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Terminaba el siglo XIX, él estaba a punto de cumplir 30 años y sus escasos ingresos como artista eran el único sustento para su familia de tres hijos (Marguerite, Jean y Pierre); y sin embargo, Henri Matisse decidió endeudarse con el marchante Ambroise Vollard ... para comprar un dibujo de Van Gogh, un busto en yeso de Rodin, una pieza de Gauguin y un pequeño lienzo de Cézanne. Los conservó durante el resto de su vida como talismanes en la búsqueda de su propio camino. Y el eco de todos ellos, pero sobre todo de la pincelada gruesa y oscura de Cézanne, emerge en el 'Autorretrato' (1900) que Matisse realizó apenas unos meses después de aquella compra.
Justo ese 'Autorretrato' da la bienvenida ahora a la exquisita exposición que el Centre Pompidou Málaga dedica al gran baluarte del arte moderno, al antagonista cómplice de Pablo Ruiz Picasso en la revolución plástica de la primera mitad del siglo pasado. Y de la mano de Matisse, el Pompidou de Málaga toca techo por ahora con una exposición tan ajustada como potente, tan deliciosa como profunda. Porque a través de este medio centenar de obras de Matisse procedentes del Centre Pompidou de París puede establecerse un relato cabal de las idas y venidas del arte moderno, al tiempo que cualquiera puede entregarse al mero goce estético de cada pieza.
«Ciertamente de su obra emana una forma de dicha, pero el precio a pagar consistió siempre en un arduo trabajo que perseguía ocultar ese esfuerzo. El arte hecho de 'equilibrio, pureza y serenidad' al que Matisse aspiraba era en realidad el fruto de un forcejeo; un arte luminoso y simple de contemplar, pero complejo en su génesis», escribe la comisaria de la exposición Aurélie Verdier en el catálogo de la muestra. Y justo esa simbiosis entre ambición intelectual y pura belleza es una de las grandes fortalezas del proyecto presentado este miércoles en el Centro Pompidou Málaga y convertido ya en uno de sus grandes hitos, quizá en la cima hasta el momento de su programa de exposiciones temporales.
Porque 'Henri Matisse. Un país nuevo' plantea hasta el próximo 9 de junio la búsqueda incesante de un artista asomado al primitivismo y el impresionismo en la bisagra entre los siglos XIX y XX, el estallido del color 'fauvista', los coqueteos con la esquematización de las formas, el posterior regreso a cierto clasicismo en la felicidad de la costa francesa, las investigaciones con papeles recortados y la entrega final a la faceta por la que es más conocido: el uso del color.
«Matisse en español es el 'matiz', eso lo resumiría. Es un pintor del color, pero esta exposición tiene una pertinencia contemporánea, porque la pintura de Matisse llama a los sentidos, pero da un espacio para el espíritu», avanzaba este miércoles Verdier, conservadora de las Colecciones Modernas del Museo Nacional adscrito al Centre Pompidou de París, sobre un proyecto que además despliega la versatilidad de Matisse en los diferentes soportes y técnicas que abordó, de la pintura a la escultura, pasando por el dibujo y los collages.
Esa creatividad expansiva recibe la contención justa en un montaje -firmado por el malagueño Francisco Bocanegra- capaz de conceder a cada pieza su protagonismo, dejando el espacio necesario y al mismo tiempo sugiriendo puentes estéticos y conceptuales entre las creaciones del maestro galo. Sucede desde esa sala inicial con el 'Autorretrato' (1900) enfrentado a un conjunto de bocetos a lápiz y, entre uno y otros, esculturas como 'Madeleine II' (1903) que ilustran la deuda que Matisse aún tenía con Rodin. Y más deudas. O herencias. Así el eco impresionista del 'Puente de Saint-Michel' (c. 1900) convive con ese primitivismo de Cézanne y Gauguin en el autorretrato y en 'Naturaleza muerta con chocolatera' (1900-1902).
Todo cambiaría poco después. En 1905, el retrato de su esposa Amélie titulado 'Mujer con sombrero' fue la punta de lanza del escándalo que Matisse y sus secuaces (Manguin, Marquet y Camoin, entre ellos) provocaron en el Salón de Otoño parisino donde presentaron sus obras. El crítico Louis Vauxcelles saludó a aquellos jóvenes pintores como 'fauves' (fieras) y quiso poner tierra de por medio frente a su «orgía de tonos puros».
Matisse fue señalado como cabecilla de aquel grupo. Cada exposición se convirtió en una batalla íntima y social. Pero aquellas reacciones no mellaron su afán de radicalidad hasta cruzar su camino artístico con el malagueño Pablo Ruiz Picasso. Esa tensión subterránea que permanecería hasta el resto de sus vidas queda evidenciada en la exposición del Centre Pompidou Málaga, sobre todo, en el conjunto de dibujos con desnudos femeninos que Matisse aborda en 1907 casi como esbozos de 'Las señoritas de Avignon' que ese mismo año firmaría Picasso.
