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Salvador Salas

Pierre Gonnord invita a fabular en el Rectorado

El fotógrafo francés recrea el misterio y la conexión con lo salvaje de la infancia en la exposición 'Cuentos', un impactante diálogo entre el hombre, el ave y la naturaleza

Miércoles, 1 de febrero 2023, 20:06

Dice Pierre Gonnord que es en la infancia cuando el animal está más cerca del hombre. «Humanizamos a los animales y nos animalizamos los humanos», explica frente a un enorme díptico de fotografías desde el que nos miran fijamente Armando y Héctor. El primero es ... un minero cubierto de polvo negro del mundo subterráneo; el segundo, un búho, un ave de la noche y la oscuridad. El fotógrafo francés, afincado en España, retrocede a la primera fase de la vida, al momento de conexión con lo natural y lo salvaje del niño, a ese universo misterioso e incierto de quien da sus primeros pasos. En definitiva, al tiempo de los 'Cuentos', título de su primera gran exposición en Málaga, organizada por el Vicerrectorado de Cultura de la UMA y producida por Comunicarte Consulting.

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Pierre Gonnord, uno de los retratistas más destacados de la escena actual, abre un espacio para la fábula en la sala del Rectorado de la Universidad de Málaga. Él aporta los elementos, pero cada cual crea su propio relato. El fotógrafo contrapone el rostro humano con la imagen de un ave en una asociación «poética y perturbadora» a la vez. Hay algo inexplicable que conecta a la pequeña Sophie con la lechuza Casandra, al joven Leonardo con el buitre Arthur, al minero Mihai con el mirlo Bod… Gonnord huye de comparaciones, asegura que ese no es su propósito, pero resulta inevitable sorprenderse con la similitud que se descubre en las miradas, en las expresiones, en esa nariz picuda de uno o en esos ojos abiertos como un búho de otro. «Lo que quiero es este vértigo que nos da nuestra esencia al lado de la esencia animal». Algo que el adulto, el hombre social y de ciudad, tiene totalmente olvidado.

Detrás de cada personaje hay una historia en algún lugar del mundo. Elena es una mujer religiosa a la que conoció en una iglesia de Venecia, Leonardo es un joven que ha ganado varias competiciones vascas, Mihai es un minero de un pueblo abandonado de Rumanía, Armando trabaja también en una mina de España… Gonnord es experto en fotografiar rostros anónimos y, sobre todo, en capturar sus almas. Pero eso, en este caso, es lo de menos. Su propuesta en Málaga, a diferencia de otras anteriores, no tiene un componente social muy marcado. «Aquí hay una tensión psicológica. Se trata de buscar algo profundo dentro de nosotros que nos conecta», explica el comisario Sema D'Acosta, acompañado por la vicerrectora de Cultura de la UMA, Tecla Lumbreras.

Migue Fernández

El diálogo pájaro/humano, con resultados impactantes, surgió de forma espontánea. Christopher fue el primero de todos y por eso él abre el recorrido por la exposición. Hace unos años, Gonnord recibió un encargo del Museo del Prado y se le ocurrió fotografiar a un visitante del templo de la cultura. El elegido fue un chico de rostro anguloso e intensa mirada azul. Después, en una escapada al Museo de Ciencias Naturales, capturó a un pájaro disecado. Y unió las dos imágenes. La conexión funcionó de una manera que aún le cuesta explicar. Tras pasar una temporada en el norte de España junto a un amigo cetrero fotografiando a todo tipo de aves, el artista rescató esa alianza y la amplió en una serie de dípticos inéditos que ahora se muestran en Málaga por primera vez.

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Una imagen rompe la norma: la secuencia de una lechuza recién nacida, de apenas tres días, que de repente ante su cámara adopta gestos y ademanes más propios de un niño. Es como un cuento «en nueve pasos». «El pájaro es un animal muy misterioso, no es tan terrenal, es símbolo de la libertad», reflexiona el artista. Ese desconocimiento del hombre hacia un animal con el que, sin embargo, convive a diario en la misma ciudad le atrapó y le invitó a profundizar. Cada díptico es ahora un relato que cada espectador escribe frente a la imagen. «Ambos tienen fuerza y fragilidad, y nos sentimos atraídos por ellas», señala. Como con la naturaleza.

En la parte final de la muestra, Gonnord sumerge al visitante en entornos naturales y salvajes, primitivos y atávicos. Un manglar, una charca de una zona industrial abandonada en la que crece de nuevo la vida, las conexiones subterráneas que deja al descubierto un roble caído durante una tormenta, las rocas ancestrales de la costa gallega o un monte navarro que recuerda a las imágenes infantiles de los bosques encantados. De nuevo la niñez, los cuentos, las fábulas. «La ciudad también es hostil, pero es una hostilidad que conocemos y ante la que nos sentimos preparados para afrontarla. Pero ante la hostilidad de la naturaleza y su belleza, no me siento preparado. Es un misterio, una fascinación y también es mi miedo», admite el fotógrafo. Como cualquier pequeño cuando lee su cuento.

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