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Café solo doble y «jugo de naranja natural». Rodrigo Blanco Calderón pide un desayuno frugal en una populosa cafetería del centro histórico, a pocos metros del piso donde vive junto a su mujer y donde recibió la invitación para viajar hasta Guadalajara (México) como uno ... de los cinco finalistas del premio de la tercera Bienal Mario Vargas Llosa, que acabó ganando con 'The night' (Alfaguara). Blanco Calderón (Caracas, 1981) reflexiona sobre su país, sobre el futuro de la novela y sobre la ciudad donde cada vez se siente más a gusto.
–¿Cuál ha sido su periplo hasta recalar en Málaga?
–En noviembre de 2015 mi esposa y yo nos vamos a París porque obtuve un contrato doctoral en la Universidad París 13. Fue una solución perfecta para poder salir de Venezuela, porque me sentía bastante desmotivado con mi trabajo en la Universidad Central. También estaba por salir 'The night' y sabía que desde Venezuela apenas iba a poder hacer nada para acompañar al libro, así que surgió esta posibilidad de irnos a París, estuvimos tres años y se terminó el contrato. Estábamos un poco saturados de París. Es una ciudad muy costosa, el clima para nosotros, que venimos del trópico, fue un choque muy fuerte y vivíamos con unas condiciones bastante limitantes. Teníamos la disyuntiva de quedarnos un año más o cortar. Queríamos que fuese España por la similitud con el clima de Caracas y nos pusimos a buscar en Internet ciudades al sur de España. Entonces empezaron a aparecer artículos sobre Málaga: el clima, la oferta cultural, los museos... Y, sin haber estado nunca antes, nos vinimos.
–¿No tenían vínculos con la ciudad?
–No. Nada. Era una apuesta para ver qué nos parecía. Nos vinimos el primero de diciembre de 2018, nos dimos un mes para ver la ciudad y comprobar si nos gustaba y nos encantó. Y aquí estamos, felices.
–Aquí recibió la invitación para acudir a Guadalajara. ¿Cómo ha gestionado la concesión del Premio Vargas Llosa con su primera novela?
–En primer lugar, la experiencia de ir a Guadalajara y participar en las actividades de la feria fue algo así como los Oscar. El último día estábamos los cinco escritores allí (entre ellos, el malagueño Antonio Soler) y nadie sabía hasta el final si ganaba o no. Creo que no lo he asimilado todavía bien, porque no he parado.
–¿Por qué cree que han premiado su novela?
–No lo sé. Los ritmos de los libros son muy particulares. 'The night' se publicó hace tres años. En el mismo año salió la traducción al francés en Gallimard y ganó el premio Rive Gauche al mejor libro extranjero, pero digamos que no fue un libro que vendió mucho. Tuvo muchas críticas positivas, también tuvo sus críticas negativas de lectores a los que les parecía un libro demasiado experimental, y para mí el libro ya había entrado en esa zona de sombra en la que no se sabe si va seguir leyendo o quedará sepultado. Este premio le ha dado un segundo aire al libro y para mí está siendo muy gratificante, porque no todos los libros tienen una segunda oportunidad. Además, el hecho de que el jurado lo haya valorado por su carácter experimental para mí también es parte del premio.
–Ya que hablamos de partes, ¿qué parte de 'culpa' del premio recae sobre el hecho de que el libro trate sobre un asunto candente de la actualidad como Venezuela?
–Obviamente, la situación de Venezuela le brinda una audiencia, no sólo a este libro o a mí mismo, sino a todos los escritores del país que probablemente no teníamos hace 20 años.
–De hecho, la situación en Venezuela surge como un asunto central en su obra, desde 'Los terneros' (Páginas de Espuma) hasta 'The night'.
–A mí me tocó vivir y madurar en un proceso de crisis y de transformación venezolana y lo que he escrito hasta ahora está profundamente marcado por eso, por una sociedad profundamente violenta como es la Caracas del siglo XXI y tanto 'The night' como otras novelas que he estado escribiendo, todas siempre pasan por ese umbral que es Venezuela en estos momentos. Para mí esta no es una crisis cualquiera. La crisis que se ha dado en el país no se había dado en nuestra historia desde el propio proceso de independencia. Estamos viviendo una de las mayores transformaciones de nuestra historia y de nuestra identidad y eso va a marcar nuestro futuro por las próximas décadas, pase lo que pase, se termine instaurando una dictadura de 60 años como en Cuba o caiga Maduro mañana, lo que está pasando ahorita ya ha modificado sensiblemente la vida de los venezolanos y muchas de las cosas que estoy escribiendo ahora pasan por indagar en esa experiencia. Son heridas profundas que acaban incorporándose a los modos de ser; así que, efectivamente, mi literatura hubiese sido totalmente distinta si hubiese nacido en Colombia o en otra época.
–La situación en Venezuela ocupa en ocasiones el centro del debate político en España. ¿Qué opinión le merece este hecho?