Llega entonces, casi como otra vuelta de tuerca, la 'Mujer argelina' (1909) pintada por Matisse en la primavera de 1909 tras una estancia en el norte de África. Las esculturas en bronce van redondeando sus contornos y a la vuelta de la esquina espera el retrato de 'Auguste Pellerin' de mayo de 1917. En realidad, se trata de la segunda versión que Matisse realizó de la semblanza del industrial y coleccionista, porque la primera le pareció demasiado mansa al protagonista de la escena. Matisse respondió al envite con un cuadro sin concesiones, depurando los rasgos hasta el óvalo y el trazo duro, fundiendo en negro al mecenas con el sombrío telón del cuadro, poniendo una vela a Cézanne y otra a Picasso.
La capacidad de Matisse para multiplicarse y expandirse llega de nuevo al comprobar como ese retrato de Pellerin lleva la misma fecha que el más naturalista 'Lorette con taza de café' (1917) y que apenas unos meses más tarde firmaría 'El violinista en la ventana' (1918), reduciendo la figura al esquema, al hombre a sólo un signo.
Pero Matisse reservaba otro viraje y bien que lo muestra la exposición del Centre Pompidou Málaga patrocinada por la Obra Social La Caixa y la Fundación Cruzcampo. La alegría de vivir entraría por la ventana de su residencia en Niza hasta filtrarse en interiores luminosos y coloridos, en ordalías sensuales y ausentes, en bodegones como esa 'Naturaleza muerta con aparador verde' (1928) que espera en un recodo de la exposición de la filial malagueña.
Y ese aire reflexivo que desprende el bodegón de Matisse casi enlaza con las preguntas al aire lanzadas este miércoles por el presidente del Centre Pompidou, Serge Lasvignes: «¿Por qué Matisse? ¿Por qué en Málaga? Hay circunstancias de tiempo y de lugar. Es el 150 aniversario de su nacimiento y vamos a contemplar muchas exposiciones, incluida la del Centre Pompidou de París en 2020. Pero comenzamos en Málaga, porque nos encanta Málaga».
Lasvignes ha recordado la capacidad de la obra de Matisse para seducir a «un público muy amplio, desde los especialistas hasta el público general» y con esa baza ha mostrado su deseo de que el nuevo proyecto de la delegación malagueña sea «la exposición más visitada del Centre Pompidou Málaga hasta la fecha». Ofrece así el Pompidou de Málaga «una selección no muy grande pero muy potente que recorre medio siglo de la historia de la pintura del siglo XX», en palabras de José María Luna, el director de la agencia municipal de museos que gestiona el Centre Pompidou Málaga, la Colección del Museo Ruso y la Casa Natal de Picasso.
Una llamada a los sentidos de parte del «jefe de filas de la vanguardia internacional», según la comisaria de una muestra que camina otra vez hacia la depuración de formas planteada en 'Desnudo sentado rosa' (1935-36) y llevada a un nuevo estadio en las composiciones con papeles recortados de los años 30 a modo casi de preámbulo de la última etapa del paseo.
Llega el espectador así a los interiores domésticos de los años 40. Al puro color, el puro goce, de 'Naturaleza muerta con magnolia' (1941), 'Interior con amarillo y azul' (1946) hasta terminar frente a 'Gran interior rojo' (1948). Unas mesas con flores, una silla, las mascotas jugando por el suelo. Lo había dicho Matisse 40 años antes: el arte debe ser como «un buen sillón» donde el espectador se siente a descansar. Así que pónganse cómodos, disfruten de Matisse en el Pompidou.
Título: 'Henri Matisse. Un país nuevo'.
Lugar: Centre Pompidou Málaga.
Fecha: Hasta el 9 de junio.
Horario: Abierto todos los días, salvo los martes (a excepción de festivos y vísperas de festivos), de 9.30 a 20.00 horas.
Precios: Entrada general a la colección, 7 euros; exposición temporal, 4 euros; combinada, 9 euros.
“Acabamos de tener la idea más extraña y más imprevista. La de reunir en una exposición a los dos maestros que representan dos formas opuestas de entender el arte contemporáneo”. El poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire escribió estas líneas después de visitar la muestra que por primera vez reunía las obras de Henri Matisse y de Pablo Ruiz Picasso. Corría el año 1918 en París y un siglo después, la ciudad natal de Picasso vuelve a ofrecer la posibilidad de asomarse al trabajo de ambos genios.
“Matisse en Málaga se une con el segundo gigante del arte moderno y del siglo XXI, que es Picasso. Ya sabéis que hay una historia apasionante entre ellos. Matisse decía sobre Picasso: ‘Tenemos una fraternidad entre nosotros artística, ciertamente’. Y en esa forma de decir 'artística' daba a entender que hay una fraternidad más allá de la intimidad”, ofrecía este miércoles el presidente del Centre Pompidou de París, Serge Lasvignes, durante el estreno de la exposición 'Henri Matisse. Un país nuevo' en el Centre Pompidou Málaga.
“Entre Picasso y Matisse podemos hacer todo el recorrido del arte moderno. Son dos personalidades totalmente distintas. Para uno es acentuar la forma y el color y para Picasso, es el dibujo”, añadía el máximo responsable de la institución francesa. “Me gustaría mucho que la gente que vea Matisse de aquí vaya al Museo Picasso y establezca un diálogo entre las obras”, apostillaba Lasvignes, para quien ambos autores “tienen puntos en común”. Entre ellos, su tardía introducción en las colecciones nacionales francesas. “Llegaron cuando uno tenía más de 70 años y el otro, 80”, ha compartido este miércoles Lasvignes en la filial malagueña.
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