![Ricardo de Orueta, el visionario olvidado](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202001/10/media/cortadas/orueta01-RnFHLphVl8OhKigvhrKqN2I-624x385@Diario%20Sur.jpg)
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Existe una expresión tan poética como literal, venida del ámbito del Derecho, para referirse a las leyes que han caído en desuso hasta dejar de cumplirse sin necesidad de que hayan sido derogadas. Es la 'letra muerta'. Y esa metáfora encaja como un guante de ... seda fría en el olvido que se ha cernido sobre la vida y, sobre todo, la obra de Ricardo de Orueta. Intelectual, político y gestor cultural malagueño, punta de lanza de la insólita modernidad que trajeron a España a principios del siglo XX proyectos como la Institución Libre de Enseñanza y la Residencia de Estudiantes, pionero en el estudio y la conservación del patrimonio artístico nacional, la obra de Ricardo de Orueta acaba de pasar al dominio público, como la de los otros 180 autores que, como él, murieron en 1939. Y la ocasión brinda una nueva oportunidad para sacar del ostracismo a un estudioso cuyo legado llega hasta nuestros días.
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Justo esa imagen de la 'letra muerta' en torno a Ricardo de Orueta (1868-1939) llega de la mano de la directora del Museo Nacional de Escultura, María Bolaños, quien sostiene en 'Ricardo de Orueta: crónica de un olvido': «Estamos ante uno de los actores más relevantes de la Edad de la Plata de la cultura española, cuyas iniciativas, unas olvidadas y otras casi anónimas, fueron decisivas. Su vida fue un laboratorio ejemplar de los desafíos y las ilusiones de aquel tiempo: combinó el ideal humanista y la eficiencia profesional, la devoción por las tradiciones y el espíritu moderno, el impulso quimérico y el pragmatismo político. En medio de todo ello, la escultura fue su 'fuego sagrado', la música de fondo de su existencia».
No en vano, buena parte de la obra que ahora ha quedado libre de derechos de autor tiene que ver con la escultura y, más en concreto, con los estudios visionarios que Ricardo de Orueta elaboró sobre la escultura del Barroco, en general, y sobre Berruguete, Pedro de Mena y Gregorio Fernández, en particular. Pero la onda expansiva de su ingente labor intelectual, académica y administrativa es mucho más amplia y profunda hasta erigirse como un pionero internacional en la conservación del patrimonio. Y esa tarea cuajó en la Ley del Tesoro Artístico Nacional aprobada en 1933, clave para la perservación de las obras de arte durante la Guerra Civil, que De Orueta promovió como director general de Bellas Artes en el gobierno de la segunda República.
«Ahí descansan y confluyen los intereses de Ricardo de Orueta. Gestor público, pero también hombre de ciencia. La Ley del Tesoro Artístico Nacional es un punto de confluencia de sus diferentes facetas. Ha sido una norma de una enorme trascendencia y vigencia, operativa hasta 1985 y la ley aprobada entonces reconoce la deuda directa con ella», sostiene el profesor de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y asesor de la Residencia de Estudiantes, Salvador Guerrero, quien indice: «Se trata de una ley no sólo referida al patrimonio monumental, sino también al patrimonio cultural. Lo que hoy se conoce como patrimonio inmaterial ya estaba inscrito en la ley promovida por Ricardo de Orueta».
Para encontrar las raíces de esa pasión por la cultura y la ciencia en Ricardo de Orueta conviene empezar por el principio: su nacimiento en una familia «intelectual y reformista» de la pujante burguesía malagueña del XIX, como destaca María Morente, directora del Museo de Málaga, institución que también debe mucho al concurso de Ricardo de Orueta. Hijo de Domingo de Orueta Aguirre, destacado científico fundador de la Sociedad Malagueña de Ciencias, Ricardo de Orueta tuvo una formación políglota y cosmopolita. No en vano, su familia cultivó con esmero su vocación creativa con sus estudios en Bellas Artes a los que siguió una estancia en París durante una década.
