Imaginen que estamos en noviembre (publicada en diciembre) de 1994 en Londres. Así comenzaba, en aquel entonces, el texto de la entrevista que SUR realizó a Carlos Álvarez con motivo de su debut en The Royal Opera House:
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SUR 1994: «Fernando González estaba contento. Después ... de unos cuantos viajes veíamos el cielo de Londres, que es del mismo color azul que en Málaga, sí, pero distinto. Llevábamos 48 horas en las que el sol iluminaba Oxford Street por la mañana; a partir de las cuatro de la tarde, cuando ya es de noche en el corazón de la Inglaterra de Lady Di, son miles de bombillas y adornos navideños los que llaman al nuevo día.
«Mañana hemos quedado con Carlos Álvarez», le comento. «Fenomenal, va a quedar un buen reportaje gráfico con esta luz. ¿Dónde hemos quedado?».
«En Convent Gardent, en la Royal Opera House, a las once de la mañana», le contesto.
Al día siguiente, Londres se despertó con su cara de siempre en noviembre: nubes y lluvias daban esa tonalidad ocre que no tiene nada que ver con la imagen de la niebla que por aquí abajo tenemos y que ya no existe. No era niebla, era el humo de las fábricas...
Carlos Álvarez nos espera en la puerta del gran centro operístico británico. Impecablemente vestido, con la típica gabardina, nos hace señales cuando nos ve aparecer en el taxi. En los carteles se anuncia su debut, para el día 13, y sus siguientes funciones, los días 16 y 19 de diciembre. Otro cartel avisa de que no hay localidades para ninguna de las funciones, y eso que los precios, 10.000 pesetas de media por butaca, son dignos de resaltar.
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Se tratará de 'La Traviata'. Carlos será el padre. Lo ha interpretado al menos 20 veces, pero la de esta ocasión es más especial. Se trata de su primera actuación en la capital de Gran Bretaña, adonde ha llegado con el cartel de primera figura.
Porque Álvarez, malagueño de 28 años, es una gran figura en el panorama operístico mundial.
–La expectación es tremenda. Se han formado grandes colas en estos últimos días para adquirir las últimas entradas que quedaban, que valían a 76 libras cada una (unas 16.000 pesetas)... Por eso me resulta curioso que la gente se queje en Málaga de los precios cuando hay ópera y de las colas. Eso pasa igual en todos lados...».
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Este fue el comienzo de la doble página que SUR publicó en su sección de Cultura el día 29 de diciembre de 1994. 24 años después se repite en los mismos escenarios, incluidas las fotografías, tomadas frente a The Ivy, restaurante de los actores y famosos en West Street y en las puertas de del Royal Opera House. La diferencia es que ahora Carlos Álvarez no es una figura en potencia, sino en toda regla, pues está en la cúspide de la ópera mundial, y que en vez de 'La Traviata' interpreta al personaje principal de Simon Boccanegra, el corsario que llegó a primer duque de Génova. Otra diferencia es que mi gran compañero Fernando González, hoy jubilado, no hizo las fotos…
¿Coincidencias entre aquella entrevista y ésta? Mismos protagonistas, mismo autor de la ópera, Giuseppe Verdi, mismo teatro, misma expectación, mismos precios por las nuevas, aunque ahora ya no son 16.000 de las antiguas pesetas, sino 175 libras –que son 180 euros que significarían unas 30.000 pesetas–: «Y dicen que la ópera en España es cara...».
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Por repetir se repiten las mismas preguntas que en la entrevista de 1994, salvo las finales. Una curiosa experiencia periodística. Ahí va.
–¿Qué queda de aquel Carlos Álvarez que cantaba en la Coral Santa María de la Victoria?
–Queda el amor por hacer música junto con otros, aunque cada uno asuma su responsabilidad de modo individual.
–¿Es consciente de su gran triunfo?
–Si el triunfo se identifica con una óptima realización del trabajo, sigo teniendo la sensación de que, aun con un amplio reconocimiento profesional, mi actitud es la del que se acerca al escenario como si fuera la primera vez, con las mismas ganas de seguir aprendiendo y disfrutando y sin creer haber llegado a ningún puesto determinado.
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–¿Soñaba con él? ¿Cómo eran sus sueños, como la propia realidad?
