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Para encontrarse a uno mismo hay que ir a la raíz, al origen, a lo profundo. Y en esas estaba anoche Rocío Molina, buscándose en uno de sus 'Impulsos' más jondos a varios metros bajo el suelo en el impresionante escenario de la Cueva de ... Nerja, dentro de la 60 edición de su festival. Un laboratorio flamenco en directo en las profundidades de la Tierra y de la propia Molina. Desnuda de escenografía, con un cuadro de tablao clásico (guitarra, cante y palmas), la bailaora malagueña volvió a demostrar que hay flamencura en el giro perfecto de las muñecas y también en las contorsiones casi imposibles de su cuerpo.
Bailó por bulería, por soleá, por fandango... y por el silencio. Y aquí era donde la inmensidad de la sala de las estalactitas se encogía, enmudecía y no se oía ni la respiración, solo a ella. Con el sonido del arrastrar sus pies, con los chasquidos de sus dedos o con la nada, Rocío Molina esculpía figuras con sus brazos y sus piernas en movimientos elegantes y estilizados al compás de la guitarra. Las manos cedieron después el protagonismo a sus pies y la Molina se arremangó la falda para dejar al descubierto un zapateado que llevó hasta casi el límite de sus fuerzas.
La malagueña domina la esencia del flamenco y le aporta su propia pureza. Esa que lo mismo clava un baile por soleá (grave y jonda) que se marca una bulería subida a un palo como si fuera un caballo. La misma herramienta que convertiría poco después en un tacón más en uno de sus frenéticos zapateados. Se vio a la Rocío Molina más intensa, con gesto serio y mirando a los ojos del público, y a la Rocío Molina más festiva y divertida. Como cuando se colocó unos palillos de dedos para marcar el compás, jugando con el ritmo a su antojo y con la complicidad de su equipo. Porque esa conexión es clave en un espectáculo de Rocío Molina y más aún en un 'Impulso' donde nadie –ni siquiera ella– sabe exactamente lo que va a pasar. Ellos (Eduardo Trassierra a la guitarra, José Ángel Carmona al cante y José Manuel Ramos 'Oruco' a las palmas) ya la intuyen, la ven venir y la entienden con solo una mirada.
Allí abajo, en la caverna, esos pasos marcados en los que vuelca toda la fuerza retumbaban más de lo habitual. También el cante ganaba cuerpo con la resonancia de la gruta. Un escenario que brindaba imágenes únicas, con la sombra de la bailaora proyectada sobre las estalactitas, con murciélagos sobrevolando la madera y con una atmósfera telúrica que le daba un sentido diferente a la actuación. Una combinación infalible para una bailaora que se deja llevar por las energías de cada lugar. Anoche las tuvo de su lado.
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