
El Pompidou aspira a la eternidad
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La opinión fue generalizada en la pasada inauguración de la nueva colección del Centre Pompidou de Málaga y que estará expuesta hasta marzo de 2020. La nueva semipermanente (término hasta hace poco sólo utilizado en peluquerías y que ha hecho una aparición estelar en el panorama museístico) ha acertado de pleno, ha ganado calidad mediante el sacrificio de la cantidad. En la anterior muestra las obras estaban apelotonadas y su visita estaba reinada por cierta incomodidad: la instalación de Kader Attia apenas permitía contemplar las obras como es debido en la enorme sala central del edificio, y había una profusión importante de cuadros tamaño sello junto a otros más grandes que no podían respirar, porque faltaba aire. Era un ‘aquí estoy yo’ que resultaba exagerado. Aquella vez fueron un centenar de obras. Ahora, como si fuera fruto del empleo de la técnica ensayo – error, son 63 las piezas expuestas de sesenta artistas. Sólo repiten cinco: Picasso, Chagall, Miró —con un óleo inmenso cuyas dimensiones no permite exponerse en la sede parisina del Centro— Saura y Julio González. Lo demás son todo novedades y además causan más impacto. Aunque en el arte el tamaño no sea tan importante, se trata de obras donde abunda el gran formato de imponentes de artistas entre los que podemos destacar, por decir sólo unos cuantos, Roberto Matta, Peter Doig, Miró, Vertov, Robert Delaunay (impresionante su ‘Alegría de vivir’) o Willem de Kooning. Los seis apartados en los que se divide la exposición están bien definidos, la exposiciones de vídeo han mejorado (uno de sus protagonistas es Pierre Huyghe) y el anexo dedicado a la ciudad soñada, a la arquitectura y el urbanismo utópico, parece una apuesta que aun siendo arriesgada tiene su fundamento. El Centre Pompidou ha trazado un interesantísimo recorrido por la búsqueda de la felicidad, desde la previa a la Revolución Rusa hasta la sostenibilidad pasando por los totalitarismos y el sueño de la resistencia.
Horas antes de la inauguración de esta nueva colección, el alcalde habló de una “presencia ilimitada” del Centro en Málaga. Para desmentir que se tratara de un globo sonda, el presidente del Centre Pompidou de París, Serge Lasvignes, comentó que todas las señales eran satisfactorias para alargar el acuerdo de manera indefinida. Desde su sucursal en la capital malagueña, el centro matriz va a inaugurar subsedes en Bruselas y Shangai, y en su cuarenta aniversario hablaron del objetivo de expandirse en el futuro en 40 ciudades. Málaga le viene muy bien al Pompidou, que tiene una colección inmensa de 120.000 piezas. En su sede de París sólo puede exponerse el 5% del total. Es mejor tener su ‘fondo de armario’ rotando y dando beneficios que muertos de risa en un almacén. En el aspecto económico, el millón anual largo que recibe como canon tampoco es desdeñable (claro que el gigante tiene un presupuesto anual de 135, quién los pillara). Es cierto que el número de visitas del centro malagueño está lejos de los 250.000 visitantes anuales que se marcó como estimación hace cinco años (entonces ya sonaba exagerada, como para justificar el proyecto) y ahora la aspiración es llegar a 500.000 visitantes totales antes de que acabe el año, pero la obsesión por las visitas no debería cegarnos a la hora de justificar la permanencia del Centro. Después de sólo cinco años, si no estuviera se le echaría de menos, y por muchas más cuestiones que las de los números. Para eso quedan cinco años, y no sólo dependerá de la voluntad política de los líderes que entonces tenga esta ciudad: para el resto de ciudades aspirantes, el Pompidou quedaría mal desmontando su sede malagueña porque es el experimento de su expansión internacional que pretende hacer más y más potente.
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