–No, nunca esperé nada de este trabajo, por lo que continúa representando un regalo para mí. Creo que el público en general sabe que mi vocación profesional era la medicina, incompatible físicamente con los escenarios, el mundo donde se desarrollaba, inconscientemente, mi mayor afición, que se convertiría en privilegiado sueño cuando ya pude ganarme la vida cantando.
1994-2018
málaga
–Con el triunfo llega el dinero, esa pregunta se la hice también en 1994, ¿qué me dice ahora de eso?
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–Pertenecer al grupo de cantantes líricos más representativos de mi generación me ha permitido establecer un caché profesional que está en el top de los teatros de ópera del mundo. Me siento bien remunerado y en grado de contribuir activamente al desarrollo de la sociedad a la que pertenezco pagando el 53% de mis ganancias en impuestos en nuestra región. No puedo olvidarme del rubor que sentía ante mis padres cuando, por primera vez, pude alcanzar cifras que superaban, en una noche, lo que ellos podían ganar en un año...
–Por lo que me dice, familia y amigos son parte importante en su existencia…
–Aun cuando me encanta mi trabajo (trabajo para vivir y no al contrario), el ámbito afectivo mueve la vida de las personas y no soy yo muy diferente al resto. Intentar hacer compatibles la constante ausencia de mi casa con el desarrollo de una profesión itinerante (emigrantes, de cierto nivel, pero emigrantes al fin y al cabo) es por lo que intento inculcar (y llevar a la práctica) la siguiente máxima: ya que no sabemos lo que nos deparará el futuro (y desde el punto de vista de un ateo, ésta es la única y espléndida oportunidad que tenemos en nuestra vida) tengamos en perfecto estado de revista, a la par y en equilibrio nuestros afectos, por lo que intento, incluso en la distancia, saber y hacer saber cuánto amor nos profesamos tanto la familia como los amigos.
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–¿Usted sabía cuando comenzó el pedazo de voz que tenía...? ¿Y ahora?
–Esta actividad artística está basada en una evidencia sine qua non: la materia prima debe existir, si no es muy difícil poder superar determinadas circunstancias físicas que tienen que ver, directamente, con la correcta emisión y proyección de una voz no amplificada artificialmente. Al inicio de mi carrera fueron las personas de mi alrededor las que insistían en percibir, más que yo mismo, unas cualidades canoras compatibles con la profesión belcantista. Con el paso del tiempo y la experiencia profesional, soy consciente de que me he convertido en una voz más atlética incluso, robusta y técnicamente bien equipada para afrontar el trabajo diario, incluso aquel que el público no ve.
–¿Es consciente de que su triunfo fue (es) fulgurante?
–Es verdad que mi paso de estar en un coro amateur (Coro de Ópera de Málaga, Coral Carmina Nova) a asumir papeles como solista y tener grandes responsabilidades interpretativas se produjo en muy poco espacio de tiempo. Lo más difícil fue tener la oportunidad de crecer y mantenerme en aquellos teatros internacionales en los que la tradición identificaba el éxito con el buen hacer vocal y actoral. Aunque bastantes años más tarde de aquellos inicios una enfermedad vocal (displasia severa del epitelio que recubre la cuerda vocal derecha) dejaba claramente a la vista que, incluso con una buena trayectoria profesional, si no puedes cantar, inmediatamente serás reemplazado por otro colega que hará tu trabajo de igual o mejor modo. Afortunadamente, gracias a la inestimable ayuda de mis doctores/amigos Ginés Martínez Arquero y Rosa Bermúdez de Alvear, pude recuperarme definitivamente para volver a degustar este trabajo desde 2011 hasta hoy mismo.
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la vida
¿qué le queda por hacer?
–¿Le fastidia cuando equivocadamente le califican como tenor...?
