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El proyecto reúne más de un centenar de obras de Picasso y Calder.

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El proyecto reúne más de un centenar de obras de Picasso y Calder. Salvador Salas

Picasso y Calder saltan al vacío en Málaga

El Museo Picasso pone a dialogar a ambos autores en una ambiciosa exposición en torno al concepto de la ausencia de espacio

Lunes, 23 de septiembre 2019, 15:23

La vida humana necesita espacio. La observación resulta literal, fisiológica, si el microscopio se detiene por ejemplo en las neuronas, en el vacío imprescindible entre una y otra para que una descarga química se convierta en una corriente eléctrica capaz de transmitir las órdenes básicas del cerebro al resto del cuerpo. Sin ese espacio, ese hueco, todo se viene abajo. El cuerpo se colapsa, la vida se detiene. Y quizá por eso, por la importancia que el espacio (y su ausencia) tienen en la nueva propuesta del Museo Picasso Málaga (MPM), la exposición que pone a dialogar a Pablo Ruiz Picasso y Alexander Calder surge plena de movimiento, de sugerencias, de vida.

Porque 'Calder-Picasso' conjuga el trabajo de dos artistas en apariencia muy diferentes. De un lado Picasso, expansivo, seminal y proteico; de otro, Calder, minimalista, contenido, casi etéreo. Y bajo esa primera capa, el proyecto del MPM establece vínculos tan férreos, conexiones tan profundas, que el trabajo de uno y otro llega a confundirse en el montaje procedente del Museo Picasso de París que podrá visitarse en Málaga hasta el próximo 2 de febrero de 2020.

«Vimos que la forma más interesante de compartir esa energía que ambos tienen en común era a través de la idea del vacío», deslizaba esta mañana Alexander S. C. Rower, presidente de Calder Foundation y nieto del artista norteamericano. Bernard Ruiz-Picasso, nieto a su vez de Picasso y presidente del Consejo Ejecutivo del MPM y copresidente de Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte (FABA), presentaba junto a él este «proyecto muy ambicioso» en torno a «dos artistas muy diferentes pero muy similares que acompañan a la historia del arte del siglo XX». Dos colosos reunidos de una manera poco convencional, nada complaciente en una exposición que busca «nuevas lecturas» en cada autor a partir del diálogo con el otro, como ha planteado Emilia Philippot, comisaria del montaje junto a Claire Garnier.

Así, el MPM recibe desde el Museo Picasso de París un proyecto soberbio donde «lo leve, lo móvil, lo transparente, lo fluido, lo luminoso es presente», como aportaba este lunes el director artístico del museo malagueño, José Lebrero. Un asunto central, el vacío, que puede resultar resbaladizo y que en las salas del MPM se presenta de una manera tan sutil como ilustrativa, a través de numerosos puentes tendidos entre ambos autores en etapas, técnicas y sensibilidades bien distintas.

Sucede nada más poner el pie en la muestra que reúne más de cien obras de ambos artistas. Dan la bienvenida las tres maquetas con los proyectos que Picasso ideó a finales de los años 20, con la colaboración de Julio González, para el monumento a Guillaume Apollinaire. Una «estatua hecha de nada, como la poesía, como la fama», escribiría el poeta en uno de sus libros, que aquí se emparienta sin esfuerzo con 'Object with red discs' (1931) de Calder. Entre ellas, la pequeña tabla 'Mujer desnuda tendida al sol en la playa' y el lienzo 'La siesta' (ambas de 1932) ofrecen el contrapunto curvilíneo a la rectitud de las primeras esculturas de ambos autores.

Artistas que, como han recordado sus nietos y promotores del proyecto, apenas coincidieron en vida. Sí lo hizo su obra en el célebre pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937 que dio al mundo el 'Guernica' picassiano junto a la 'Mercury Fountain' de Calder. Sin embargo, ese hito en la Historia del Arte queda aquí como una etapa más en una travesía de horizonte y vocación más amplios, cuya proa enfila el deseo de ambos artistas de representar el «no-espacio».

