Rodrigo Blanco Calderón en Madame Suzanne, la cafetería del Soho en la que quedó para charlar sobre su nuevo libro de relatos. Marilú Báez

Rodrigo Blanco Calderón, escritor: «España se da demasiados latigazos sin darse cuenta del gran país que es»

El escritor venezolano afincado en Málaga publica 'Venecos', un libro de relatos en el que con humor se apropia de este término 'sudaca'

Paco Griñán

Málaga

Miércoles, 12 de marzo 2025, 00:33

Acaba de cambiar de barrio. El Soho, su casa durante casi una década, por el castizo y cercano Perchel. No oculta que Málaga ya no ... es tan barata como antes. Mentalmente todavía no ha terminado de irse, así que quedamos para charlar en su anterior vecindario, en Madame Suzanne, un coqueto gastrobar que también recuerda a París, donde residió este latinoamericano de maneras amables, escritura inteligente, jugador de palabras, espíritu crítico y humor soterrado. Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 1981) ha celebrado la mudanza con nuevo libro de cuentos, 'Venecos', una denominación que es la versión venezolana de 'sudacas'. Con ironía, el autor se apropia de ese término despectivo para reivindicarlo con orgullo en la portada de su volumen que habla de memoria, amor, esperanzas, cine, literatura, diáspora y emigración. De todo ello sabe este exiliado que salió huyendo de su país e hizo de Málaga su casa, aunque confiese en sus relatos que aún no sabe distinguir una sevillana de una bulería. Lo que no ha sido óbice para que estrene su doble nacionalidad como español adoptivo. Una acto burocrático que, confiesa, no debería serlo.

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–¿Qué es un veneco?

–Es una palabra que se refiere a los venezolanos que viven en el extranjero, sobre todo de modo peyorativo. Como sudaca. Pero se ha producido un bonito movimiento de apropiación de la palabra por parte de muchos venezolanos, que la asumen con humor, ironía y hasta con orgullo. Para mí, un veneco es alguien al que le ha tocado la dura experiencia de emigrar, pero que logra con cierta visión del mundo y humor mantenerse vivo.

El libro

  • Título: 'Venecos'

  • Autor: Rodrigo Blanco Calderón

  • Editorial: Páginas de Espuma, relatos, España, 2024, 160 páginas

  • Precio: 17 euros

–¿Le hemos hecho sentir como un veneco?

–Nunca, nunca, nunca. Desde el día que llegué a Málaga, me han abierto los brazos. No tengo absolutamente nada que reclamar, más bien todo que agradecer. Las veces que me he sentido veneco tiene que ver con la administración, pero ni siquiera del Estado, sino, por ejemplo, los bancos. Tener un pasaporte venezolano es una especie de alerta roja, con la sensación de que tengo que demostrar que no soy un narcotraficante o un criminal. Esa fue una experiencia muy amarga y fría.

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–Menos mal que ya tiene recién estrenada la doble nacionalidad…

–Ha tenido que ver con que han pasado los años y me he dado cuenta de que, primero, la situación en Venezuela no va a cambiar y segundo, me siento bien acá. Para visas y viajes el pasaporte venezolano es una cruz, muy limitante. En principio lo hice por eso, pero cuando me aceptaron me emocioné mucho. De hecho, cuando fui a hacer la jura, me di cuenta de lo que en verdad eso significaba a nivel de arraigo y psicológico, que creo que es un sentimiento que tiene todo inmigrante. Y por eso fue un bajón tremendo darme cuenta de que el juramento no era como me lo había imaginado.

–¿Y cómo se lo había imaginado?

–Fue una firma en un papel. Me parece una lástima que España no haga de la jura un acto solemne porque no te están dando cualquier cosa. Te están dando una nacionalidad y el pasaporte de un país que vale muchísimo. Comporta derechos y deberes, es un mini pacto social que se está sellando allí y que el Estado español lo trata como si fuese cualquier cosa.

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Rodrigo Blanco Calderón acaba de cambiar el Soho por el vecino Perchel. Marilú Báez

–Por nuestro pasado reciente, ¿la patria la hemos llevado a términos prácticos y ponemos poco corazón en lo que nos representa?

–A veces, las emociones en este país no están en el lugar donde deben. Es decir, siento que en muchos aspectos España se da demasiados latigazos y tiene un concepto de sí misma muy bajo. No se da cuenta del gran país que es y le ha dejado ese discurso de reafirmación a gente terrible que lo quiere es aprovecharlo políticamente y por las peores de las razones.

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–Imagino que me habla de partidos como Vox.

–Básicamente.

Dedicatoria a Pablo Aranda

–La primera persona que me habló de usted como nuevo vecino de Málaga fue Pablo Aranda, que no falta en el libro.

