De la prohibición alcohólica al actor etílico
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Tal día como hoy nacía la Ley Seca que a su vez engendraría la mafia líquida, y moría Robert Mitchum, quien tuvo la fortuna de aficionarse al bourbon en la era post Elliot NessTERESA LEZCANO
Málaga
Domingo, 1 de julio 2018, 00:48
El uno de julio de 1917 nacía, no por generación espontánea sino por enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, la llamada Ley Seca, que sería ratificada federalmente un año y medio más tarde, y que no consistía en mostrarse antipático por decreto sino ... en la prohibición de manufacturar y consumir bebidas espirituosas, exceptuando la importación de vino de Jerez para uso medicinal o religioso. Habida cuenta sin embargo que el Jerez tenía unos precios desaforados para el común de los mortales que gustaban de empinar el codo con mayor o menor frecuencia e intensidad, los americanos del norte se percataron de que súbitamente estaban todos muy sobrios pero también muy cabreados; circunstancia que aprovecharon algunos espabilados para montarse un sofisticado negocio de bebederos y bebedores clandestinos que no sólo remojaron convenientemente la sequedad de la ley sino que, aprovechando que el río Chicago pasaba por la homónima «ciudad de los vientos», se sacaron de la manga etílica un embrión mafioso que no tardó en multiapradinarse por el territorio estadounidense con notable afán gangsteril. De ese modo, mientras el ciudadano de a pie iba adquiriendo, a precios exorbitantes y en el mercado negro, unos grados de ebriedad ilegal, los Al Capone y Dean O´Banion de turno iban jugando al escondite y a las dianas móviles con bandas rivales y con los intocables de Elliot Ness, que resultaron mucho más tocables de lo previsto. Después el congreso estadounidense se dio cuenta de que el remedio seco había sido mucho peor que la enfermedad líquida y derogó la prohibición con una nueva enmienda a la enmienda, aunque al recién constituido crimen organizado ya no había quién lo desorganizara. Y es que el desorganizador que lo desorganice, muerto desorganizador será...
Ochenta y un años después del nacimiento de la Ley Seca, moría Robert Mitchum, quien tuvo la fortuna de aficionarse al bourbon en la era post Elliot Ness. Tras ser expulsado de una High School de Delaware por zurrar al mismísimo director de la escuela, Mitchum se fue a vagabundear en tren Estados Unidos arriba, Estados Unidos abajo, mientras iba probando diversos trabajos entre los que se incluye el de boxeador profesional, que según algunos biógrafos le dejó tras una paliza mal dada y peor recibida su famosa mirada semi somnolienta y como de cachorro apaleado, aunque no faltan los mitchumianos de pro que aseguran que ya venía así de fábrica. Una vez actorizado, fue encadenando westerns y films de cine negro, mientras se iba bebiendo hasta las colonias de sus coprotagonistas y, cuando salía de juerga con sus amigos Orson Welles, Frank Sinatra y John Wayne, hasta los desinfectantes con los que se curaba las magulladuras de sus peleas semanales. Tras ser detenido, junto con otros hollywoodenses fiesteros y noctívagos, por posesión de marihuana, Mitchum fue condenado oficialmente a dos meses de cárcel y extraoficialmente a quedarse compuesto y sin Oscar para defender el supuestamente abstemio nombre de la Academia, y se fue a rodar Río Sin Retorno junto a Marilyn Monroe, con quien absorbió esponjosamente todo el Jack Daniel´s del mundo mientras iban manteniendo un affaire al que el actor pondría fin para ir a encurdarse a mojitos con Ava Gardner, a su vez sustituida por Shirley MacLaine y y sus nada bucólicas aunque altamente tequilizadas margaritas. En 1983, con sesenta y seis años empapados de jugos etílicos de diversa procedencia, Robert fue contratado para protagonizar la miniserie Vientos de Guerra, aunque iba tan ciego a todas horas que no recordaba los textos y lo tuvieron que internar en el centro Betty Ford, donde se desintoxicó lo suficiente para poder seguir bebiendo hasta poco más de un mes antes de cumplir los ochenta años, fecha en que ya llevaba tiempo entreteniendo su enfisema pulmonar con la cantidad de alcohol apropiada para morirse sin enterarse demasiado de que se estaba muriendo. Como dijo el propio Mitchum en una de sus réplicas de Retorno al Pasado, «Nunca he aprendido gran cosa escuchándome a mí mismo». Los espectadores sí que hemos aprendido viéndole, mister Mitchum.
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