![Rocío Molina, en su estudio instalado en una antigua aceitera en Bollullos de la Mitación (Sevilla).](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/201907/25/media/cortadas/1417402914-RMO9mLO5ME8O9mjsbi8xtPL-624x385@Diario%20Sur.jpg)
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Bajo la viga en la que antes colgaba un molino, junto a las tinajas gigantes que durante décadas almacenaron el aceite, Rocío Molina nos recibe. Fuera el termómetro marca 35 grados a las cinco de la tarde de un día de julio, pero los gruesos muros de la antigua aceitera protegen del calor de puertas para adentro. Ahí, rodeada de olivos y de las huellas aún visibles de lo que fue una almazara en Bollullos de la Mitación (Sevilla), la bailaora malagueña da forma a su nueva obra, cría a su hija Juana y pronto acogerá a otros artistas en residencias de creación. «Es un proyecto de vida», explica en su recién estrenada casa.
Entre el estudio y el hogar apenas hay separación, como entre su baile y su vida. A un lado, un enorme espejo refleja el tablao donde la bailaora ensaya; hay un rincón de música con dos pianos y una batería, se ven zapatos de tacón sobre un banco y en la estantería reluce el último premio Max por 'Grito pelao'. Al otro lado, se escucha a la pequeña de siete meses jugando con su abuela en un salón donde la reforma ha dejado al descubierto un precioso techo abovedado. No hay un televisor en toda la casa. «¡Aquí libros y música!», exclama.
En su refugio, en ese lugar en el que escapa «del ruido» para conectar consigo misma y con la naturaleza, Rocío Molina habla sin mirar el reloj de su arte, de su sentir más profundo y de sus proyectos. Flamenca extrema y revolucionaria, aún no sabe hacia dónde romperá su próximo montaje, el primero tras su maternidad, pero ya tiene fecha de estreno en mayo en los Teatros del Canal de Madrid y una gira cerrada que pasará por Málaga («¡Con dos fechas!», apostilla). «Eso me da mucho vértigo. Igual no es bueno lo que hago... Eso sí, verdadero va a ser», asegura con una sonrisa la bailaora, Premio Nacional de Danza. La misma verdad con la que afronta esta entrevista en la que no esquiva ninguna pregunta.
–¿Dónde estamos?
–Estamos en La Aceitera, esta es mi casa y mi espacio de creación. Es un proyecto de vida. Era una antigua aceitera, esta viga sujetaba un molino y se almacenaba el aceite y la maquinaria en los patios, con naves de labranza. Esta es mi casa.
–¿Por qué eligió este lugar?
–Siempre he tenido la obsesión de vivir en un espacio de creación. En mi persona, como en mi arte, mezclo continuamente la Rocío cotidiana con la Rocío de escena, la Rocío que se busca mientras hace una tortilla de papas y la que se busca aquí en el estudio, en el laboratorio.
–¿Necesita estar apartada de todo para encontrarse a sí misma?
–Necesito poder escapar del ruido. Del ruido de la ciudad, el ruido de la sociedad y de tu propio ruido de la cabeza. Intento no contaminarme de todo eso. Aquí realmente te das cuenta de lo que tú necesitas para vivir. Para mí es estar conectada conmigo, con mi ser, con la naturaleza y no tener tanta gula de lo que te da la ciudad. Te da mucha gula cultural, gula visual, de consumo, de ocio, de todo. Eso, cuando lo quiero, lo busco y me lo doy.
–Por no tener distracciones, no tiene ni televisión.
–No, no. Aquí libros y música. Y el teléfono no llega casi. Internet sí.
-¿Cómo ha sido el regreso al escenario tras la maternidad?
–Es sorprendente la memoria del cuerpo, me ha impactado porque el cuerpo se ha sabido colocar ahí rápidamente, casi sin ensayo, casi sin prepararlo. Me sorprendió tener más fuerza que antes incluso. No me cansaba. Ha sido bonito, pero no quiero dejarme llevar por lo que llevo haciendo 34 años. Ya que conozco esa energía, quiero seguir conociendo cuál es la de ahora, a través de la calma.
–¿El flamenco sigue doliendo?
–Sí duele, duele el arte. Hay que intentar que ese dolor se aproveche para algo, que te ayude a conocerte un poco más. Pero, ¡claro que duele! (ríe).
-Pero, ¿busca ese dolor como hacía antes?
–Ahora mismo no busco el dolor físico, no busco esos extremos, me protejo un poquito más. Busco la profundidad.
