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En ocasiones necesitamos que alguien nos recuerde lo que hacemos bien, que somos importantes para determinadas personas y determinados ámbitos. Y ahora que las autoridades sanitarias desaconsejan el contacto físico para evitar la propagación de un virus planetario, el Centro Pompidou Málaga no da una ... palmadita en la espalda, sino que pone frente a los ojos el papel crucial que los autores españoles han tenido en la Historia del Arte del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Lo hace a través de una exposición de larga estancia («colección semipermanente» la bautizan) que por primera vez reúne los fondos de arte español del museo parisino. Con este imponente catálogo, el Pompidou presenta el trabajo de creadores de este lado de los Pirineos en suelo francés a través de 90 obras de 41 artistas diferentes y plantea el viaje cronológico y plástico desde Joan Miró y Pablo Ruiz Picasso en las primeras décadas del siglo pasado hasta la palpitante actualidad de La Ribot, Cristina Iglesias o Miquel Barceló.
Pero además, la muestra titulada 'De Miró a Barceló. Un siglo de arte español', presentada este jueves en la filial malagueña, ofrece una lectura más honda, marcada por el contexto de sus dos antecesoras. De hecho, el Pompidou de Málaga parece encontrar aquí la horma de su zapato artístico. Por emplear el símil deportivo, podría decirse que para esto 'fichó' el Ayuntamiento de Málaga al museo francés: para ser capaz de reunir una exposición de primer nivel internacional a partir de un discurso claro -sin necesidad de ser demasiado novedoso-, armado a partir de un conjunto de obras referenciales de artistas consagrados. Atrás parecen quedar las aproximaciones más 'intelectuales' de las «colecciones» anteriores en torno a ideas como la metamorfosis o las utopías. Y así, una mirada panorámica a esas tres 'colecciones' ofrece un viaje gradual desde el mayor afán experimental de la primera propuesta hasta la constatación actual de que, con los mimbres de los que dispone (la colección de arte moderno más importante de Europa), el Centre Pompidou Málaga puede hacer un 'producto' más accesible para el gran público sin abandonar el rigor intelectual y cierta exquisitez formal en el montaje final.
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Pese a todo, en la presentación este jueves volvió a sonar de la parte parisina la presentación de la filial malagueña como un «laboratorio», palabra con la que se definió desde sus orígenes el proyecto que ahora cumple cinco años. Esa idea parece menguar en las salas expositivas para centrarse en el carácter pionero del Centro Pompidou Málaga como una institución con los mandos compartidos entre París y la capital de la Costa del Sol. «Aparte de los guardias se seguridad, todos los equipos del Centre Pompidou de París han trabajado con Málaga», bromeaba el presidente de la institución francesa, Serge Lasvignes, sobre la colaboración entre ambas partes.
Junto con esa reivindicación del trabajo común, el presidente del Pompidou lanzaba otra idea que sirve tanto para el centro malagueño como para la obra de los artistas ahora representados en su nueva propuesta: «Frente a los fantasmas inquietantes del pasado, la cultura y los intercambios cultuales son lo que dan fuerza para combatir estos problemas. (…) En los periodos de guerra y repliegue, la cultura es la que tiene más resilencia para espantar esos fantasmas y esta exposición ilustra perfectamente esta ambición».
Un «mensaje de resistencia» reivindicado para el montaje por la comisaria de la propuesta, de nuevo la directora adjunta del Museo de Arte Moderno Centro Georges Pompidou, Brigitte Leal, también artífice de las dos 'colecciones' anteriores del Pompidou de Málaga. Ahora sigue estrechando el centro los «lazos culturales entre los dos países» a partir de un recorrido abierto con el listón en lo más alto: las tres piezas de Juan Gris tituladas 'La alfombra azul' (1925), la maravillosa 'Vista de la bahía' (1921) y 'Pierrot con racimo de uvas' (1919).
Justo esta última tiende el puente entre el cubismo de los años 20 capitaneado por Gris y Picasso con el surrealismo, que encontraría otra sugerente pasarela en la obra de María Blanchard, aquí reivindicada en pie de igualdad de sus compañeros varones y autora de las imponentes 'Niño jugando con aro' (1917) y 'El niño del helado' (1925). Sólo la contemplación de estas dos piezas, una junto a la otra, destila una clase magistral para comprender el desarrollo de las primeras vanguardias artísticas de principios del siglo XX.
Las esculturas de Pablo Gargallo sirven de testigo a estos diálogos que dan paso a la sala dedicada al surrealismo, donde las composiciones de André Masson, Max Ernst y Francis Picabia desembocan en la irreverente potencia visual de Salvador Dalí, que filtra su fetichismo sexual en 'El zapato de Gala' (1931-73) y su vocación bufonesca en el lienzo 'Alucinación parcial. Seis imágenes de Lenin sobre un piano' (1931).
Reivindicaba Leal la «diversidad» del movimiento surrealista ilustrada por la selección de obras reunidas en este apartado del paseo. «Cada autor tiene su mundo y su universo artístico», ofrecía la comisaria del montaje que brinda un fragmento de la película a cargo de Dalí y Luis Buñuel 'Un perro andaluz', enfrentada a la sutileza de Jaume Plensa, José María Sicilia y Juan Uslé en el pasillo que desemboca en la potente reunión de Pablo Ruiz Picasso y Julio González. Pintura y escultura dialogan aquí hasta llegar a la pared donde tres retratos del malagueño a Dora Maar, fechados en los años 30 y llamados a convertirse en uno de los puntos álgidos de la nueva colección de Pompidou.
El carácter misceláneo de la sección dedicada a los artistas españoles en la Escuela de París, con presencia del malagueño Miguel Ortiz Berrocal y su escultura desmontable titulada 'Streap-tease móvil (Opus 57)' de 1963, contrasta con la rotunda coherencia plástica del espacio dedicado a la pintura matérica, donde reinan Antonio Saura, Manolo Millares y Antoni Tàpies. El color y la crítica de Eduardo Arroyo sirven de catalizador entre las estancias anteriores y el espacio central del Pompidou, donde la delicadeza de 'Passage II' (2002) de Cristina Iglesias ocupa la zona presidencial, tomando el testigo a las esculturas de papel de aluminio de Kader Attia y al rebaño de ovejas negras a cargo de Françoise-Xavier Lalanne. Quizá sólo esa elección para su espacio de mayor proyección visual sirva para ilustrar el nuevo rumbo de la 'colección' el Pompidou hacia territorios más asequibles para públicos diversos.
Los pasadizos de Iglesias conviven con el imponente lienzo de Miró 'Personajes y pájaros en la noche' (1974), que se mantiene en el Centre Pompidou Málaga, donde ahora comparte estancia con el 'Exvoto con cabra' (1994) de Miquel Barceló y las inquietantes esculturas de Juan Muñoz tituladas 'Cuatro hombres a caballito con cuchillo' (2001). Hombres subidos a otros hombres, como niños jugando, pero con un arma en la mano para rebanar un pescuezo. Y esas caras alucinadas y grotescas, divertidas y salvajes.
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