–Él fue uno de los primeros que conocí cuando llegué a Málaga y, junto a Fernando Jiménez, también fue uno de los primeros que me hizo sentir que aquí podía encontrar mi lugar. Cuando escribí ese cuento –'La hora de tu símbolo'–, lo ubiqué en Málaga porque era una forma también de rendir homenaje a mi ciudad de acogida.

–El libro deja además claro que usted tiene mucho cuento.

–Bueno, es que yo soy básicamente cuentista y cuento mucho los cuentos que me cuentan. Por eso hay que tener cuidado conmigo, porque si me cuentas una historia, ahí está mi grabadora. De hecho, me siento como un cuentista prestado a la novela, porque el relato es lo que más me gusta. Es una experiencia muy intensa de la que puedes entrar y salir rápido. Y la novela, en cambio, implica una convivencia que puede verse perturbada por muchísimos factores.

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Gobierno de Maduro

«No pienso si va a caer la dictadura de Venezuela, porque la gente que anda así le ha destrozado la vida»

–Su libro es muy veneco, por los personajes y porque no es difícil imaginarlo a usted como el protagonista de algunas historias.

–Es un libro donde el elemento venezolano está muy marcado, pero fue algo de lo que di cuenta cuando empecé a armar el libro. Y cuando vi los que me gustaban, dije, mira, en casi todos hay venezolanos emigrantes o está el problema de la emigración. Y ahí fue que me vino el título. No hay muchas experiencias personales, pero sí historias que me han contado, en las que se termina mezclando todo. Por ejemplo, 'La hora de tu símbolo' fue un encargo de Miguel Ángel Oeste para la antología que publica con el Festival de Cine de Melilla y me divertía ubicar el cuento en calle Granada, porque puedo hablar con propiedad.

–En sus cuentos maneja de manera prodigiosa la cotidianidad convertida en materia literaria, a la vez que la crítica al poder.

–La verdad es que, sin darme cuenta, me he ido orientando cada vez más por historias que están más cerca de Chéjov que de Poe. A mí los cuentos que más me interesan son los que hablan de lo cotidiano. Y el poder también siempre está presente, porque yo tengo ya casi diez años como emigrado. Soy de un país que está secuestrado y sigue teniendo influjo sobre mí, aunque me haya ido. Además el modelo venezolano, que no la inventamos nosotros, pero lo hemos exportado a muchos escenarios políticos internacionales que le hacen a uno perder la esperanza. Cuando uno ve que una democracia como la de EE UU está orientándose hacia un tipo de hombre fuerte que viola la Constitución de esa manera, que viola el lenguaje de esa manera... sientes que es algo que te persigue.

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La condición de emigrante, el arraigo y la diáspora aflora en el libro de relatos 'Venecos'. Marilú Báez

–¿Cuál fue el detonante que hizo que abandonara su país?

–Las elecciones presidenciales entre Enrique Capriles y Maduro, tras la muerte de Chávez. Fueron unas elecciones amañadas, solo que en aquel momento no estaba María Corina Machado para demostrarlo. Cuando vi el modo tan cobarde y cómplice en qué Capriles manejó esa supuesta derrota, una cobardía que era prácticamente una alianza con el chavismo en forma de entreguismo, me dije que me tenía que ir. Además, yo llevaba tiempo muy, muy desanimado, cada vez preparaba menos mis clases en la universidad, donde la situación era cada vez más dramática y los alumnos me llegaban cada vez con más problemas cotidianos por lo difícil que era vivir allá. Entonces me dije que, si quiero escribir y hacer mi vida, tengo que irme. Eso fue en 2012, aunque tardé tres años en poder irme. Lamentablemente, tuve la razón, por lo que ha pasado después.

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–A la vista está que está integrado en España, ¿echa mucho de menos su país?

–Sí, aunque la distancia también te permite ver las cosas en su justa medida. Más que mi país, lo que extraño es mi familia, mi ciudad –me gustaba mucho Caracas, con el mejor clima del mundo– la comida venezolana y tener a mis amigos cerca. Pero ya no pienso en términos de país, ya que para mí, psicológicamente, ha desaparecido.

–¿Y sus cuentos o su literatura son una forma de volver?

–No. Bueno, tiene que haber algo de eso, pero no es un elemento consciente. Lo primero es una voz, una historia y querer contarla. Todo lo que le pongo a eso me entero después con los lectores. Pero sí hay mucha nostalgia e incluso en el último cuento, 'Lobos y castores', ese país que desaparece, pues a veces uno también quisiera acabar con Venezuela para ayudarlo a morir de una vez y que deje de sufrir. Hablando siempre desde un punto de vista simbólico.

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La escritura

«Mis historias están más cerca de Chéjov que de Poe. Los cuentos que más me interesan son los que hablan de lo cotidiano»

–¿Cómo ha vivido el espectáculo de las últimas elecciones?

