Borrar

Uno andaba navegando por los veinte cuando, como un florecer inesperado, llegó en 1998 el primer Festival de Málaga. Me recuerdo entonces, media vida ha pasado, yendo de acá para allá con mucho brío, jazmines en el pelo, rosas en la cara, del Cervantes a ... la Alameda, todo el día con energía. Dando zanquetazos en busca de los famosos de aquel año iniciático, ah, donde todo era una apuesta y un kiosco con sombrillas y sillas de plástico frente al teatro, como una barra de verbena venida a más, como las primeras noches de nuestras vidas. Era marzo y no había fiestas secretas sino íntimas en calle Cañón o en los Baños del Carmen; apenas había resacas, no importa lo que bebiéramos; Méndez-Leite, al que reconocíamos como al señor de 'La noche del cine español', ya hacía de esto algo suyo; Fernán-Gómez atendía preguntas ditirambos en ruedas de prensa, donde exhibía educación y cierto pasmo; empezaron a brotar las caza-autógrafos pero, ojo, en una era 'pre-selfies', 'pre-smartphones', 'pre-pandémica' y hasta muy precavida. Yo hacía mis pinitos periodísticos, con Manolo Bellido dándome clases de saber estar, y sin saber que aquel erial a pastos se convertiría a pasito lento en un vergel masivo donde ya hasta viene gente del quinto pinto. Vinieron luego épocas de sequía, otras de diluvio, y para mí reencuentros felices con Griñán o Fernando González, ay, con risas por los vaivenes del pastoreo de las masas ante los ídolos de turno. Pero siempre fue una semana al año tan fructífera como un campo de Alcarràs.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur 25 primaveras