Hay que ser muy valiente para bailar como lo hace La Chachi en 'Los inescalables Alpes, buscando a Currito'. De fondo, en un bucle sin ... fin, una voz flamenca canta «Rocío, señora, pastora que alumbra el camino, la luz de mi aurora, lucero que ilumina el tiempo de todas mis horas, Almonte será siempre el reino donde te coronan». Una y otra vez, una y otra vez. Hasta que la repetición de la misma estrofa del himno rociero hace su efecto y el cuerpo de la bailaora 'krump' entra en trance. Comienza entonces una peregrinación radical y jonda, callejera y flamenca, en un agotador camino hacia ninguna parte. La malagueña presentó en el Echegaray por primera vez en Andalucía su pieza más extrema, recientemente galardonada en la primera edición de los Premios Godot (la revista de las artes escénicas).
Publicidad
María del Mar Suárez, 'La Chachi' (Málaga, 1980) rompe con todas las convenciones flamencas a pesar de ser una bailaora de las que zapatean con las entrañas. A flamenca no le gana nadie y, precisamente por eso, se puede tomar la libertad de descomponer el baile jondo, fracturar los movimientos y componerlos a su manera. El giro de manos tradicional se lo lleva a la nuca, gestos normalmente estilizados aquí son cortantes y hasta diez minutos baila sin levantarse del suelo: tumbada, de rodillas, de cuclillas. Y en todas las posturas sigue siendo jonda.
Tras una introducción estática en la que la bailaora parece conectar poco a poco cada parte de su cuerpo, La Chachi une el lado más salvaje del flamenco con la agresividad y la anarquía del 'krump', que incluso le cambia la expresión del rostro. Y la mezcla funciona, resulta tan desconcertante como hipnótica.
Entre esos dos mundos se mueve La Chachi en una extenuante batalla contra su propio cansancio, poniendo al límite su cuerpo en una especie de éxtasis rociero. Todo el espectáculo se plantea sobre la base de la búsqueda de algo que no encuentra, a lo que no llega por más que se esfuerce y se deje los pies, por mucho que se levante del suelo. El qué persigue lo deja a la interpretación del público.
Publicidad
El de este viernes ocupaba todas las butacas del Echegaray y le acompañaba en su locura. Un trance colectivo que se volvía angustioso cuando parecía que ella ya no podía más, pero que era reconfortante cuando volvía a la carga con toda su fuerza en el zapateado, los saltos, los giros de cabeza... Sin descanso. A un lado, también incansables, Lola Dolores al cante, Francisco Martín a la guitarra e Isaac García a la percusión, con sorpresa final. A la salida del teatro solo se escuchaba una cosa: «Rocío, señora, pastora que alumbra el camino, la luz de mi aurora, lucero que ilumina el tiempo de todas mis horas, Almonte será siempre el reino donde te coronan».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.