Javier Calleja, en la capilla del antiguo Palacio Episcopal, donde se realizó la entrevista. Ñito Salas

Javier Calleja

«Quiero vivir del arte más que llegar a un museo»

Javier Calleja regresa a Málaga después de «hacer las Asias» con la obra que ha supuesto su reconocimiento internacional en la última década

Sábado, 4 de marzo 2023, 00:00

Más de una década sin exponer en casa es mucho tiempo. Razón más que sobrada para un regreso especial. En lo sentimental y en lo artístico. Ambas se fundieron ayer en la persona de Javier Calleja (Málaga, 1971), que además ha venido de vuelta para ... mostrar toda esa última producción que en los últimos siete años lo ha convertido en uno de los artistas internacionales más reconocidos. 'Mr. Günter, the cat show' es el título de esta exposición que mezcla sin complejos arte y espectáculo en el Centro Cultural Fundación Unicaja del antiguo Palacio Episcopal. En este mismo espacio trabajaba el artista cuando era técnico de la compañía Japón Montajes de Arte y colgaba las obras de otros artistas. Paradojas de la vida ese mismo país asiático que daba nombre a aquella empresa le ha cambiado la vida al malagueño, que en esta entrevista en la capilla del palacio habla de su éxito y de no tener miedo al cambio, de perseguir el camino propio, de la alergía que tiene a las subastas y de la necesidad de rodearse de un buen equipo que en su caso tiene en Alicia Gutiérrez Mármol a su mejor consejera, además de su pareja.

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-Se ha emocionado en la rueda de prensa. ¿Por qué es tan importante esta exposición para usted?

-Porque es mi ciudad. Después de 13 años tenía muchas ganas de volver. Si me daban la oportunidad, tenía que ser algo grande o no lo hacía. Una exposición pequeñita, con cinco obras nuevas, no me interesaba. Así se lo transmití a Sergio Corral -director de la Fundación Unicaja- cuando hablamos de venir aquí, ya que iba a ser una exposición costosa, porque tenían que traer obras desde Estados Unidos, Japón, Europa… Ha sido difícil de producir, no sólo por el esfuerzo económico, sino humano. Ha sido necesario un equipo de 25 personas para transportar esculturas de 800 kilos, cinco trailers de esculturas… así que verlo terminado, ver como mi equipo se ha entregado de esa manera. Ha sido emocionante.

-¿Se siente profeta en su tierra?

-En Málaga sí. En España, no. Me siento muy querido en mi ciudad, donde siempre me han seguido. Pero también es cierto que te tienes que ir fuera para después volver. El mito de la Piquer de triunfar fuera para que te reconozcan, como Rosalía. En España empiezan a conocerme ahora.

-¿Qué Javier Calleja descubre la exposición?

-No quería una retrospectiva, que es lo que se le hace al artista ya con 70 años. Y después está la antológica que es cuando ya estás muerto. Esa ya vendrá, vamos a dejarla. Aquí me interesa mucho mostrar ese punto de inflexión en mi carrera que fue 2017, con la exposición en AishoNanzuka en Hong Kong, que internacionalizó mi trabajo no sólo en Asia, sino en EE UU y luego en Europa. Me interesaba comenzar la exposición con ese primer personaje que tenía en la cabeza desde hace años, pero no terminaba de atreverme, y terminar con el último que he creado. Unir esos siete años en una exposición en este palacio era lo ideal y se ha cumplido.

Javier Calleja, con una de las obras que se exponen en el Centro Fundación Unicaja. Ñito Salas

-¿Cómo ha influenciado en su obra ese contacto con la cultura asiática?

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-Antes se decía ir a hacer las Américas, pero ahora es hacer las Asias. Algunos dicen que mis personajes vienen del manga, pero yo soy más dibujante de Rompetechos. En mis personajes hay mucho de ese tebeo. En Asia y en EE UU hay mucha cultura del 'cartoon' y del manga, pero llevarlo al arte no es tan fácil, porque salvo algunos artistas, como Takashi Murakami, Yoshitomo Nara o Brian Donnelly, lo han conseguido. Me interesaba mucho que un personaje que puedes encontrar en la puerta de un centro comercial se convierta en una escultura y el público lo viera así. Eso en Asia se valora mucho y nos llevan años de ventaja. En España me dicen que es muy fácil vender mis obras allí, pero en Asia me dicen lo contrario: con la cantidad de artistas que tenemos, cómo se nos ha colado un español. Es curioso.

-También es curioso que la empresa para la que trabajaba en Málaga, Japón Montajes de Arte, fuera una premonición de que su futuro cambiaría en ese país asiático.

-Ja, ja, ja. El dueño de la empresa, David Japón, viene de esos japoneses que llegaron a Coria del Río y se quedaron a vivir allí. No lo había pensado, pero tiene gracia que yo trabajara para una empresa de montaje que se llamaba Japón y al final acabara montando mi obra en Japón. Muy agudo.