–¿Es, como dicen, una transgresora del flamenco?
–No sé lo que dicen. En realidad me da igual, la gente tiene que poner nombre a las cosas. No soy muy partidaria porque entonces solo ves eso, asocias a tus pensamientos una palabra que a lo mejor te impide ver otras cosas. Me gusta que las cosas se transformen, las formas, el cuerpo, el arte... Ahora puedo ser transgresora y mañana clásica... o a lo mejor no (ríe).
-Pero sí sabe lo que dicen de usted. Es consciente de que se sale de lo convencional...
–Sí, y que rompo la forma también. Pero creo que la gente dice lo que ve de la superficie, no entra en la profundidad. Hay como un retardo, está todo en 'delay'. Me gusta romper las formas, pero no por innovar nada, sino porque mi búsqueda es así, es una necesidad personal y artística.
–¿Le gusta provocar, que más de uno se eche las manos a la cabeza?
–Me sorprende mucho por qué se provoca la gente. Se provocan con cosas tan simples, tan básicas y tan humanas como ver vibrar la carne de una bailaora y no por ver noticias de agresión y de miles de muertes en un día. Estamos dormidos ante esas cosas y, sin embargo, alguien que te hable de una menstruación, que es lo que tenemos todas las mujeres todos los meses, o la libertad en escena te provoca. A mí me sorprende por qué a la gente le provoca un cuerpo desnudo. ¿Qué provocación hay en eso?
-Entonces, no lo hace por llamar la atención.
–Es una necesidad. Hay obras que no se resuelven si no pasas por ciertos puntos o das ciertos pasos. Cuando te entregas a la creación, la propia obra toma vida, tienes que escucharla y aceptar todo lo que te pide. Y tienes que ser valiente. Hay veces que es duro, incluso para mí, asimilar cosas, pero debo entregarme a lo que hago si defiendo la verdad. No puedo tener cobardía porque no dormiría tranquila esa noche.
–¿Ha tenido que superar su propio pudor para bailar así?
–Claro, y superar incluso la educación que recibimos en cuanto a los roles, la tradición del flamenco y en el día a día. Ahora con la crianza también hay muchas cosas que se dicen por costumbre y que afectan a la educación de tu hijo. Todas estas cosas me las cuestiono mucho.
–¿Alguna vez le dijeron que usted no valía para esto?
–Siempre se ha cuestionado. De primeras, desde pequeñita, nunca se creían que pudiera ser bailaora. Con la cara así 'achinaíta', rubita, podía ser alemana o sueca antes que malagueña... Llegaba a los festivales y me preguntaban '¿dónde está la bailaora?' Luego, una vez que bailaba ya todo cambiaba, pero he tenido que hacer ese trabajo de paciencia y de calma.
–¿Dudó de sí misma en algún momento?
–Eso nunca, jamás. Eso ha sido lo bueno. También mi madre me educó mucho en esa seguridad, en que no importaba qué dijera nadie ni nada. Siempre he creído en mi baile, simplemente.
-Ahora es una figura incuestionable de la danza, pero al principio no sabían dónde ubicarla.
–El recorrido es largo, pero tampoco me gustaría agradar a todo el mundo, me gusta ver las cosas desde otras perspectivas y mirarlas de manera diferente.
-Le gusta tener detractores.
–No me gusta hacer ruido por el simple hecho de hacerlo. Me gusta tocar los botones de las personas humanas, provocarte emociones, preguntas, que tú te encuentres contigo mismo. Eso sí me apasiona.
-Pero para usted, si llega un momento en el que gusta a todo el mundo, significaría que algo está haciendo mal.
–Para mí sí, en la sociedad en la que estamos, en la que no comparto los modelos de educación ni lo que se entiende por belleza y por éxito. No lo comparto. Ahí va la mayoría, una masa grande que busca eso, y yo no lo quiero. Por eso me retiro.
-Dice Manuela Carrasco que baila muy bien y muy bonito, pero que lo que hace no es flamenco.
–Yo creo que es al revés. Quizás bailo más feo pero sí sea más flamenca. Estamos en lo mismo: la forma, el envoltorio no es el típico. Todo lo que te obliga a mirar la profundidad requiere más esfuerzo, un silencio, una pausa, y eso es lo que da pereza de hacer. Para mí ella es una diosa, yo la adoro.
–¿Le duele que le digan que no es flamenca?
–Me duele por el flamenco mismo, porque para mí Manuela Carrasco, como otras bailaoras, serían la auténtica revolución de hoy en día solo si entendieran que el flamenco está en otras formas. Ella lo tiene todo, tiene la esencia.
