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Hace 502 años, Tomás Moro imaginó una isla con forma de media luna con una había en su interior, cuyos habitantes compartían los frutos de la tierra y del esfuerzo, elegían a sus representantes en asambleas familiares y dimitían de la tentación de resolver a golpes sus disputas. A ese lugar lo llamó Utopía y el nombre ha quedado como sinónimo de algo tan ideal como inalcanzable. Y hacia allí dirige la mirada el Centre Pompidou Málaga en su nueva colección, presentada este lunes y que permanecerá en el Cubo del Puerto hasta finales de 2020.
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Tal y como adelantó SUR hace dos semanas, el montaje reduce de manera significativa (un tercio, para ser exactos) su número de obras hasta las 63 piezas en las que las propuestas audiovisuales adquieren mayor protagonismo. La propuesta también representa cierto giro hacia el optimismo respecto a la exhibición anterior, organizada en torno a la idea de la metamorfosis y con un tono general más tenso, casi áspero en algunos momentos. Así, 'Utopías modernas' toma la colección del Centre Pompidou de París para plantear un recorrido por el trabajo de artistas que a lo largo del siglo XX y XXI “han sido el altavoz de las aspiraciones de los hombres”, en palabras de la directora adjunta del Museo de Arte Moderno Centro Georges Pompidou, Brigitte Leal, autora como en la ocasión anterior del discurso de la “colección semipermanente” de la filial malagueña. El montaje se organiza en seis apartados temáticos que reúnen referencias del arte del siglo XX y XXI y cuya tónica general quiere ilustrar la pieza realizada para la ocasión por J. M. Alberola que desde la pared inaugural anuncia: 'Tout va bien' (Todo va bien).
Aquí el protagonismo recae en las primeras décadas del siglo pasado, con el foco colocado sobre los años del nacimiento del arte moderno y de las vanguardias históricas. El colorido de Robert Delaunay en ‘Ritmo, alegría de vivir’ (1930) marca una pauta casi general para todo el proyecto desde estos compases iniciales: formatos generosos y querencia por la perspectiva optimista. Ahí está ‘Entretenimiento de verano’ (1934) de André Masson para prolongar esa racha frente a ‘El profeta’ (1933-36) de Pablo Gargallo; incluso la escultura de Jacques Lipchitz ‘Prometeo estrangulando al buitre’ (1936) a modo de canto de liberación. Una muestra de la ciudad ideal llega de la mano de la maqueta de Kazimir Malevich titulada ‘Alpha’ (1923-1978).
Como contrapunto menos halagüeño, la escultura en bronce de Julio González ‘Cabeza de Montserrat llorando’ (1942) y ‘Mi cielo es rojo’ (1933) de Otto Freundlich sirve de preámbulo a la desazón destilada por ‘A Maïakovski’ (1976) de Equipo Crónica donde el dúo formado por Manolo Valés y Rafael Solbes mira al pasado sin ira. No en vano, para Leal, esta pieza «encarna la inspiración y el final trágico de las utopías del siglo XX».
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Y entre unas y otras, el vídeo da cuenta de su presencia más evidente en el nuevo discurso del Centre Pompidou Málaga con 'Cuando el siglo tomó forma (Guerra y revolución)' (1978) de Chris Marker presentada junto a 'Kino-glaz' (1924) de Dziga Vertov. Dos obras que con medio siglo de distancia cronológica se muestran muy próximas en su cuestionamiento de la manera de narrar los acontecimientos que, a la postre, acampaban componiendo el relato de la Historia
Quien acuda al Centre Pompidou Málaga en busca de grandes nombres de la Historia del Arte encontrará aquí motivos para la pausa: Picasso, Malevich, Chagall y Kandinsky en apenas medio giro de cuello. Junto a ellos, otra talla de Lipchitz, la ironía de Immendorff y la poco complaciente propuesta de Tania Bruguera despuntan en la segunda estancia del paseo.
Abre sala la escena bucólica de 'La primavera' (1956) de Picasso. Han pasado cuatro años desde su última obra 'política' ('La guerra y la paz', que seguiría a 'Guernica' y 'Masacre en Corea') y el malagueño se entrega a la alegría de vivir desde su palacete en la Costa Azul. El lienzo coincide en el tiempo con la revolución obrera de Budapest en contra del régimen comunista a la que se asoma con ironía Jörg Immendor en 'Todo emana de la voluntad del pueblo' (1976).
Paso entonces al tío compuesto por 'Desarrollo en marrón' (1933) de Vassily Kandinksy, '[Sensación de peligro] El hombre que corre' (1930-31) de Mazimir Malevich y 'La caída de Ícaro' (1974-77) de Marc Chagall. Tres aproximaciones bien diferentes a una misma sensación de pérdida y claudicación, de miedo y zozobra desde planteamientos estéticos capaz de resumir en un trozo de muro buena parte de la Historia del Arte del siglo pasado.
Se miran los popes de la vanguardia histórica en mensajes análogos a su desánimo, lanzados en este caso desde la contemporaneidad de Erik Bulatov y su 'Primavera en una casa de descanso de trabajadores' (1988), la composición 'Último verano' (2002) de Adam Adach y, sobre todo, el vídeo '¡País mío, tan joven, no sabes definir!' (2001) de la cubana Tania Bruguera.