–No, después de tantos años sería normal que la educación musical en nuestro país hiciera imposible esa falsa identificación entre ser tenor (solo una mera clasificación vocal dependiente de la anatomía y la fisiología humanas) y la percepción de que, si llegas a lo más alto del escalafón lírico no puedes ser otra cosa que tenor (tenora, con peor gusto incluso, en el caso femenino). Una vez, en una rueda de prensa, un periodista (no especializado, of course) me preguntaba que, si estudiaba, si podría llegar a ser tenor. Mi respuesta, de modo indirecto, fue comentarle a mi compañero bajo, con un pequeño codazo en el costado: «No te queda nada todavía». Hoy en día, para que no haya problemas de identificación, puedo hacer dos cosas: o seguir dando, de manera pedagógica, la clasificación vocal (de más agudo a más grave y femenino/masculino, respectivamente: soprano, mezzosoprano, contralto/tenor, barítono –que soy yo–, bajo) o decir que, como figuraba antes en nuestros DNI, como profesión diga 'cantante lírico', sin equivocación posible.
–Hay 'estrellas' que no saben ni la hora que es de otras cosas que no tengan referencia con su profesión. Es algo que me llama mucho la atención…
–Tiene que ver directamente con el grado de compromiso que uno mantenga con la sociedad a la que pertenece. También, sin duda, con la curiosidad que uno demuestre y el compromiso de continuar aprendiendo como actitud generadora de interés por la vida, en general. Se habla del glamour, del sacrificio al que obliga este trabajo: quien haga mucho hincapié en estas circunstancias, o no es muy profesional (es un trabajo de alta intensidad física, intelectual y emocional) o intenta disfrazar sus incongruencias con un alejamiento de la realidad. En mi caso, con amigos sinceros y una familia tan iconoclasta como la mía, donde soy uno más y no siempre tengo la razón o la última palabra, si no estás con los pies en el suelo no estarás a la altura justa. En la conferencia magistral de aceptación de mi título de Doctor Honoris Causa por la UMA decía, textualmente: «Mi objetivo vital está siempre más cerca del compromiso que de la gloria».
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–¿Es consciente de que sólo su voz atrae a la gente? ¿Le hicieron propuestas para trabajar en radio...?
–Sí, ambas preguntas siguen teniendo una respuesta afirmativa. Una voz impostada naturalmente tiene un atractivo físico (debe ser cosa de la vibración telúrica que una voz grave ejerce en los demás) y también para la radio, aunque considero que es más importante el contenido del mensaje que cómo se dice: hoy en día, tras muchos años de carrera y una cierta transcendencia social más allá del conocimiento o no de mi trabajo, he de pensar muy bien qué quiero transmitir y cómo. Con esta voz, quizás la envoltura no desentone mucho.
–Usted ha repetido una y otra vez que tiene los pies en el suelo, que no se le ha subido el éxito a la cabeza. ¿Qué me dice del veneno de los aplausos?
–El aplauso es la consecuencia de todo un proceso en el que, finalmente, interviene el público en forma de plebiscito, aunque, sinceramente, suceden cosas durante los ensayos que el público no ve pero que merecerían ser aplaudidas: pequeños privilegios de esta profesión, que te rodea de los grandes maestros y que te emociona como si fueras un principiante. Eso sí, cuando después de una actuación aparece la ovación, la cara de satisfacción y el 'chute' endorfínico que produce es inigualable. Como anécdota: he ganado dos Premios Grammy y ambas estatuillas sirven para sujetar libros en casa, pero me emociona y me asombra que un IES en Churriana lleve mi nombre, que una banda de Cártama se llame como yo o que una avenida en Cártama Estación lleve el nombre de tres generaciones de Carlos Álvarez (una foto con mi padre y mi hijo lo corrobora).
–¿Le influyen las críticas?
–Todos leemos las críticas; quien diga que no, omite la verdad. Esta profesión está expuesta a la opinión de todo el mundo, conozca o no el trabajo, la trayectoria o al propio artista y su circunstancia vital, haya asistido a la función o no, por lo que debemos aceptar, como parte del contrato, que los demás digan de ti lo que se les ocurra. Solo pongo una premisa, importante en el mundo de relación en general, en el de la crítica en particular: que no se mienta. Por eso, mi referencia crítica no es la opinión firmada de la prensa, generalista o especializada, ni mucho menos la que se dispara desde el anonimato en las redes sociales (no existían en 1994 y no estoy tampoco ahora...); me conforta mucho más cuando, desde los teatros me dicen, tanto compañeros de reparto como programadores (o incluso, el portero que me recibe el primer día de ensayos...): ¡Qué alegría volver a trabajar contigo!, o recibir un comentario elogioso de los compañeros del coro. Una sonrisa de emoticono se dibuja en nuestras caras.
