«La estructura del archivo es espectral. (...) Nada es menos seguro, nada está menos claro hoy en día que la palabra archivo (…) Nada es más turbio ni más perturbador. Lo turbio de lo que es aquí perturbador es sin duda lo que perturba y enturbia ... la vista, lo que impide el ver y el saber...». El 5 de junio de 1994, el filósofo francés Jacques Derrida pronunciaba en Londres su conferencia, convertida luego en libro, 'Mal de archivo. Una impresión freudiana', donde se asomaba al entonces incipiente fenómeno del Big Data para plantear cómo la capacidad ilimitada del almacenamiento digital convertía la imagen humana captada a través de la fotografía y el vídeo en una suerte de representación fantasmagórica.
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Ahora la pandemia trae otros ocultamientos, otros fantasmas, y en medio de ese escenario marcado por la incertidumbre, con el turismo en el dique seco y la movilidad reducida por el momento al propio municipio, el Centre Pompidou Málaga se descuelga con una exposición planteada como una declaración de intenciones desde su propio título: 'Dar la cara'. El proyecto se ha presentado este jueves y reflexiona sobre la identidad a través de una selección de 129 piezas con imágenes fijas y en movimiento de autores como Esther Ferrer, Gilbert & George, Nan Goldin, Thomas Ruff, Cindy Sherman y Akram Zaatari. Y en su catálogo alude, justo, a aquella conferencia de Derrida.
La muestra plantea el paseo conceptual desde la fotografía y el vídeo como pretendidas captaciones de la realidad hasta su empleo como soporte artístico 'puro', alejado de cualquier afán de representación. Para ello se centra en un recorrido cronológico que va desde 1972 hasta 2011 y que bebe de las colecciones del Centre Pompidou de París, todavía cerrado como marcan las medidas del gobierno francés para intentar atajar la expansión del coronavirus. Y desde la central parisina, el presidente de la institución, Serge Lasvignes, ha planteado esta exposición no sólo como un «homenaje» a los equipos de los centros en Málaga y París que siguen peleando para mantener la actividad de ambas instituciones, sino que también ha reivindicado el proyecto como «una reflexión sobre la manera en la que percibimos a los demás y nos percibimos a nosotros mismos en la situación actual».
Porque, para Lasvignes, 'Dar la cara' brinda también «una ironía en un momento en el que no podemos vernos, un periodo que nos obliga a tomar conciencia de los rostros». Y así, a través de las propuestas de 26 artistas, el Centre Pompidou Málaga hace coincidir su nuevo proyecto con los debates actuales -algunos más que encendidos- sobre la construcción de la identidad propia y colectiva o, más en detalle, con las corrientes de pensamiento que reclaman una reconstrucción de esos parámetros identitarios.
De este modo, 'Dar la cara' pone ante el espectador la «rebelión contra la noción de identidad» que brindan algunos de los artistas incluidos en el discurso, como ha sostenido Florian Ebner, comisario de la exposición junto a Marcella Lista, quien ha participado en la presentación por vídeo conferencia para destacar cómo esa reflexión identitaria representa «un asunto central» en la exposición que el Pompidou de Málaga mantiene en cartel hasta el próximo 11 de abril.
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Articulada en siete apartados, 'Dar la cara' se abre con una referencia al mítico tema 'Walking on the wild side' de Lou Reed para abrir la puerta a los retratos y autorretratos de Jürgen Klauke, Anthony Ramos y Eleanor Antin que ponen en cuestión la noción clásica de género. Del rock and roll pasa la muestra a la frialdad hierática de los personajes captados por Thomas Ruff y Theresa Hak Kyung cha, que conviven con la delicada inquietud a cargo de Patrick Tosani.
'Autorretrato en el tiempo, 1981-2009' (2010) de Esther Ferrer destila esa preocupación plástica de la fotografía y el vídeo por la captación del devenir temporal, en este caso, a través de la propia fisonomía de la artista. Da paso a pieza a una de las paradas más selectas del montaje: los polípticos titulados 'Praying' y 'Up' (ambos de 1980) firmados por la pareja Gilbert & George. Y justo los autores británicos, piezas esenciales en el desarrollo de la performance como disciplina artística, sirven como puente en el camino de la muestra desde las tendencias documentales hasta las vocaciones más pictóricas. Brillan aquí 'The Chess players' (1985) de Glegg & Guttmann y el efectismo de Cindy Sherman contrapuesto a la sobriedad de Patrick Faigenbaum.
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Y así, sala a sala, la muestra brinda un discurso «que explica cómo la fotografía pasó de ser testimonio a un campo de batalla donde se confronta la identidad propia con la identidad percibida», en palabras del director de la agencia municipal que gestiona el Centre Pompidou Málaga, la Colección del Museo Ruso y la Casa Natal de Picasso, José María Luna, quien ha rematado: «Estos tiempos nos están haciendo reflexionar y esta exposición nos va a hacer reflexionar».
Una reflexión, de nuevo, sobre la identidad, ya sea colectiva en las obras de Bernard Faucon o individual de la mano de los retratos de Valérie Belin o Samuel Fosso. De ahí a los retratos urbanos, duros y rudos, firmados por Nan Godin en 'Roommate in her chair' (1972) y 'David by the pool at the back room' (1976) como testimonios de una época de transformación social en Estados Unidos.
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De nuevo el vídeo con Bruce Nauman y su instalación 'Good boy bad boy' (1985-1986), donde dos actores lanzan, cada uno desde un monitor colocado en su correspondiente peana, el mismo discurso formado con cien frases cortas y rotundas a modo de eslóganes sobre el distintos asuntos como el bien, el mal, la biología o la muerte.
Un eco de sentencias lapidarias que suena con fuerza de nuevo en torno a la pandemia. Y frente al ruido y la furia, el refugio de la cultura, la calma de los museos, que siguen ahí, aquí, dando la cara.
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