Uno de los dos retratos que Goya pintó de Rita Luna, ya en la madurez. El otro lo quemó la actriz junto con recuerdos de sus éxitos en el teatro.
Rita Luna: El misterio de la actriz que se borró de la escena
Grandes malagueñas olvidadas ·
Triunfó en los principales escenarios de Madrid del XVIII, Goya la retrató dos veces y los cronistas se deshacían en elogios hacia ella. Con 36 años, la malagueña se retiró y quemó todos los recuerdos de su gloria
Nadie sabe por qué lo hizo. Su desaparición fue durante décadas, e incluso siglos, motivo de chismes, rumores y cotilleos que hablaban de un amor imposible, de envidias profesionales e incluso de una devoción cristiana incompatible con el mundo del espectáculo. Lo único contrastado es que Rita Luna (1770-1832), en la cúspide de su carrera como actriz, se retiró de forma inesperada de los escenarios. No solo eso, la intérprete más famosa de su tiempo quiso borrarse por completo de la escena, haciendo arder todo recuerdo de sus años de gloria, incluido un cuadro de Goya. A sus 36 años, la gran Rita Luna dejaba atrás una vida de éxito que quedó inmortalizada en las crónicas de la época, que fue registrada por Benito Pérez Galdós en sus 'Episodios Nacionales' y que le valió retratos y esculturas que hoy se exhiben en museos. Y todo empezó aquí hace 250 años.
Rita Luna nació en Málaga en 1770 por azar, hija de cómicos de vida ambulante que recorrían las provincias para actuar. Y, sin embargo, mantuvo un fuerte vínculo con la ciudad a lo largo de su vida. Así lo atestigua el cronista malagueño Narciso Díaz de Escovar, que en un libro de 1900 escribe que la actriz «profesaba a su ciudad natal un cariño sin límites». «Lo único que la distraía algunos ratos era hablar con malagueños, o que de Málaga le hablasen», se lee. Lo demuestra el hecho de que, ya retirada, fue Málaga su refugio durante la Guerra de la Independencia. Achaques de salud la obligaron a buscar lugares con tratamientos termales, y pasó por Carratraca y Toledo antes de volver a su casa en El Pardo. En Madrid moriría aquejada de una pulmonía en 1832. Sus restos, como muchos de sus recuerdos, se perdieron. «Cuantas gestiones hicimos para hallarlos, en unión de los Sres. D. Emilio Thuiller y D. Antonio Cánovas Vallejo, han sido infructuosas», señala Díaz de Escovar en otro escrito. Otro misterio más de Rita.
Su abrupta marcha acrecentó una leyenda forjada sobre los mejores escenarios de Madrid. «Era una gran actriz que vive un momento de Siglo de Oro de las actrices españolas», indica Rafael Inglada, Premio Málaga de Investigación 2020 de Humanidades por su trabajo titulado 'El mármol disidente. Vida breve de la actriz Rita Luna'. En esa época, sin otra distracción que los toros, el teatro era un divertimento «popular, muy hundido dentro del pueblo». Y Rita era para muchos la mejor.
Una princesa rodeada de comediantes
Al cronista madrileño Ramón de Mesonero Romanos le resultaba «sorprendente verla descollar en la escena, por la sencillez y la naturalidad de la expresión, en tiempos que dominaba el mal gusto y la exageración extravagante». «Sus hermosos y negros ojos daban a su fisonomía una expresión irresistible; su aventajada estatura, su gracioso talle, sus finos modales, la nobleza de su persona, la hacían aparecer en la escena como una princesa rodeada de comediantes», elogiaba Mesonero Romanos.
Cuentan que Rita Luna, tras trabajar «en provincias» con sus padres, fue contratada por la Compañía de los Reales Sitios, donde la descubrió el conde de Floridablanca, entonces ministro, convirtiéndose en su protector. En 1792 debutó en el Corral del Príncipe (hoy Teatro Español), con la compañía de Manuel Martínez. Allí coincidiría con la otra gran dama de la escena en esos momentos, la ya veterana María del Rosario Fernández 'La Tirana'. Con ella protagonizaría uno de los enredos de la época. Se dice que, aunque al principio fueron amigas, acabaron convirtiéndose en grandes rivales. Sobre todo después del enorme éxito de la malagueña como la sultana de 'La esclava del Negro Ponto' de Luciano Comella. Los celos profesionales, según las habladurías, llevarían a la Tirana a fingirse enferma de forma repentina para obligar a Rita Luna a sustituirla en una función (de 'Celos no ofenden al sol', paradójicamente) sin tiempo para preparase el papel. Pero la joven actriz se lo había estudiado por si acaso, y se llevó todos los aplausos.
Una calcografía (de la obra 'La esclava del Negro Ponto'), una escultura y un grabado de la actriz Rita Luna.