El Centre Pompidou Málaga vuelve a mirar el vaso medio lleno en el siguiente apartado. Quizá sea en esa sala donde mejor pueda apreciar el visitante el cambio de registro de la filial en su colección “semipermanente”, sobre todo, en lo tocante al número de obras expuestas. En el montaje anterior se reunía en la sección 'El hombre sin rostro' un importante número de piezas de Bracusi, Giorgio De Chirico, Fernand Leger, Jean Helion, Alexander Calder y Alberto Giacometti junto a la potente composición de Djamel Tatah. Ahora el recorrido reduce de manera notable el número de estímulos.
Otro detalle ilustrativo del cambio de tono de la colección del Pompidou llega en la estancia que sirve de preámbulo a esta sala. Donde hasta ahora estuvo la inquietante escultura móvil de Jean Tinguely ahora aparece una lata de conservas a modo de cama de matrimonio. Es 'N. Y., 06.00 A. M.' (1995-2000) de Franck Scurti. Una evocación de la felicidad de no hacer nada, más allá de estar en la cama y aguardar al desayuno que esta obra representa pintado en la pared junto a la lata-catre.
Ya en la sala, el lugar de aquel políptico de Tatah lo ocupa ahora la 'Diada' de Antonio Saura (1978-79) casi en un guiño a los acontecimientos actuales que pasan por Cataluña. Una “multitud de rostros idénticos y grotescos, casi cadavéricos”, como detallaba esta mañana Leal, que abrochan una sala de altibajos emocionales. Así, el optimista colorido de 'Todos juntos' (1995) de Jaffe Shirley y la revisión contemporánea de 'El almuerzo en la hierba' (1964) a cargo de Alain Jacquet y la desvergonzada 'Homero Presto' (1968) del mayo francés convive en serio contraste con la sobria instalación de Eva Aeplli en homenaje a Amnistía Internacional (de aquel mismo 1968).
Toma aquí el Pompidou el título de esta minisección de la revolucionaria idea planteada por Le Corbusier para una ciudad más ordenada, confortable y ecológica. La maqueta de la 'unidad habitacional' diseñada por el arquitecto para el Tiergarten berlinés da paso a la más lúdica 'No son tiempos para soñar' (2004) de Pierre Huyghe, que plantea en este vídeo un teatro de marionetas sobre las tensiones entre las pretensiones artísticas y las necesidades funcionales de la arquitectura moderna.
Eso sí, todas las miradas prometen posarse en la voluminosa pieza móvil (con banda sonora incorporada) de Boris Achour titulada 'Cosmos' (2001): más de dos metros de diámetro y 60 kilos de peso para la escultura de resina beige que da paso al tramo final de la colección.
El mayor protagonismo de la arquitectura en el nuevo recorrido del Pompidou cristaliza en un apartado propio dedicado a esta disciplina, donde las propuestas futuristas conviven con proyectos que han pasado del plano a la realidad. Entre los primeros, la maqueta de la ciudad submarina imaginada en los años 70 por Jacques Rougerie y el 'Palacio del Cerezo en flor' diseñado por Cristina Díaz y Efrén García, que también firman el proyecto 'Somos como una plaga' a base de lana y metal.
Del lado más factible, el paseo marítimo de Benidorm de Carlos Ferrater y Xavier Martí, el pabellón holandés para la Exposición Universal de Hannover en 2000 a cargo del estudio MVRDV y la sugerente propuesta modular de Carlos Arroyo para el Ayuntamiento y centro cívico de la ciudad belga de Oostkamp (2008-2012).
La 'sala noble' del Pompidou de Málaga, la única que se ve desde la planta superior de la delegación, vuelve a reunir algunas de las obras de mayor impacto de la colección de la filial. Si antes fueron De Kooning, Picasso, Magritte, Baselitz y Dubuffet (protagonista de una de las próximas temporales en el centro), ahora llegan Stella, Doig, Matta, Miró y Doig. Y donde hasta ahora estuvieron las figuras de papel de aluminio que componían la instalación 'Ghost' de Kader Attia, ahora surgen las diez ovejas negras de Françoise-Xavier Lalanne que prometen convertirse en telón de fondo de un buen puñado de retratos entre los visitantes al Pompidou.
A modo de bienvenida, la imponente composición de Frank Stella 'La vieja del jardín' (1986) contrapone su colorido barroquismo a la sobria 'Torre de Babel' elaborada por Vladimir Tatlin que preside el extremo opuesto de la sala. Entre una y otra, dos lienzos de formato espectacular: 'Personajes y pájaros en la noche' (1974) de Joan Miró con más de seis metros de ancho y 'El domingo de Sylvie' (1976) a cargo de Joan Mitchell. Frente a ellos, reclama una parada detenida la fascinante 'El estanque de No' (1958) de Roberto Matta. Y para cerrar, o abrir, el círculo, 'Hace 100 años' (2001) de Peter Doig, “el Gauguin del siglo XXI” en palabras de Leal sobre el pintor escocés instalado en una isla del Pacífico cuya obra reflexiona, justo, sobre la búsqueda y la pérdida del “paraíso perdido”. De nuevo, las utopías.
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