Y ese afán lo abordaron uno y otro desde planteamientos formales, incluso vitales, muy diferentes. Mientras Calder destiló la escultura hasta sus construcciones móviles, Picasso retorció el cuerpo y el espacio hasta una dimensión propia; mientras el malagueño enfiló cada obra como un autorretrato, Calder elevó la mirada hacia una concepción universalista de su trabajo.

Juegos de volúmenes

Lo ha resumido Rower en la presentación de la muestra patrocinada por la Fundación Unicaja, cuyo presidente, Braulio Medel, ha reivindicado cómo las exposiciones que ponen en relación la obra de grandes artistas son «particularmente interesantes». La que ahora recala en el MPM viene además precedida por los más de 400.000 visitantes que acudieron a verla al Museo Picasso de París, como ha apuntado Garnier en el estreno del montaje que además cuenta con la colaboración de Erco en el apartado, crucial por cierto, de la iluminación de las salas.

Crucial porque el juego de volúmenes, de luces y sombras, adquiere un protagonismo esencial en esta propuesta. Ahí están las esculturas de alambre de Calder, las más figurativas, casi caricaturescas, de su producción, puestas en sugerente relación con la inquietante 'Figura' (1935) que Picasso elaboró con un cazo, trozos de madera, ganchos, cuerdas y clavos. Una aparente fiereza apenas anecdótica en el montaje del MPM, donde sobrevuela la idea de la suspensión, de la levedad. Lo hace de nuevo en los vínculos planteados entre la 'Cabeza de mujer' (1939) y la 'Mujer' (1946) picassianas con 'Vertical foliage' (41) de Calder; entre su deliciosa 'Impartial forms' (1946) y la 'Mujer en un sillón' (1947) del malagueño; entre las 'Bañistas' (1956) de bronce de Picasso procedentes del Museo Picasso de París colocadas bajo la exquisita constelación de 'Red Lily Pads' (1956) venida desde el Guggenheim de Nueva York.

Ese vistazo a las cartelas que dan cuenta del año de producción de las obras brinda otra clave del proyecto: cómo Picasso y Calder parecen mirarse en la distancia, cómo uno y otro -de nuevo desde planteamientos muy distintos- parecen pisar las mismas teclas estéticas, las mismas búsquedas formales. Y ese vínculo se hace fuerte hasta el punto de confundir la obra de uno y otro. Ocurre, por ejemplo, al enfrentar la ‘Cabeza de mujer’ esculpida en yeso por Picasso en 1931 con el busto sin título que Calder elaboró en madera dos años más tarde. Ambas aparecen junto al lienzo ‘Mujer sentada en un sillón rojo’ de 1932 y el conjunto brinda, al cabo, una de las paradas más ilustrativas del recorrido.

Diversidad de materiales

El encuentro tiene su continuación orgánica en la reunión de las esculturas en chapa realizadas por Picasso y Calder entre los años 50 y 60 del siglo pasado, expuestas junto al delicado movimiento de 'Scarlet digitals' (1945). Y de la chapa al bronce y el aluminio para terminar en otra rareza picassiana, casi un icono modesto, la escultura 'Niña saltando a la comba' (1950) cedida por el Centre Pompidou de París que parece hablar con 'Dancer' (1944), 'On one knee' (1944) y 'Trighrope worker' (1944) de Calder, que vuelven a plantear, sobre todo en el último caso, la sugerente duda sobre su paternidad, atribuida a uno u otro artista.

Se detiene el paseo en el encuentro de Picasso y Calder en el combativo pabellón español de 1937 y desemboca, como un río sereno y caudaloso, en la sensualidad curva de 'La Grande Vitesse' (1969) junto al 'Desnudo acostado' (1967) de Picasso, que unos años más tarde, confesaría: «Hay un momento en la vida, cuando se ha trabajado mucho, en el que las formas llegan por sí solas, los cuadros llegan por sí solos, ¡no hay ni por qué ocuparse de ellos! (…) Todo llega por sí solo. La muerte también». Hasta entonces, el Museo Picasso Málaga salta al vacío con Calder y Picasso para celebrar un arte lleno de vida.

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