-Por eso, ella y otros artistas temen que se pierda esa esencia.
–Es normal, yo lo entiendo. Hay veces que para llegar a mi propia esencia necesito hacer un recorrido muy absurdo y otras veces vertiginoso. Pero esa es mi pureza y mi flamencura. Para otro bailaor es dedicarte a tus pucheros o perderte con tu guitarra tocando todo el día. A mí eso me parece maravilloso, esa es la pureza tuya. Si solo entendieran que la pureza está también en otro sitios, sería la hostia.
–¿Se le entiende todavía mejor fuera que dentro de España?
–En España, a base de mostrarlo todo, se me está empezando a entender, y eso me gusta. He hecho tres improvisaciones en Sevilla que empezaron muy clásicas y han terminado con una bomba que hasta para mí ha sido duro enfrentarme a ello. Pero se ha entendido muy bien. Los 'Impulsos' y laboratorios son mis búsquedas, a mí me incomodan mucho también, pero aprendo, me dejan muchos mensajes y sé luego por dónde tirar.
–¿Se autocensura?
–Intento no censurarme nunca. Otra cosa es que hay veces que yo no estoy preparada para asimilar ciertas cosas; o que me doy cuenta de que lo que he hecho hoy, tres años antes no podía hacerlo ni lo entendía. Me meto en donde haya dificultad, pero en lo que me haga sentir mal me cuido emocionalmente.
-Un año después de 'Grito pelao', ese espectáculo en el que bailaba su maternidad en solitario. ¿Qué balance hace?
–Tengo la sensación de que ha pasado un siglo o ha sido un sueño. Hablo con mi madre y a ella le pasa lo mismo. Hice el trabajo justo y necesario para ese momento. Sin ese momento, sin el embarazo, sin ese equipo no hubiera hecho eso. Hoy no haría ese espectáculo, hoy tengo otro ritmo, otra energía y otro cuido. Fue bonito y duro a la vez el trabajo en equipo, el elegir tu obra con Silvia Pérez Cruz y con Carlos Marquerie (que hace unos días le llevó a su casa el Max al mejor espectáculo de danza, que recogió en su nombre mientras estaba de gira en Francia). Tuvo sus lados más dulces y los más amargos.
–¿Qué repercusión tuvo? Tenía un mensaje claro y directo: «Una mujer sin pareja y lesbiana quiere tener un hijo. Esa mujer quiere implantarse un óvulo propio inseminado in vitro. Esa mujer es bailaora y quiere hacer una obra que hable del anhelo de tener un hijo».
–Había mucha gente muy agradecida, sobre todo mujeres. Y también los pocos hombres que vinieron. Hubo un señor que me escribió una carta diciendo que siempre había valorado a su mujer, pero que después de ver la obra se había reenamorado de ella y de todas las mujeres. Y eso me emocionó muchísimo. Y luego estaba la parte más negativa, en la que se hablaba de una obra muy narcisista o de mirarme el ombligo. ¡Es que estando embarazada lo único que veía era ombligo! Pero que no se confunda nadie, que yo no hice una obra en comunión con todas las mujeres del mundo. Era una obra para mí, por necesidad de mi embarazo, para sobrellevar bien ese momento. Se habla de mi historia, por qué verlo como algo narcisista. ¿Qué pasa? ¿Que la mujer cuando está embarazada se tiene que esconder en su casa? No, no, hay que contar nuestras historias.
–No esconde su orientación sexual, pero tampoco es bandera de nada.
–Porque lo hablo todo en mi arte, primero está el arte.
–¿En el flamenco sigue estando mal vista la homosexualidad?
–La homosexualidad entre mujeres... No lo sé. No sabría decirte. A mí me ha ayudado bastante porque no hay opción a confusiones, la verdad (ríe). Lo hablo con otras artistas lesbianas y es así, porque mis músicos y yo somos lo mismo, no hay la confusión que de otro modo podría haber, y más teniendo un baile tan provocador.
–¿Se ha enfrentado a una doble discriminación, por mujer y homosexual?
–No lo sé, no ha habido problemas con eso. Como en todas las profesiones desde siempre ha habido mucha homosexualidad, cantaores, guitarristas... quizás bailaoras menos. Es verdad que no se decía y se llevaba más en silencio, pero yo he sufrido más el problema de la edad. Empecé muy joven a dirigir diciéndole a personas de 40 o 50 años lo que tenían que hacer, con las ideas muy claras con 17 años. Eso sí que lo he sufrido realmente y mucho, ese 'tú niña, cómo puedes hablar así'. Eso y el no ser gitana. Luego, como terminaba haciendo lo que me daba la gana y encima resultaba bien, pues se callaban.
