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Francisco Griñán
Málaga
Lunes, 21 de mayo 2018, 00:34
La invitación la recibió en Londres. Un trabajo para publicidad le había reportado al joven fotógrafo neoyorquino Joel Meyerowitz el mayor sueldo que había recibido nunca. Y decidió invertirlo en un viaje por Europa en 1966. La primera parada fue en territorio amigo. Lingüísticamente ... hablando: Gran Bretaña. allí conoció al escritor anglocanadiense Paul Hecht, un amante del flamenco que le dijo que si iba por Málaga lo visitara. Meyerowitz había comprado un coche y comenzó su viaje vía Francia, pero se quedó con la copla. «Al final llegamos a Málaga y, no sé cómo, terminamos dando con él. Preguntamos por ahí y lo encontramos en un bar», relata el propio Meyerowitz, que ha vuelto a revivir sus vivencias en la ciudad para el libro 'Hacía la luz' (La Fábrica) y la exposición homónima que recoge 98 instantáneas de aquel viaje. La mayor parte de estas imágenes, que pertenecen a la Fundación Per Amor a L'Art y se exhiben hasta enero de 2019 en el Centro de Arte Bombas Gens de Valencia, están tomadas en Málaga ya que el mago de la fotografía callejera llegó para unos días pero, junto a su mujer, acabó alquilando una pequeña finca a las afueras de la ciudad. Se quedaron seis meses.
En aquella decisión tuvo mucho que ver el flamenco. Y es que la primera noche que llegaron a Málaga, Paul 'Pablo' Hetch lo llevó a la barriada 28 de Febrero a conocer a la familia gitana de los Escalona, un matrimonio formado por Remedios, Antonio y sus cinco hijos. Meyerowitz llevaba consigo una grabadora con la que registró la velada. Después lo reprodujo y todo el clan se quedó boquiabierto. Jamás habían escuchado sus propias voces grabadas. Desde entonces los Meyerowitz cenaban casi todos los días con los Escalona. Y Antonio, tocaor profesional, se llevaba al fotógrafo a sus recitales por la provincia y Andalucía, donde conoció a los grandes del Flamenco. Para entonces, Joel Meyerowitz se habían convertido en 'Pepe' para los amigos. Ysu figura de guiri ya se había hecho habitual por las calles de Málaga. Se dedicaba a hacer fotos exclusivamente. Y lo apodaban el 'Ojo' o el 'Barbas'.
«En cuanto llegué me dije: 'Aquí es donde me voy a quedar'», señala el propio Pepe Meyerowitz en el libro 'Hacia la luz', que se sintió deslumbrado por «la calidad de vida, la acogida de los gitanos, la vida en la calle...». Un mundo que además le permitía otro aspecto fundamental: desarrollarse como fotógrafo en completa libertad. De hecho, el propio autor neoyorquino considera que entonces era un artista en formación –tenía 28 años– y todavía alejado de su consideración como maestro de la fotografía callejera.
Pese a ello, su trabajo en Málaga incide precisamente en atrapar una España que seguía bajo el control franquista –las imágenes de policías, guardias civiles y militares dan sensación de libertad vigilada–, pero despertaba a la modernidad y al turismo, dejando atrás lo rural para abrazar definitivamente el espíritu urbano. Aunque sin perder la esencia de sus tradiciones, como demuestran sus imágenes de flamenco o Semana Santa. Un época que, desde el punto de vista visual, también tiene una puesta en escena muy gráfica ya que Meyerowitz iba siempre con dos cámaras, atrapando la vida en blanco y negro y en color simultáneamente.
Un uso de la imagen que sirve de metáfora a una época que salía precisamente del aislamiento para verle el color a la vida. De esa Málaga del espectáculo callejero de la cabra y la trompeta a la que se llenaba de turistas pop, de las sotanas por la acera a los anuncios de «medias altas hasta la cadera», de las cafeterías que anunciaban la ración de mejillones a 12 pesetas a las que lucían letreros de «Coca Cola refresca mejor», de los carromatos de tres ruedas a los utilitarios familiares. Unas imágenes que ya apuntan la evolución artística del que más tarde sería considerado un maestro de la fotografía y del color. «España me dio la oportunidad de descubrirme a mí mismo», reconoce Meyerowitz, recordando aquella época en la que todos lo conocían por 'Pepe'.
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