–¿Y Málaga qué significa para Carlos Álvarez?
–Málaga es mi referencia vital, ahora compartida con Sevilla, donde también tenemos residencia. En Málaga está el inicio de todo y mi compromiso social y cultural más intenso, devolviendo de algún modo a mi ciudad lo que en su día ella me permitió disfrutar.
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–Milán, Madrid, Londres, Zurich, Viena... Premio Diario SUR 1994, ¡ no sé qué hará de 1994! (pregunta del 94), ¿recuerda aquel año?
–28 años de edad. Dejo de fumar definitivamente. Soy el primer artista español exonerado de hacer el Servicio Social Sustitutorio del Servicio Militar obligatorio por decisión del Consejo de Ministros. Digo definitivamente que no a la oferta del maestro Riccardo Muti de hacer Rigoletto en La Scala de Milán. Nobel de la Paz para Arafat, Peres y Rabin... Excepto seguir sin fumar, nada es igual.
–¿Cuándo actuará de nuevo en Málaga?
–En el mes de mayo de 2019, en el Teatro Cervantes, con una producción de 'Otello' de Verdi.
Hasta aquí las mismas preguntas, con evidentes distintas respuestas, respecto a la entrevista de 1994. Estas son ahora las de noviembre de 2018.
–¿En qué ha cambiado Carlos Álvarez de 1994 a 2018?
–Las tres causas fundamentales de mi renuncia aquel año a asumir la responsabilidad de Rigoletto en La Scala han cambiado: soy 24 años más mayor (mi coronilla hoy luce con la pequeña tonsura capilar, herencia de mi abuelo materno Manolo Rodríguez Peña, el recordado bedel de la Escuela de Comercio); soy padre de dos buenas personas: Carlos y Alejandra (20 y 18 años, respectivamente); conozco el sufrimiento más de cerca (mi padre ya no está desde 2010, y lo echo de menos). Disfruto de un nuevo matrimonio con mi mujer, Valle Duque, aunque me siento orgulloso de la relación que mantengo con Carmen, la madre de nuestros dos hijos, y el resto de la familia. Sé más (o eso creo)...
–¿Qué queda de aquel barítono que debutaba por entonces en 1994 en la Royal Opera House londinense?
–En términos profesionales queda todo, porque se ha producido un efecto acumulativo de experiencia y conocimiento basado en la elección adecuada de tiempos y repertorios, en saber decir que no en situaciones críticas y puntuales, en ir asumiendo responsabilidad vocal y artística conforme iba madurando; pero, sobre todo, quedan las ganas de seguir haciendo un trabajo que me apasiona y al que me acerco con la actitud de como si fuera la primera vez o, tras el periodo de incertidumbre vocal de 2008 a 2011, como si fuera la ultima: no se queda nada en los bolsillos. En cuanto a denominación, ya no soy el «joven barítono malagueño», cuya autoría pertenece a Manuel del Campo y del Campo, sino, con perdón y sin pretensión alguna, y solo apelando a la realidad, el excelentísimo e ilustrísimo señor con algún que otro reconocimiento regional, nacional e internacional y que, lejos de hacerme sentir ufano, conlleva para mí una mayor responsabilidad y compromiso con la sociedad a la que pertenezco.
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–¿Y cómo ve a Málaga respecto a 1994?
–Nuestra ciudad, que en aquellos años no tenía otra opción que crecer y cambiar urbanísticamente, con proyectos comunitarios importantes, se ha convertido en un mediano referente económico y museístico, sin que hayamos conseguido establecer, todavía, los objetivos clave para la definitiva expansión malacitana…
–Yo dije en la entrevista que era la voz del siglo XXI... ¿Se cumplió?
–Estamos en el siglo XXI y sigo cantando en buenas condiciones; mi agenda se acerca al primer cuarto de siglo con buenas expectativas. Estamos en el camino…
–¿Qué le queda por conseguir?
–¡Un auditorio para nuestra ciudad!
–¿Y por hacer?
–La función de mañana, las siguientes, querer a los que me quieren y ver crecer a mis hijos como dos orgullosos ciudadanos del mundo.
Carlos Álvarez dixit.
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