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-Sus personajes en los últimos años tienen los ojos menos vidriosos y sonríen más.

-No lo había visto así, pero puede ser. No se puede estar llorando el día entero y cuando empiezas a sonreír es difícil parar. Los personajes evolucionan solos y, cuando pienso que voy a dejar de hacer algo, después me viene por otro sitio. A veces pienso que lo que hago no está en mis manos. Estamos en una antigua iglesia y no quiero parecer divino, pero a veces solo tengo que mover la mano y empezar a fluir.

«En España me dicen que es muy fácil vender mis obras allí, pero en Asia me dicen lo contrario: con la cantidad de artistas que tenemos, cómo se nos ha colado un español. Es curioso»

«Ya no tengo miedo a entrar en una exposición y que me pregunten qué hay que entender, porque les digo que no hay nada que entender, hay que disfrutarla»

-¿Esos grandes ojos son el espejo del alma de sus personajes?

-Todos tienen un poquito de mí. Las frases que les acompañan son muy cotidianas y salen del día a día. Y aunque esos personajes son un poco yo, también creo que todos nos sentimos un poco parte de ellos. Todos entendemos a 'Los Simpson' porque nos vemos reflejado en Homer, Marjorie o el señor Burns. Y me gusta ver que el público se siente reflejado en el texto, el gesto y la imagen de mis obras.

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-¿El arte no está reñido con el 'show' como dice el título de la exposición?

-En absoluto, aunque haya gente que ha intentado reñirle. Si va mucha gente a ver tu exposición, eso ya es un 'show' y no es arte. Por contra, pienso que ya no interesan tanto las exposiciones donde estás más tiempo leyendo la cartela para intentar entender algo. Ya no tengo miedo a entrar en una exposición y que me pregunten qué hay que entender, porque les digo que no hay nada que entender, hay que disfrutarla y te tiene que llegar. Los asiáticos son muy buenos para eso. Ellos dicen: 'Si me gusta un cuadro, no hace falta que me lo expliques y si no me gusta, tampoco hace falta'. Es una experiencia más emocional que intelectual.

-De hecho, en su exposición no hay cartelas.

-Es que hasta ayer -por el jueves-, a última hora, no decidí la posición de algunos cuadros. Así que las están haciendo y colocando ahora. Pero es verdad que solo hay una cartela por sala. No me gusta que cada cuadro tenga una cartela, porque entonces la defines y prefiero dejar la exposición al aire para que respiren las obras.

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-Me ha hablado del componente emocional de sus obras frente al intelectual. ¿Eso ha hecho que ahora mismo los museos y lo institucional no formen parte de su mundo expositivo?

-Puede ir un poco por ahí. Soy de esa generación de artistas que, cuando salíamos de Bellas Artes -y sigue ocurriendo-, todos estábamos obsesionados con llegar al MOMA porque entonces ya te has consagrado y te puedes morir tranquilo. Pero me di cuenta un día que esto provocaba ansiedad y que encima no trabajas en lo que tú quieres hacer, sino en lo que tú crees que le va a gustar al director del museo. Cuando me quité esa piedra de la mochila, dije voy a hacer lo que hago, quiero pagar mis facturas y quiero vivir de esto más que el hecho de llegar a un museo. Y efectivamente, en el momento que cambié a este tipo de obras, las instituciones dejaron de fijarse en mí, porque quizás lo ven como un arte más banal y no con tanta carga intelectual. Pero me da igual porque me he dado cuenta de que el museo no es lo primero que tienes que conseguir, sino que llega al final de la carrera. Lo que intento es vivir de mi trabajo y hacer lo que yo quiero hacer, y sólo el tiempo decidirá si mi obra merece estar en el museo.

Javier Calleja tiene claro su camino frente a los que le critican. Ñito Salas

-Ya que lo reconocen tanto fuera, el reto ahora es conquistar España.

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-En España se conoce mi obra anterior. Antes que no tenía tanta economía hacía piezas pequeñitas para que parecieran grandes y ahora hago obras más grandes que parecen pequeñas. Hice exposiciones en el CAC Málaga, el Centro de Arte de Burgos o el Museo de Huelva. Se me reconocía y se me respetaba como un artista peculiar, pero el cambio se interpretó como que me dedicaba a… Ahora tenemos tantísimos artistas españoles que lo están petando, como Julio Anaya o Ángeles Agrela, pero fuera conocen mejor lo que está pasando aquí.

-Una de las salas está presidida por la frase: «Ni tú ni nadie puede cambiarme». ¿El éxito tampoco?