«El resultado fue contrario. Rita venció en toda la línea. Pero entonces la comedianta humillada, utilizando sus influencias, las puso en juego contra la malagueña, y esta tuvo que retirarse del Príncipe, pasando a la Cruz, donde debutó en 'El desdén en el desdén', que fue un exitazo«, relata Díaz de Escovar. Según Inglada, no obstante, ese enfrentamiento con La Tirana no fue tal. Con quien sí ha constatado el investigador que mantuvo »una pugna« fue con la actriz Juana García-Ugalde, de quien siempre se destacaba su agraciado físico más que sus cualidades interpretativas.
Sea como fuere, lo cierto es que Rita Luna se convirtió en la gran estrella del coliseo de la Cruz, logrando una retribución nunca vista hasta entonces. Lo relata Ángel S. Salcedo en la revista 'La Esfera' editada entre 1914 y 1931, donde señala la «ambición» de la artista, «maestra en ardides de teatro». «No hubo momento ni coyuntura favorable que no fuese aprovechada para solicitar de la junta aumentos y dádivas en una forma u en otra, llegando con asombro de sus compañeros a percibir más de 90.000 reales cada año; cifra que si hoy no parece exagerada, para conocer si lo era en aquellos días, bastará decir que ni La Tirana ni ninguna llegó a percibir ni la cuarta parte», escribe.
Rumorología
Pero también esto forma parte de la rumorología que rodea a Rita y de la misoginia imperante en la época, que castigaba a las mujeres que sobresalían. Es probable que el cronista tomara esa cantidad desorbitada de la comedia dramática que escribió sobre la actriz Ismael Sánchez Estevan en 1915, donde se menciona en un diálogo entre dos personajes. Sin embargo, años antes, en la biografía que traza Díaz de Escovar se refiere lo contrario: «Los sueldos en aquella época eran tan pequeños, que con ellos no era posible sostenerse. Un documento curioso cita Sepúlveda en su magistral libro 'El Corral de la Pacheca', que demuestra cómo la eminente trágica tuvo que recurrir al Protector de comedias para poder desempeñarse y no contraer deudas». El Protector decidió «premiar con alguna distinción la habilidad y mérito» de Rita Luna, mandando abonarle «3.000 reales vellón al año«, que equivalían a 7.500 reales.
Lo que es indiscutible es que en 1806, Rita Luna decidió dejar para siempre los escenarios. ¿Por qué? «Ni uno solo de sus biógrafos lo llega a precisar, ni sus mismos parientes han podido facilitarme datos concretos», señala Díaz de Escovar. A partir de aquí todo son especulaciones. Hay quien apunta a enfrentamientos con el entonces Corregidor de Madrid, José de Marquina. Otros hablan de desencuentros con la junta del teatro por las exigencias de ella para renovar el contrato. Algunos aluden a intrigas de ciertos aristócratas partidarios de otra novel actriz. Se menciona también su profundo «desapego» a una profesión que no era del todo bien vista por ella por su «fervor religioso rayano en el misticismo». Pero lo que más se repite en las semblanzas de la actriz es el fatal desenlace de un amor secreto. «Se vio esclava de una atroz melancolía, que nunca ya la abandonó, melancolía nacida a raíz de la muerte de cierto célebre médico muy allegado a Floridablanca«, reseña Díaz de Escovar.
«Repugnancia» a la escena
Cuentan que sus compañeros «la asediaban» para que volviera a las tablas, pero ella se resistió. «Llegó a profesar una repugnancia inconcebible a la escena. No sólo no le gustaba oír elogiar sus triunfos escénicos sino que delante de ella no podía hablarse nada que al teatro se refiriera», señala el cronista malagueño. Tanto es así que destruyó todos los recuerdos de aquellos días.
Goya, el pincel oficial de las grandes figuras de la época, pintó dos retratos de Rita, de los que solo se conserva uno porque el propio artista lo guardó en su casa. La actriz quemó el que tenía en su poder, un cuadro que la representaba en el campo junto a un perro ladrando. Al pie se leía la siguiente inscripción: «Los perros ladran a la Luna porque no le pueden morder». La otra obra la encontró Mariano Goya, nieto del artista, en un armario de su abuelo junto con otras piezas que habían sido escondidas en 1818, según explica la Fundación Goya. Tras pasar por varias manos, en 2007 fue adjudicada a un particular en la sala de subastas Sotheby's de Nueva York.
Lo interesante de esta pintura es que muestra a una Rita Luna ya mayor y da pistas sobre sus últimos años. «El retrato de busto está dominado por el rostro triste y melancólico de la actriz. Está cabizbaja y se cubre con un chal negro. Aparece como una señora elegante, adornada con pendientes y collar y peinada con esmero, pero esa coquetería es eclipsada por la pesadumbre de su mirada«, se lee en el análisis que hace la Fundación Goya de la obra.
A nuestros días ha llegado también un busto (probablemente encargado por Floridablanca) que custodia el Museo Nacional de Teatro. Y, aunque murió fuera de su tierra y la historia ha borrado su recuerdo, aquí quedó para siempre grabada su imagen: su retrato forma parte de los veinte lunetos que adornan la parte superior del Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga, la única mujer en esa galería de ilustres. Su merecido palco de honor.
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