Adaya González
Viernes, 24 de enero 2020, 15:39
Esperanzas rotas, torturas, violencia extrema, abandono; la sensación de triunfo por haberlo conseguido y la de la culpabilidad por los que se quedaron en el camino... Los refugiados y los que deberían serlo saldrán por una noche del olvido gracias a la 34 edición de los premios Goya.
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Independientemente de que se alcen con la preciada cabeza de Goya o no, títulos como «Maras» o «El sueño europeo: Serbia» han logrado su principal objetivo, que es el de difundir una realidad que sigue pasando desapercibida, comentan a Efe sus directores, Salvador Calvo y Jaime Alekos.
En el primer caso, el cineasta madrileño, que ya sabe de lo que va esto de los premios de la Academia de Cine gracias a «1898. Los últimos de Filipinas», aspira a convertirse en el mejor cortometraje de ficción basado en testimonios reales de víctimas de las maras atendidas por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y recogidos por el guionista Alejandro Hernández.
«Lo sobrecogedor es que ellos son los que han conseguido llegar, pero todos tienen a alguien que se ha quedado en el camino; por una parte tienen un sentimiento de triunfo por haberlo conseguido, pero por otro lo tienen de culpabilidad y eso les atormenta», explica Calvo.
Violar a una hija delante de su familia, asesinar a un padre que se resiste a desvelar el paradero de su hijo, dar una paliza a un amigo para sacar información... Son algunas de las consecuencias de no someterse a los deseos de estas pandillas en El Salvador, Guatemala y Honduras. Estos tres países suman más de 10.500 asesinatos, 29 al día.
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Consecuencias que, sin embargo, no dan derecho a acceder al estatuto de refugiado; así que Calvo decidió «devolver el favor» con este corto a CEAR, que previamente le había ayudado con «Adú», un largometraje también con la inmigración de trasfondo que se estrena la semana que viene.
Al igual que el productor David Puttnam, él quiere hacer un cine que «cuente historias que nos hagan viajar, pero que también tenga una defensa de los valores humanos». «El cine es un arma social y hay que saber utilizarlo para intentar que el mundo vaya mejor, o eso es lo que sueño yo«, asegura el regidor.
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Con el guionista de «Maras» fantaseó de que su obra pudiera aspirar a un goya. «Y ahí estamos», celebra Calvo, feliz de compartir nominación con otros «grandes» candidatos, entre ellos otra historia de inmigración, «El nadador», de Pablo Barce.
Ahora espera que lo vean «los ministros de Interior y Cultura» y, ya que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, acudirá a la gala, «pues también». «Ganemos o no lo que queríamos ya está hecho, que era difundir estas historias», asegura.
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«El sueño europeo: Serbia» narra las consecuencias de la emboscada europea a miles de refugiados paralizados en la frontera húngara que ha merecido una nominación a mejor cortometraje documental.
Una nominación que Alekos ha recibido con «sorpresa» y también con la «alegría» de que pueda servir para dar a conocer este aberrante episodio de la historia reciente. Entre sus competidoras, «Nuestra vida como niños refugiados en Europa», de Silvia Venegas.
Enero de 2017. Hace un año que Europa, a instancias de Austria, decidió sellar la ruta de los Balcanes y dar un portazo a los cientos de miles de personas que aspiraban a encontrar en este continente una vida mejor.
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Alekos vivió en directo ese cerrojazo, en su primer viaje a Grecia en febrero de 2016; el peregrinaje de estos refugiados hacia Europa central copaba desde hace meses las noticias, y para él era un acontecimiento con el que conectó «inmediatamente desde el punto de vista emocional, intelectual y humano».
De Lesbos se fue a Idomeni, donde su cámara captó por ejemplo a cientos de refugiados que trataban de escapar atravesando el río que separa Grecia de Macedonia. Él mismo se metió en el agua para captarles lo más cerca posible.
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Un año después, viajó a Serbia para ver de primera mano las secuelas del cierre: casi 8.000 personas, el 43 % de ellas menores, bloqueadas en Serbia «sin expectativas ni la esperanza de que van a llegar a su destino», y torturados, insultados, aterrorizados y ninguneados por la policía húngara.
De los chicos entrevistados, todos menores, que ponen cara a esta barbarie en el documental y de los que hoy sabe que esperan en distintos países europeos poder regularizar su situación, la conclusión que extrajo Alekos es la de «su sensación de abandono y de olvido y de una esperanza que ya se ha roto«.
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«Lo único -añade- que hace que sigan adelante es un instinto de supervivencia en el mejor de los sentidos que a mí me tiene fascinado».
Si se lleva la estatuilla, el fotoperiodista no cree que le «vaya a cambiar mucho», aunque sí que le va a dar «más seguridad para apostar por historias personales«. »Por desgracia hay temas para elegir«, lamenta.
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