–Venezuela es un asunto que todo el mundo conoce o cree conocer. Está en las discusiones. Digamos que siempre ha sido un poco incómodo, sobre todo en los últimos años, en los que Venezuela se ha convertido en arma arrojadiza en campañas electorales de muchos países donde Venezuela es como una especie de modelo o de amenaza para activar posiciones reaccionarias. Para mi literatura ha sido muy buena la resonancia global de Venezuela, pero a nivel personal es muy incómodo, porque en realidad a muy poca gente le importa lo que allá sucede y muy poca gente tiene idea de la extraordinaria gravedad de lo que está pasando allá.
–¿Qué se le pasa por la cabeza cuando escucha a políticos españoles defender o justificar lo que está sucediendo en Venezuela?
–Es una indignación total. Y no sólo desde los políticos, porque los políticos al final tienen sus agendas y no me hago ilusiones. Más indignación me da cuando los escritores, sin ningún tipo de conocimiento de lo que sucede allá, empiezan a decir por ejemplo que Venezuela es sólo petróleo, que lo que sucede ahorita se limita a una especie de nueva versión de la Guerra Fría donde por ejemplo su mayor preocupación es supuestamente el intervencionismo norteamericano, pero no el intervencionismo cubano, ruso o chino. Básicamente me produce una profunda indignación. Cuando estaba Rajoy en la presidencia, en sus discursos y en sus políticas estaba claro que no apoyaba el gobierno de Maduro, pero al mismo tiempo le vendían armas. Las mismas armas con las que reprimían las manifestaciones. Y ahorita, es mucho más delicado el asunto, porque se ha visto cómo en los procesos electorales partidos más conservadores siempre sacan la figura de Venezuela como un espantapájaros. Venezuela se convierte en una especie de excusa para extremismos de distinto signo. Está el uso que le pueden dar partidos como Ciudadanos o el PP, pero tienes está también gente que son unos impresentables, como Podemos, que literalmente están vinculados económicamente a la dictadura venezolana y que son de los principales voceros en España de la dictadura. Lo que allí está pasando es un horror injustificable y es necesario que entiendan que decir eso no te convierte en un reaccionario. En esa circunstancias ando mucho.
–Andemos, entonces, de nuevo hacia la literatura. Ha comentado la vocación experimental de sus textos. En el caso de 'The night', ¿encierra esa búsqueda de nuevas fórmulas narrativas una reivindicación de la novela como un artefacto vigente en el siglo XXI?
–(Piensa unos segundos) Fíjese que creo que sí, pero en mi caso haciendo la salvedad de que creo que la novela como género nunca ha estado en crisis. Cada cierto tiempo se habla de la supuesta muerte de la novela, pero para mí siempre ha sido un género que está vigente. Además, mi acercamiento a la novela fue bastante orgánico, nada consciente. Había publicado tres libros de cuentos y pensé que iba a seguir publicando cuentos nada más, pero muchas historias empezaron a crecer, a conectarse entre sí y ya me sentía en el lado de una novela. Ese lado experimental se dio también de una forma orgánica. Quise escribir una novela que tuviera la intensidad de lectura de un libro de cuentos, que cada capítulo fuese independiente, que tuviera un valor propio y por extensión creo que, aparte de los valores experimentales que quizá pueda tener, si alguien la lee con el ojo atento de Venezuela, obviamente creo que va tener un acceso a ciertos modos de ser, a ciertas vivencias, a través de los personajes que sólo un discurso como el de la novela puede captar. En esa medida, la novela sigue siendo un género bastante maleable, tanto para evadirse de la realidad como para ir a un trasfondo.
–Y ya que hablamos de la realidad y su trasfondo, como residente en el centro histórico de Málaga procedente de un país extranjero, ¿comparte el análisis de que el casco antiguo se está convirtiendo en una suerte de parque temático para turistas?
–Cuando a veces hablamos con personas que hemos conocido aquí y les decimos que vivimos en el centro, a menudo nos trasladan esa imagen negativa. Respeto eso, por supuesto. Soy un recién llegado acá, pero viniendo de un país que está totalmente paralizado, con toda la producción, la vida diurna y nocturna destrozada, no logro ver esa amenaza.
–¿Quizá su umbral de tolerancia es diferente?
–Quizá sí, pero no sólo eso. He llegado a Málaga y he visto una ciudad que está viva. Insisto, soy un recién llegado, pero percibo esa viveza y la vitalidad de una ciudad es inseparable del crecimiento económico. Obviamente, siento que para muchas personas hay una especie de esencia que se está perdiendo, que se puede perder y que puede acabar convirtiendo a Málaga en una ciudad turística, idéntica a otras; pero en esos momentos, sinceramente, no creo que eso pase. Quizá sería interesante una dinámica de crecimiento económico, de atracción de turismo y de elementos foráneos, y a la vez de fortalecimiento de los elementos autóctonos.
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