-Sí, he cambiado. Y además no tenemos que tener miedo al cambio. Ahora tengo a 15 personas trabajando y ya no puedo ver el mundo desde el empleado, porque tengo una responsabilidad con mi galería, mi carrera, varias personas y esto te cambia. Esa frase va en el sentido de que esto es lo que hago y tengo muy claro mi camino por mucho que me digan. 'Ni tú ni nadie' es una frase de una canción de Alaska y es un aviso al 'hater' de que, por mucho que me critique, me resbala.

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-No le va mal para un autor que dice que no sabe vender.

-Yo sé convencer de que te tienes que comprar un cuadro, pero si te lo quieres comprar no se vendértelo. Lo que sí tengo es la capacidad para saber lo que es bueno y el artista que hay detrás de una obra. De hecho, he acabado convirtiéndome en coleccionista.

-¿De quién?

-Pues de todos los artistas que yo admiraba, como Barry Mcgee, Yoshitomo Nara, Mark Rayden, Takashi Murakam, Chris Johanson… Ahora tengo la capacidad económica de poderles comprar obra original, poder conocerlos y ver en ellos el respeto a mi trabajo. Eso se hace con un movimiento de ceja. No hace falta decirlo, se hace con una mirada.

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-¿Y esas obras se pagan con dinero o se intercambian por las propias?

-He aprendido que no hay que hacer intercambios de obras, porque ya me ha pasado que la persona con la que lo hice lo puso en subasta al poco tiempo. Alicia y yo compramos y no pedimos descuentos. ¿Si no quiero que me pidan un descuento, qué hago yo pidiéndolo? Si me lo ofrecen, lo acepto, pero no lo pido. En el extranjero, el coleccionista que te compra no pide descuento y eso hace que el artista se sienta valorado. En España los coleccionistas muchas veces lo que van buscando es el descuento. Y hay alguno que aprieta mucho las tuercas. No te voy a decir hasta el punto de la humillación, pero… Hay que aprender a respetar el artista.

-La cultura mediterránea nos marca.

-Es verdad que somos fenicios y lo llevamos dentro.

-Usted no tiene complejos en vincular lo comercial con el arte, pero entrar en el circuito de las subastas no le gustó.

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-Sí, todo el mundo me felicitaba, pero yo pensaba: «Veremos a ver». Esto puede ser una burbuja y, de hecho, una escultura de la exposición, 'Balloon Baby', es una referencia a la cultura de la burbuja ya que vengo de la generación que nos pilló una burbuja económica por la especulación. Y también me ha pasado que gente que me convenció para que le vendiera, me ha engañado. Por eso intentamos no vender a especuladores, a 'dealers' que te dicen que van a proteger la obra, te piden encima un descuento y al final acaba en una subasta. Con las subastas, yo estaba muy asustado al principio y cuando ha habido varias con obras que han alcanzado el millón o millón y pico, pienso que más tarde o temprano va a bajar. Yo no me llevo ni un duro de estas ventas.

-¿Qué dice a los que vinculan el fenómeno Calleja con una moda?

-Cuando la moda ya dura siete años creo que empieza a llamarse estilo. Tengo la suerte de que esta ola y este éxito me ha llegado con cierta edad. Si esto me pasa a mí con 18 años, te juro que se me va la perola. Así que me estoy preparando para el futuro. Lo importante es ser yo y una de las cosas buenas es que tengo lista de espera de tres años y no puedo producir más de lo que produzco.

«Si este éxito me pasa con 18 años, se me va la perola»

«Sólo el tiempo decidirá si mi obra merece estar en el museo»

-Usted tiene en común con el escritor Javier Castillo y el cantante Pablo Alborán no solo que son malagueños, sino que han llegado a lo más alto haciendo lo que les gustaba y dando a conocer su trabajo en Internet.

-Somos de una generación que empezó en las redes sociales, que han hecho que lo bueno salga. Tiene sus cosas malas, pero es una herramienta muy importante para mí y para para un montón de artistas que no sabían que eran tan buenos. Yo era de los antiredes sociales, porque no me gusta enseñar mi vida. Pero Alicia me convenció de que me abriera Instagram que era solo foto y mi trabajo. Así fue y un día unos galeristas me vieron desde Hong Kong y Japón y decidieron venir a verme. Una buena paella también hizo mucho y el clima malagueño, el resto. Los llevé a comer a la Casa de Botes y Shinji me dijo que quería trabajar conmigo y que quería hacerme muy grande. Le debo mucho porque creyó en mí cuando nadie lo hacía.

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-O sea, la fórmula son las nuevas tecnologías y lo mejor de lo tradicional como una buena paella.

-Efectivamente, pero la paella tiene que ser verdadera. Y en el arte igual. Por mucha tecnología que uses, cuando tienes la obra delante no engaña. Puedes engañar a unos cuantos un tiempo, pero no vas a engañar a todos todo el tiempo.

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