–No tenía expectativa de que la alternativa liderada por Edmundo González para apoyar a María Corina Machado fuese a derrocar la dictadura. Eso lo tenía claro, porque es una organización criminal que no se rige con leyes. Lo que me sorprendió mucho fue la gran campaña que hizo María Corina, lo valiente que ha sido y lo inteligente que fue de prever este escenario y contar con las pruebas para demostrar el fraude. Eso antes no se tenía. Entonces la deslegitimación total que tiene la dictadura de Maduro se tiene gracias al trabajo que desde hace muchos años viene haciendo María Corina Machado, no solo contra el chavismo, sino contra la falsa oposición. Edmundo González es un ex diplomático, un señor mayor que más bien hay que aplaudirle, que haya aceptado hacerlo y que desde ya está pagando muy caro el haber hecho eso. Su yerno está secuestrado, desaparecido hace 45 días, los organismos de seguridad lo secuestraron y no se sabe dónde está. Era alguien que no tenía necesidad de hacer eso y lo hizo.

–¿Solo queda esperar?

–Esto va a pasar, pero la pregunta es si te va a tocar verlo. Y yo no tengo expectativas de que me toque. Por eso, he reordenado mi vida, pero no puedo desapegarme porque mi familia está allí. Lo que no ando es todo el tiempo pensando que este año va a caer la dictadura. Conozco gente que anda así y le ha destrozado la vida. Ahí está el caso cubano, con generaciones que murieron con el único deseo en mente de esperar que se muriera Fidel Castro. Ya se murió y la dictadura sigue.

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Málaga, más cara

–En sus cuentos venecos hay también algo común que es el humor, muchas veces irónico y soterrado, pero que tiene su función de antídoto.

–Me gusta que lo señales porque mi primera gran influencia fue Alfredo Bryce Echenique, autor divertidísimo que te puede hacer llorar de la risa. Mi literatura siempre tendió más a lo trágico, a la violencia, a la oscuridad, así que cuando alguien me dice que encuentra humor en lo que escribo, lo celebro mucho porque no es algo que haga de forma deliberada.

–¿Y sabe ya distinguir entre una bulería y una sevillana?

–Ja, ja, nada, para vergüenza mía.

–Una de las cosas por la que se vino es que Málaga era barata. ¿Lo sigue siendo?

–No, se ha encarecido mucho, De hecho ahorita me he tenido que mudar por el aumento de los precios de alquiler, pero sigue siendo un privilegio estar en una ciudad como esta, donde insisto, lo tengo casi todo.

–Otro aspecto que respira el libro es su cinefilia. Imposible leerlo sin esa clave ya que empieza precisamente hablando de los Oscar.

–Puede dar la impresión de que yo sé mucho de cine, pero es totalmente falso. De hecho me gustaría ser cinéfilo, tener la disciplina o la pasión de ver más cine, pero lo veo a rachas. Con los directores que me gustan me vuelvo obsesivo, pero yo no tengo ningún tipo de conocimiento del lenguaje.

–Pues me encanta el juego que hace con 'La la land' y 'Moonlight' y la ceremonia aquella de la confusión de las tarjetas de la película ganadora.

–Es que de lo que sí pudo hablar es de narrativa y de las emociones. 'La la land' me gustó, me pareció pasable, pero la que odié fue 'Moonlight', aunque te confieso que suelo odiar el 90 por ciento de las películas que veo.

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–¿Hablando de premios Oscar, que opina de la cancelación de Carla Sofía Gascón?

–No le he prestado mucha atención al caso y la película no me interesó porque el trailer lo vi horrendo. Después vino la polémica y no entendí nada. La verdad es que no me ha interesado mucho posicionarme, aunque tengo muy claro que no aplaudo ningún tipo de linchamiento. Ese es el aspecto más desagradable que tienen las redes sociales.

–Usted también es muy activo en redes.

–Pero trato cada vez de involucrarme menos en ese tipo de cosas. Llevo ya varios años cuestionando mi comportamiento en redes. Promociono mis libros y artículos, pero solo eso. El año pasado, cuando las elecciones en Venezuela, sí fui más activo porque denunciar es lo mínimo que uno puede hacer, pero hasta ahí.

–¿Qué opina de esa otra cancelación que supone irse de la red social X porque la dirige Elon Musk?

–Todo ese despertar de la dignidad en Twitter desde que lo compró Musk me parece una hipocresía tremenda. Cuando estaban los dueños anteriores, Nicolás Maduro y los líderes de Irán se pronunciaban diciendo las mayores aberraciones posibles y nadie decía nada. Entonces a mí me parece una gran hipocresía cortarse las venas por decir supuestamente que ahora esa red social es mala y antes era era mejor. Esto no quiere decir que no tengan razón sobre este personaje que es Elon Musk. En algún momento lo pude ver incluso como interesante por lo que hacía desde el punto vista tecnológico, pero ha demostrado ser este un canalla, un cobarde y un tipo peligrosísimo. Pero eso no lo va a cambiar que tú cierres tu cuenta en Twitter.

 

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