la mano a un lado y a otro, sonríe a pecho descubierto y corre hacia ti como si llevara días sin verte. También ha aprendido a decir 'kiwi', 'adiós' y 'bebe' (así llama a su hermana), ha perfeccionado el virtuosismo de barítono de su '¡Oh, no!' cada vez que hace una trastada y ha pillado bastante rápido la diferencia de escala entre 'no' y 'yastá'. V se levanta un poco más tarde que antes de todo esto, la verdad, y le sigue costando el desayuno hasta que no ha pasado un buen rato después de despertarse. Trajo bien aprendido del cole la mejor manera de lavarse las manos, aunque aquí ya estábamos bastante entrenados en eso de enjabonarnos a cada rato, porque su madre no puede comer gluten. Lo tiene han asumido, que hace más de un año, después de que le pidiéramos que trajera algo de la cocina, V respondió con las manos en alto y a voz en cuello: "¡Es que tengo 'guten'!".
Ahora tiene un reguero de días iguales a los que les va buscando el aliciente. Unas mañanas practicamos las palabras. Las escribo en una pizarra blanca de rotuladores, ella las mira fijamente y dice muy seria 'Ya'. Entonces yo la borro y ella la repite en el cuaderno de propaganda que hemos estrenado para la ocasión. Otras mañanas hacemos atadillos como nos enseñó su seño, de diez en diez. Atadillos de lápices, de rotuladores, de lo que se tercie, amarrados en gomillas marrones, para practicar el conteo del uno al diez y después las decenas. Unos días lo hace vestida de Ana y otros, de Elsa, dependiendo del personaje de 'Frozen' que más le apetezca, aunque justo la película que vino del frío no le tienta demasiado en las prácticas con el mando a distancia de la tele.
En realidad el vicio de V es mandar una ristra de emoticonos por WhatsApp a distintos familiares, incluso a la madre cuando está en el estudio dando clases a distancia. También se ha soltado con las notas de audio, un regalo inesperado cuando cambia el turno de guardia en la zona de teletrabajo y de repente suena la notificación entre el repiqueteo del teclado del ordenador. Entonces suena la voz de V, apenas un susurro: 'Papi, te quiero mucho. Un beso. Mua'. M prefiere verse en los selfis y en las vídeo llamadas que todas las noches hacemos con los abuelos. Y al colgar siempre pienso lo mismo: cómo sería todo eso si la primera diana del virus, en lugar de apuntar a nuestros padres, se hubiera dirigido hacia nuestros hijos.
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