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El peso de la pena
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El Rectorado de la UMA ofrece algunas de las exposiciones más deliciosas, originales y libres de la ciudad de los museosEl individuo de la Figura 1 presenta «una sobrecarga de la glándula pineal por procesos oníricos que devienen en pena». La mujer de la Figura 2 acude con un cuadro «pletórico en taumaturgia con abscesos de pena abierta». En la Figura 3 se aprecia «pena ... acumulada por asedio externo en órgano de Kinsey», mientras que el sujeto de la Figura 4 ofrece una «cara de luna llena por atrofia en el tálamo». Cuatro dibujos a lápiz sobre tela blanca, de metro ochenta de alto cada uno. Dos mujeres y dos hombres de una edad indefinida pero viejos. Ausentes, tristes, feos. Y debajo, al modo de un pie de foto, se lee: «Todos somos la apoteosis del defecto, lo llevamos para siempre con nosotros; la melancolía trama lentamente una red precisa para ocultarlo, pero maravillosamente la lacra sale y se confirma intacta y triunfal campando sobre las cabezas de sus ajusticiados. Los melancólicos son el triunfo de la mácula, de la imperfección, vagan por los territorios del nunca y se subliman estoicos en el siempre».
Las palabras de María Eloy-García, las obras de Teté Vargas-Machuca, hija y madre juntas en las salas del Rectorado de la Universidad, empeñado en seguir abierto, en ofrecer algunas de las exposiciones más deliciosas, originales y libres de la ciudad de los museos. Sucede ahora de nuevo con 'El legado de Federico E. G.', del que no se sabemos los apellidos, pero sí que nació en Fuengirola a finales del siglo XIX, que se licenció en Medicina en Granada y que no tuvo bastante con eso porque también estudió Mecánica, Botánica, Veterinaria, Farmacia y Filosofía. Todo para intentar comprender algo que le acuciaba desde la cuna: una pena calada hasta los huesos y la carne. Porque estaba convencido Federico de que «a más tristeza, más enfermedad» y con las mismas y sus estudios inventó el 'cuitómetro', una máquina capaz de medir el peso de la pena en el cuerpo.
«Un individuo perfectamente normal puede soportar 350.000 cuitas en su vida sin que por ello podamos llamarlo extraordinario. Pero el tiempo que esa cuita se aloja en la glándula es el desencadenante de una anomalía cualquiera. Las cuitas acumuladas durante un tiempo generan melancolía», dejó escrito Federico en uno de sus cuadernos en un texto reproducido en un catálogo que no es un catálogo, como esto no es una exposición. Es otra cosa que no tiene nombre ni falta que le hace, porque regala una experiencia fascinante sobre la necesidad de aprender a vivir con la pena, justo ahora que la melancolía amenaza con dejar todos los días igual de grises como la sombra cotidiana de la enfermedad. Ante esa grisura regala el Rectorado el proyecto de cuatro mujeres brillantes y alérgicas a la solemnidad: Teté y María junto a la comisaria María Bueno y la vicerrectora Tecla Lumbreras, cuya mano en el flanco cultural de la Universidad va camino de hacer época, como pasó en el Colegio de Arquitectos, la Diputación y todo lo que se le ha puesto por delante.
Como ponen delante esta exposición sobre Federico E. G., que no existe pero es real, que parece recién salido del Palacio da Pena en Sintra o de las páginas de aquella 'Anatomía de la melancolía' de Robert Burton que vienen a la memoria frente a los volúmenes sobre defectos de Federico, ante los tarros de cristal con «gestantes encurtidos», con todos los artilugios de un médico triste obsesionado con la melancolía que murió de cólera. Porque todos somos en algún momento la apoteosis del defecto, el fruto de nuestras contradicciones y paradojas.
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