-Ha vuelto a los 'Impulsos' para crear lo nuevo, ¿hacia dónde va?
–Siempre son búsquedas. Ahora es difícil, todo ha cambiado. Voy hacia una calma, una madurez, una sencillez, una recolonización de palabras como pureza o esencia. Parece que la pureza solo es tener el pelo moreno, unos caracoles y una peina; o muchas arrugas en la cara. Para mí es otra cosa. Hay palabras muy contaminadas en el flamenco. Estoy de momento yendo a un trabajo con guitarra simplemente. Y lo que estoy descubriendo son cosas más personales, de prioridades, de protegerme un poco más. Mi baile siempre ha provocado y siempre ha sido político de forma inconsciente, y cuando tomé conciencia lo usaba como arma. Pero ahora me interesa el cuerpo simplemente, la guitarra, lo básico basiquísimo. Seguir con lo mismo no tiene sentido. Y esta sencillez es más difícil que elaborarte.
–¿Dice muchas veces que 'no' a proyectos y colaboraciones?
–La verdad es que sí, pero porque solo tengo un cuerpo. Me duele y me cuesta decirlo, pero es que no puedo hacerlo todo.
(Entra al estudio la abuela con la pequeña Juana llorando. Le toca comer y reclama a su madre. Rocío Molina la toma en brazos, la besa y se la coloca al pecho para seguir con la entrevista).
–¿Quién espera más de usted: el público o usted misma?
–El público espera recibir mucho en forma de energía. Es como las películas de ahora, la velocidad que tienen no es normal. Estoy dejando de ver las series porque me revolucionan mucho, me da ansiedad el ritmo que llevan, pasan tantas cosas tan rápido que me dejan en un estado que luego no puedo dormir. Antes en las películas había un tiempo más real, la luz del amanecer y los diálogos eran mucho más lentos y así entras en un estado de contemplación más bonito. Yo espero de mí siempre estar en la verdad y soy muy exigente. Espero poder llegar siempre a la profundidad de las cosas y no quedarme solo en la superficie.
-Cuando no está de gira, ¿viene todos los días al estudio?
–Ahora no, antes sí. Estoy entendiendo que ahora es otro momento, que las cosas no se consiguen solo con machaque, que con una pausa se llega al mismo sitio. Antes no lo entendía. Y ahora el día que puedo ir al estudio... no quiero porque quiero dar la teta a mi niña. No es fácil descubrirlo y aceptarlo.
La segunda planta huele a pintura y a obra nueva. Está vacía, pero pronto será el espacio más lleno de la antigua aceitera que Rocío Molina ha convertido en su casa en Bollullos de la Mitación (Sevilla). La bailaora malagueña acondiciona cuatro habitaciones en la parte superior de su vivienda como residencia de artistas para crear y «convivir juntos». A finales de agosto recibirá a los primeros habitantes.
Rocío Molina se inspira en modelos de centros de creación que ha conocido en sus muchos viajes por Europa. Así, además de crear en su país y en su casa –«que es el mayor lujo»–, ofrece a otros artistas un espacio donde poder concentrarse, «hacer y deshacer lo que quieran». Quiere dar a los demás lo que a ella tanto le costó encontrar. «No lo he tenido fácil a la hora de crear, ni mis compañeros lo tienen. Esto de coger las mochilas y subirte al metro con batas de cola y todos los cachibaches con los que estás investigando, irte a un estudio con muchísimo ruido y poca concentración es el día a día de todos los bailaores», explica. Lo toma como un «proyecto de vida», que sufraga de su propio bolsillo. «Con todo lo trabajado a lo largo de mi vida, qué mejor que invertirlo aquí. Es verdad que es muy duro, no es ninguna tontería. Pero a zapatear muchísimo», dice con una sonrisa.
Los metros de La Aceitera darán para más. Ya ha organizado recitales íntimos en el patio donde en otro tiempo estaban la maquinaria y el cuarto de los trabajadores.Junto a otros socios, quiere «recolonizar» la palabra peña flamenca: «Mantener lo bonito del flamenco tan cercano y tan íntimo, que se baile y se cante sin sonido, con la libertad de la escena libre, sin la codificación de un tablao de una peña y con el diálogo del público».Su próxima revolución.
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