Agustín Martínez
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Agustín Martínez
Nada ni nadie es lo que parece en El esplendor (Planeta), la nueva novela de Agustín Martínez (Lorca, Murcia, 1976). Guionista, narrador y miembro del trío Carmen Mola, mezcla thriller e historia para desenterrar un desconocido infierno nazi. A través de una pareja de jóvenes que busca fortuna en un paraíso fiscal, desvela el horror de la «isla de Hitler», Alderney, una roca de apenas cinco kilómetros de largo y dos y medio de ancho, donde las SS plantaron cuatro campos de concentración y masacraron a miles de prisioneros ante la pasividad aliada. «Nadie sabe cuántos españoles fueron asesinados aquí entre 1941 y 1945», explica el autor mientras recorre el bello y macabro paisaje de la isla que quiso ser el «Gibraltar nazi», sembrada de búnkeres y defensas de hormigón del Muro Atlántico, alzadas por trabajadores esclavos de 27 nacionalidades.
–Es su tercera novela en solitario, ¿con mucha historia sin ser histórica?
—Hay un trasfondo histórico desconocido y muy doloroso, pero es un thriller contemporáneo sobre una pareja de jóvenes buscavidas.
–Viajan a un paraíso fiscal y descubren un pasado tenebroso, un infierno nazi.
—Como espectador y lector me gustan las películas y las novelas con efecto bola de nieve: parten de algo pequeño, crecen y se complican con muchos elementos. La historia empieza en Madrid con César y Rebeca, jóvenes que deberán viajar a una isla remota del Canal de la Mancha. Allí entran en contacto con el enterrado pasado nazi de Alderney y con unos personajes muy turbios. Son unos ingenuos y ambiciosos buscavidas que no vienen de ningún sitio. Quieren colarse en la gran fiesta de los poderosos, en la élite del dinero, y acaban quemándose, como Ícaros modernos, aplastados por el peso del pasado.
–Como ellos, usted se topó con la terrible realidad de Alderney investigando otras cosas.
—Armar una novela es como resolver un puzle. Partí de un punto sencillo: una cazadora de herencias de personas fallecidas sin testar acaba en un paraíso fiscal en busca de un trust. Eso me llevó a Alderney, la isla más pequeña del Canal, pegada a Francia, con una historia de sufrimiento brutal. Inglaterra renunció a ella y los nazis la invadieron. De 1940 a 1945 fue un campo de concentración para franceses, rusos y muchos republicanos españoles. Algunos no sabían ni dónde estaban.
–¿Cuántos españoles fueron asesinados o murieron en ese infierno nazi?
—Nadie lo sabe. Hay poca documentación y mucha información contradictoria. Cuando el ejército británico llegó tras la guerra, elaboró un informe que no se conoció hasta finales de los 80. Nadie supo muy bien qué pasó. Se hablaba de 400 muertos, pero los testimonios de prisioneros y algunos libros de los escasos supervivientes demuestran que esa cifra es imposible. Hay quienes hablan de entre 5,000 y 20,000 asesinados. Otras estimaciones llegan a los 40,000 muertos.
–Sabemos mucho de Auschwitz, Mauthausen o Buchenwald, pero casi nada de campos de la muerte como Lager-Sylt en Alderney.
—Es un pasado vergonzoso y humillante que nadie quiere reconocer. La cesión británica a la Alemania nazi fue aberrante y se quiere borrar. Apenas se ha publicado nada. Los españoles que murieron aquí habían huido de la Guerra Civil para acabar en los campos de trabajo forzado de Francia. Uno de ellos contó que pudo haber 10,000 españoles, de los que habrían sobrevivido solo 58. No hay tumbas. No hay pruebas. Los arrojaban por los acantilados. El mar estuvo sembrado de cadáveres.
–¿Los verdugos no pagaron por sus crímenes en este infierno insular?
–Los soldados llamaban 'Adolf island' a Alderney, que era un capricho de Hitler, y los verdugos quedaron impunes. En el campo de Sylt, dirigido por las SS, mandaban oficiales como Johann Hoffmann, Maximilian List, Kurt Klebeck y Otto Hogëlow, que jamás fueron a juicio. El ejército británico los detuvo y los liberó. De List se dijo que había muerto, y diez años después se descubrió que no era cierto, igual que con Hoffmann. Un superviviente dijo: «Es fácil ir por la calle en Berlín, toparte con Hogëlow o con Klebeck y que se rían de ti en tu puta cara».
–¿En la vida como en la novela, nadie parece ser quién es? ¿Detrás de cada cual hay tantas identidades?
—Es un laberinto de espejos, un juego de muñecas rusas, una reflexión sobre la identidad con personajes que se reconstruyen para ser otros. La identidad es un tema clave en el mundo cambiante de hoy, con grandes crisis existenciales. La identidad depende de la moral a la que te aferres, de lo que vivas y luches en la vida. Este juego está muy presente en la novela porque los protagonistas tienen muchas vueltas, muchas caras. ¿Podemos dejar de ser quienes éramos para ser otros? Esa es la clave.
–El populismo extremo ruge de nuevo ¿La literatura debe recordarnos que puede regresar un pasado terrible?
—Si olvidamos lo que sucedió, podría volver a pasar. Hoy no podemos afrontar los conflictos y desafíos del ser humano sin asumir el pasado. Sin entender de dónde venimos, qué pasó y cómo, es imposible conocer la identidad de un país o de una persona. Si lo ignoras, caminas sobre el barro.
–Con Carmen Mola llevaba años muy ocupado. Pero 'jubilada' su inspectora Elena Blanco, ¿está más liberado?
–Por suerte 'los Mola' podemos decidir qué hacemos con nuestro trabajo. Muchos escritores no pueden elegir. Decidimos jubilar a Elena Blanco antes de que nadie nos pidiera que acabáramos con ella. Nos permite plantearnos otros desafíos. Para el escritor es fatal acomodarse.
–¿Para cuándo otro Carmen Mola?
—Trabajamos ya en algo nuevo, pero nos apetecía darnos oxígeno en nuestras trayectorias personales para recuperar nuestra identidad. Los tres publicaremos novelas este año y luego llegará la nueva entrega de Carmen Mola. Seguimos disfrutando el proceso de escribir juntos.
–Ha cimentado su carrera como guionista y ¿Hay una película en esta novela?
—En mi manera de contar, en la trama y en los giros, hay una influencia inevitable de las series y las películas. Como en la creación de una atmósfera muy cinematográfica. Pero al escribir novelas no pienso en películas. Me da rabia que se piense en la novela como un producto intermedio de camino hacia el éxito verdadero que es la serie o la película. Tengo la suerte de trabajar en series. Siempre pensé que esta historia era una novela. ¿Que llega la serie? Bienvenida.
–¿Le satisface más escribir guiones o novelas?
—Lo hago con el mismo entusiasmo. Se trata de contar historias y cada una tiene su formato: película, novela, cómic... Cada uno tiene sus herramientas y su proceso creativo, y disfruto mucho del mío, como del trabajo en equipo en la novela.
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