La muerte del padre exigiría su regreso al núcleo familiar y, de vuelta en Málaga, se convierte en uno de los catalizadores de aquella inquieta generación de jóvenes empeñados en traer la modernidad a la ciudad, primero, y al país, después. Alberto y Gustavo Jiménez Fraud, José Moreno Villa, Manuel García Morente, José Blasco Alarcón y Salvador González Anaya formarían junto a Ricardo de Orueta un bastión capaz de organizar en Málaga conferencias de José Ortega y Gasset o el sonado ciclo de charlas de Miguel de Unamuno espolvoreando a los adocenados oyentes locales.
Aquel grupo de amigos encontraron un comprometido mentor intelectual en Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza y promotor de la Residencia de Estudiantes que vio pasar a lo más granado de la cultura patria en el primer tercio del siglo XX y donde Ricardo de Orueta fue tutor durante dos décadas. El siguiente paso llegaría con su salto a la gestión política.
«De Orueta llega a la Dirección General de Bellas Artes en un momento crítico en el que la sangría patrimonial arreciaba. A pesar de la existencia de una normativa sobre la tutela del patrimonio, seguía habiendo, en 1931, disposiciones que no se podían cumplir, influencias que no se conseguían anular y antagonismos que sólo un cambio radical de régimen podía vencer», escribe María Bolaños.
Su paso por la política nacional es fiel reflejo de las convulsiones de la época. Ocupó la dirección general de Bellas Artes durante tres años y medio en dos periodos distintos (1931-1933 y 1936) y bajo cuatro ministros de Instrucción Pública diferentes.
Y en la reivindicación de Ricardo de Orueta surge como piedra de toque la misma arma que él enarboló: la educación. «Cuando hoy un colegio lleva a sus alumnos de excursión a un museo o a visitar un monumento está haciendo un homenaje a Ricardo de Orueta y a unas prácticas que desde finales del XIX implantó a través de la Institución Libre de Enseñanza», sostiene Salvador Guerrero.
«Una de las virtudes de su gestión –sigue María Bolaños–, y de la enormidad de sus resultados, fue su inteligencia para mantener inseparablemente unidas la creación de estructuras de gobierno, la racionalización administrativa y el empleo de técnicas propias del aparato burocrático junto a la vasta reflexión del historiador, la 'cientifización' de la política y las ambiciones de intelectual visionario, es decir, la utopía de un nuevo modelo cultural, que nunca perdió de vista en su horizonte vital».
Vida y obra ahora de dominio público, al alcance de todos, lejos de la letra muerta.
La Biblioteca Pública del Estado ya cuenta con una sala bautizada con el nombre de Ricardo de Orueta. Sin embargo, desde la Academia Malagueña de Ciencias lideran desde hace tiempo una vieja reivindicación: que toda la institución lleve el nombre del político malagueño cuya obra acaba de pasar al dominio público.
El propio De Orueta (1868-1939) puso nombre a la Biblioteca Popular inaugurada el 18 de septiembre de 1933 en la ciudad que le vio nacer. Aquel espacio fue uno de los muchos damnificados por los estragos de la guerra civil española y cuando la institución cultural regresó a la vida, el nombre del político malagueño ya era pasto del olvido. Ahora queda por saber la respuesta de las administraciones competentes en el nuevo bautismo de la Biblioteca Pública del Estado –conocida de manera popular como Biblioteca Provincial–; es decir, el Gobierno central (titular de la entidad) y la Junta de Andalucía (responsable de su gestión).
La Academia Malagueña de Ciencias ha visto la oportunidad de esa reivindicación histórica con la esperada mudanza de la Biblioteca Provincial a su sede definitiva en el antiguo convento de San Agustín desde las instalaciones alquiladas en la avenida de Europa donde ha cumplido ya un cuarto de siglo.
Puede ser una ocasión propicia para recuperar la figura de quien fuera director general de Bellas Artes durante la segunda República, promotor de una ley pionera en el ámbito internacional en el campo de la conservación del patrimonio histórico y, además, figura esencial en la recuperación de la Alcazaba de Málaga y en el impulso del Museo de Málaga, como recuerda la directora de esta última institución, María Morente, en uno de los textos del catálogo editado por Acción Cultural Española con motivo de la amplia exposición que hace ya un lustro trajo de vuelta la labor del intelectual malagueño.
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