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Putin no aparece. Ni las bombas ni la guerra de Ucrania. Pero viendo las fotos es imposible no pensar en la actualidad. En esa Rusia reservada y megalomana, solitaria y dura que se asoma en las imágenes de los fotoperiodistas Elena Anosova y Javier Arboledas, ... que protagonizan una exposición de 'Miradas cruzadas' inaugurada este jueves en el Museo Ruso. La primera retrata una inhóspita región de Siberia en la que la naturaleza salvaje se mezcla con la poesía, mientras que el segundo atrapa una de esas ciudades secretas surgidas durante la guerra fría y que hoy forma parte de los restos del naufragio del régimen soviético. Entre ambas existe 4.600 kilómetros de distancia que separan el urbanismo utópico del paisaje rural más extremo, pero paradójicamente ambas colecciones de fotos coinciden en mostrar el aislamiento del gigante europeo.
El trabajo de Elena Anosova (Siberia, Rusia, 1983) tiene raíces familiares ya que la autora galardonada con el segundo premio World Press Photo 2017 refleja la comunidad tungus a la que pertenece, que habita el lago de Baikal, una remota región en la que a luz solo llega por las mañanas por un generador diesel y a la que solo se puede acceder en helicóptero durante un par de meses año. Un escenario radical, hostil y salvaje en el que llama la atención la delicadeza de la escritura visual de la autora para fotografíar «el fin del mundo», como ha avanzado el director del Museo Ruso, José María Luna, que ha estado acompañado en la presentación de la directora de Cultura, Susana Martín.
«Elena es un artista inclasificable, una investigadora que añade a su mirada documental una pátina de ternura, una atmósfera casi poética que contrasta con una dura y crudísima realidad», ha señalado Emilio Navarro de Mendiuña, comisario y representante de la fotógrafa, que exhibe esa poderosa dualidad en imágenes habitadas por niños que sonríen dentro de pieles de animales, retratos de curtidos y duros cazadores que parecen Santa Claus con la cara cubierta de nieve o una cabeza de animal cortada que descansa sobre una mesa con un mantel de flores rosa del mismo tono que la carne fresca.
«Es curioso como este mundo rural e inhóspito de Elena Anosova tiene en común ese aislamiento con un espacio tan diferente como la ciudad secreta que surge de lo político y que muestran mis fotografías», ha destacado el artista andaluz Javier Arboledas (Sabiote, Jaén, 1974), cuyo acercamiento a Rusia y a la ciudad inventada de la nada de Sosnovy Bor fue por enamoramiento. De este rincón satélite de la antigua Leningrado es la pareja del fotógrafo, que a lo largo de diez años de visitas acompañadas ha ido construyendo su colección 'Ciudad secreta', galardonada en el Certamen Nacional para la Nueva Creación Fotográfica Expositivos 22.
Javier Arboledas
Fotógrafo
«Mi proyecto nace de un sentimiento personal y reflexiona sobre la relación entre la utopía y la historia a través del territorio y su memoria», ha explicado Arboledas, que ha añadido que Sosnovy Bor fue concebida como una 'obyekt' (ciudad cerrada de carácter secreto), que fue fundada a finales de los 50 años como apoyo urbanístico a proyectos de la energía atómica y modelo para el resto de la Unión Soviética. De esta forma, aquella huella está presente en los retratos de obreros, militares, abuelos con bebés y niños abrigados, mientras el urbanismo muestra que nada escapaba al diseño de un sentimiento común y patriótico: hasta los columpios con forma de cohete apuntan al mismo mensaje político.
«Las imágenes evidencian cómo el poder usaba la simbología y el lenguaje estético para idealizar el sistema aumentando el sentimiento, la ilusión, la esperanza y el deber», ha señalado el autor que, tras ver sus imágenes frente a las de Anesova, sus niños urbanos frente a la infancia rural de la autora, ha destacado la «interrelación» de ambas propuestas que, «partiendo de una persona que pertenece al Estado Ruso y, en mi caso, de un occidenal que se acerca a ese mundo, genera un diálogo bastante peculiar» en el que cobra especial fuerza el contraste entre la domesticación del urbanismo y el salvajismo de lo rural. El autor se ha despedido con un deseo, volviendo la mirada desde las fotografías a nuestro presente: «Ojalá mi proyecto pueda servir como un granito para reivindicar la cultura rusa y rescatarla de la sinrazón».
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