El médico no daba crédito. «¿Quién es este extranjero? Para ningún malagueño ha venido tanta gente a donar sangre». Mientras él esperaba el momento de someterse a una operación a vida o muerte en un hospital de Málaga, varios amigos extendían su brazo en una ... sala cercana para colaborar con una transfusión que resultaría vital para salvarle. Corría el año 1992 y ese extranjero era Robert Harvey (1924, Lexington - 2004, Macharaviaya), el afable Don Roberto para las gentes del pueblo y un «ecléctico» pintor pop para los circuitos artísticos. Un tipo con mil vivencias conocidas y algún misterio que encontró en un rincón de la Axarquía su sitio en el mundo tras codearse con aristócratas, estrellas de Hollywood y escritores de prestigio. Desde Barbara Hutton a Eva Marie Saint, pasando por Truman Capote.
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Ahora, cuando se cumplen 20 años de su muerte y 100 de su nacimiento, Macharaviaya le rinde homenaje y su entorno le reivindica. Hay que hacerlo, porque al pintor norteamericano le recuerdan cada año en su pueblo (ya van 17 encuentros de Amigos de Robert Harvey) y nadie habla de él con indiferencia, pero el vacío de su obra en los fondos públicos de su tierra de adopción es incomprensible. «Al margen de alguna presencia en la Casa Natal de Picasso, ni el CAC ni el Museo de la Aduana tienen obra de Robert. Y eso es un hándicap, porque si a los escritores hay que conocerlos leyéndolos, a los pintores hay que hacerlo viéndolos», apunta Alfredo Viñas, su galerista en su última etapa, la más brillante y creativa de su trayectoria. La mayoría de su producción está en colecciones privadas. «Y se merecería tener su espacio, una sala donde la gente lo disfrutara y lo tuviera en su memoria siempre», añade José Antonio Robles, su heredero.
«Don Roberto era muy buena persona», repite José Antonio una y otra vez. La conversación transcurre con normalidad hasta que, de repente, un recuerdo de aquellos años le rompe y su voz suena entrecortada. «Cuando se quiere a una persona así, como a un padre, es difícil». José Antonio Robles tenía solo 14 años cuando conoció a Robert Harvey. Era el año 1973. El norteamericano necesitaba ayuda para reformar el cortijo que se acababa de comprar en Macharaviaya, un caserón casi en ruinas que en otro tiempo fue palacete de verano de los ilustres Gálvez. Solo su nombre ya resulta evocador: La Huerta del Ángel. Desde entonces, José Antonio trabajó a su lado, encargándose de tener la casa a punto, de regar el campo, de hacer los recados y de cuidarle hasta el final, hasta que un tumor le arrancó la vida de manera fulminante en 2004. Era como un hijo –con el de sangre hacía tiempo que no tenía relación– y por eso le nombró su heredero.
Nunca se lo dijo. José Antonio y su mujer María Victoria lo descubrieron con la apertura del testamento: de un día para otro, tenían bajo su custodia unos 80 cuadros del pintor. Y no sólo eso, también recibían la responsabilidad de defender y difundir su legado. Porque podrían venderlo todo y llevar una vida más cómoda, pero eso sería fallar a 'Roberto'. En su lugar, impulsan exposiciones con sus fondos, como la que estos días se puede ver en el Museo de Nerja, con la colaboración del Ayuntamiento de Macharaviaya, y la que se exhibe en el Museo de los Gálvez del pueblo con los cuadros de su colección privada.
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Durante esos más de treinta años a su servicio, José Antonio fue testigo de cómo su arte y sus amistades crecían en Málaga. También mejoraba su español, aunque nunca perdió el marcado acento americano. La Huerta del Ángel –que hoy alquila un matrimonio inglés para escapadas rurales– fue durante esas tres décadas uno de los lugares más cosmopolita de Málaga, una finca donde alrededor de una paella y un buen vino se reunían artistas y amigos de Málaga con otros llegados de San Francisco y Nueva York. Un par de veces, «al menos», le visitó Eva Marie Saint, musa de Alfred Hitchcock en películas como 'Con la muerte en los talones' y una de las pocas supervivientes del Hollywood dorado que ha cumplido ya los cien años. Como hubiera hecho Robert este 2024. Se movía con naturalidad en esos ambientes, «pero no presumía». «Era muy sencillo. Tenías que sacárselo porque por sí mismo no te lo contaba», señala Antonio Delgado, uno de los habituales en esas comidas de la Huerta del Ángel, un buen amigo.
Se hacía querer. «Sabía escuchar y eso no es algo frecuente», recuerda Antonio. Hacemos cuentas y entre ambos había 30 años de diferencia. «¡Nunca lo había pensado! Era una persona muy jovial y a la vez muy moderna». Pero de verdad. «Él decía que moderno no es el que está a la moda, que eso es una actitud que se tiene o no se tiene». Y Robert la tenía.
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Además, «era una enciclopedia andante». A su casa, en mitad del campo, llegaban desde el 'New Yorker' hasta las últimas revistas internacionales de cine, moda y arte. Estaba al tanto de todo y tenía una amplia formación. El pequeño Bobby, como le llamaban en la escuela, siempre tuvo claro su camino. En el documental 'Oficio de pintor, oficio de vivir' (Cedecom), cuenta que de niño la profesora preguntó a la clase qué querían ser de mayor. Y él no dudó: «Yo soy pintor», dijo en presente. Cuando se encontraron años después, ya como artista, la maestra no había olvidado esa respuesta tan contundente.
Desde muy joven empezó su periplo por el mundo: con 18 años dejó Carolina del Norte para estudiar en Florida, en la Escuela de Arte de Sarasota; al poco se trasladó a Nueva York para trabajar en una empresa de marcos que le introdujo en los círculos artísticos; y años después se cruzó el país para ingresar en el Institute of Art de San Francisco. Durante veinte años participó de la vida bohemia y extravagante de la ciudad californiana, sin dejar nunca de viajar por EE UU y Europa. Una de esas rutas la haría por España junto a la acaudalada Barbara Hutton.
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Hasta que estalló la guerra de Vietnam. Según contaba a los suyos, su oposición a ese conflicto le empujó a salir de EE UU. Viudo desde los 30 años, Robert quería apartar a su hijo de ese ambiente bélico y evitar que se alistara para combatir. Un día vio en el periódico local el anuncio de una casa en Frigiliana y allí se fue. Tenía 47 años cuando se instaló en la que fue su puerta de entrada a la Axarquía. Al año siguiente, en uno de sus paseos, vio a lo lejos La Huerta del Ángel, con techos caídos y medio destruida, pero le cautivó.
Esta es la versión oficial de por qué acabó en Málaga, pero pocos creen hoy que sea la real. «Estoy convencido de que él venía huyendo de un pasado que no le gustaba nada», asegura su amigo Antonio Delgado, que le ha dado muchas vueltas a esta cuestión. Lo del hijo era una excusa. De hecho, él jamás le acompañó a España y siempre tuvieron una relación muy complicada. Simplemente, «quería empezar una vida nueva» y superar un ciclo depresivo.
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El cambio de aires funcionó. «Aquí creció y creció. Romper con EE UU fue un punto de inflexión. Tenía a la familia elegida, todos le tenían devoción», apunta su amigo Antonio. Y su arte evolucionó. «Formalmente era muy pop, pero los contenidos de su obra eran bien distintos a los que interesaban por esa época en EE UU, muy orientados a los medios de comunicación y a la cultura de masas», señala Alfredo Viñas, que parafrasea al crítico Enrique Castaños cuando le definía como «un pop art ecléctico». Era un creador «muy libre».
Estaba influenciado por las técnicas presentes en el arte americano de los años 50 y 60, como el fotorrealismo, «pero no mantuvo servidumbre con ese lenguaje». Su paleta, recuerda Viñas, «se fue aclarando en sus últimos años con delicadas transparencias». Y ganó en creatividad. Inspirado por el mundo rural y, tras la grave operación de 1992, empezó a pintar por primera vez paisajes, campos de trigos, buganvillas, almendros... «Seguía pintando a personas, pero ya podía hacer otras cosas», dice Delgado. Era su manera de aprovechar la prórroga que le había regalado la vida.
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Su recuerdo sigue siendo cada año motivo de reunión y este 2024 con más intensidad. El sábado 28 de septiembre, la Asociación La Huerta del Ángel-Amigos de Robert Harvey convoca un día de fiesta en Macharaviaya, con una charla sobre su vida –con Lorenzo Saval, Guillermo Busutil, Antonio Delgado y el alcalde Antonio Campos– y la inauguración de dos esculturas sobre su obra que se instalarán en las calles del pueblo. Don Roberto está de nuevo en casa.
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