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Pablo Aranda, rodeado de algunos de los alumnos de su taller de escritura creativa. SUR
La penúltima lección del profesor Pablo Aranda

La penúltima lección del profesor Pablo Aranda

Aniversario ·

Los alumnos de su taller de escritura firman relatos basados en los títulos de algunas de las obras del autor fallecido hace un año

Domingo, 1 de agosto 2021, 00:28

El padre de otro niño de la guardería resopla sin perder el humor y plantea al resto que deberíamos hacer «lo mismo que en ese el libro de Pablo Aranda». Algunos ponen cara de póquer, pero otros sonríen bajo la mascarilla. Conocen la referencia, porque en 'El colegio más raro del mundo' los padres se ponen de acuerdo para ir recogiendo al primer niño que salga por la puerta con el compromiso de cuidarlo como si fuera el suyo y dejarlo a la mañana siguiente en el centro escolar. Así se evitan los atascos. Y casi parece sonar la voz del mismo Pablo compartiendo esa idea, tan práctica que parece una locura incapaz de entrarle a nadie en la cabeza.

Como a casi nadie que lo haya leído y querido –si acaso las dos cosas no sean la misma bajo distinta forma– termina de entrarle en la cabeza que Pablo Aranda ya no esté. Este domingo hace justo un año de la muerte del escritor, reportero, columnista, gestor cultural y viajero malagueño, cuyo fallecimiento a los 52 años deja un vacío tan hondo como el afecto que recibió por su manera de estar en el mundo.

Uno de esos huecos lo intentan llenar con palabras los alumnos del taller de escritura creativa dirigido por Aranda. Siete microrrelatos inéditos, basados en los títulos de algunos de sus libros y en las experiencias reunidas aquellos miércoles por la tarde que siempre sabían a poco. Porque cada lección que nos dio Pablo sin pretenderlo será siempre la penúltima.

Jugando con las obras de Pablo

Microrrelatos del grupo taller de escritura Fuentetaja

Este último año, hasta el colegio más raro del mundo ha sucumbido a las artimañas de la pandemia. Ya le hubiera gustado al bohemio de Pablo irse de viaje por el mundo, aunque esta vez no le hubieran dejado campar a sus anchas. Hubiera tenido que elegir entre gafas o mascarilla, sobre todo cuando el vaho apretaba, y hubiera podido imaginar situaciones tan astutamente absurdas que podría haber escrito más de cien historias.

Hoy hemos llegado hasta las páginas de Diario Sur para hacer un repaso rápido por las obras de Pablo, que tantas risas y emociones han suscitado por Málaga y alrededores. ¡Qué digo por alrededores, por medio mundo! Pero bueno, Málaga como seña de identidad está bien pensada, por ser su ciudad, porque le inspiraba, y porque fue allí donde nos conocimos. Nosotros, los aprendices a escritores, los talleristas de un taller de escritura creativa que cada miércoles nos reunía en la Térmica. Donde, al entrar y sin saberlo, nos poníamos unas gafas azules para asistir a la sesión. Entonces entrábamos todos en fase surrealista, en la que cualquier comentario, pensamiento o reflexión tenían cabida. Pablo, desde el gran butacón (que no lo era tanto, pero así lo parecía con la presencia del maestro en su silueta), nos sonreía y guardaba suaves silencios para invitarnos a pensar con un bolígrafo a mano.

¡Ay, qué inolvidables recuerdos de aquellos miércoles creativos! Eso es lo que él nos regaló para siempre más la certeza de que debíamos escribir sin ser juzgados; buscando nuestra voz, nuestros giros inesperados y nunca, pero nunca, dejarnos llevar por ninguna, o ningún, puñalá.

  1. Angie Rubio

    Desprendimiento de rutina

Todo a nuestro alrededor era desconocido. Incluso los nervios por el primer día se sentían diferentes, entremezclados con temor y algo de apatía frente a las estrictas normas para evitar contagios. Habíamos pasado el curso más raro de nuestras vidas, y ahora volvíamos a encontrarnos. Después de vacaciones, tocaba la vuelta la rutina, una rutina que nunca lo había sido. Mucha desinfección, control de temperatura, cambio de zapatos al entrar y al salir, lavado de manos, grupos burbuja, más lavado de manos… ¿lo lograremos? Y hubo días que pensé que no, me podían agotamiento y preocupación. Pero el curso fue avanzando y me sorprendía la capacidad para adaptarnos a las nuevas circunstancias. Frente a todos los cambios, había cosas que prevalecían, los abrazos, las caricias, las risas ante el juego, seguir creciendo juntos… Si había llantos, seguía habiendo consuelo. Terminé desprendiéndome de lo conocido, aprendiendo de cada momento y abrazando lo nuevo.

  1. Gloria García Ordóñez

    Protector y protegido

Cuando fallece el autor que les ha dado vida, ¿qué les pasa a los personajes de los libros? ¿Quedan huérfanos de padre creador, solos, abandonados? ¿Pierden entonces la protección de quien los quiso y cuidó más que nadie o pasan a ser protegidos de las almas que los leen y quedan enganchadas a sus historias, por sórdidas que éstas resulten?

Hay padres biológicos, criminales algunos, que se desentienden de sus criaturas, y otros que sin compartir ADN ejercen como progenitores de derecho. Existen muchas maneras de proteger y cuidar a otros, de sentirnos protegidos y bien queridos por alguien. Personajes y personas compartimos también un impulso atávico que nos aleja de la soledad y nos arrastra a amar y a anhelar ser amados.

Todos los merecemos. Incluso los mentirosos, los violadores, los asesinos.

El autor-padre ama a todos sus personajes por igual, tal vez incluso algo más a los díscolos.

«No había padre biológico, sólo padre». Un protector. Y un protegido.

  1. Mariví G. Ledesma

    Ucrania

De mala gana había hecho el equipaje. Adoraba viajar, pero no en esas circunstancias. El vuelo al aeropuerto internacional de Boryspil fue un suplicio, como todo lo acaecido en el último mes. Coleccionaba un sin fin de papeleo, una lucha interminable con la burocracia, y una pena anidada en el pecho. La alegría por la llegada de un nuevo miembro a la familia se tornó amarga. Allí iba el soltero más cotizado de la ciudad, con las maletas cargadas de peleles, biberones y patucos. Si hace años alguien lo hubiese insinuado, le habría tildado de haber perdido la cabeza. El hospital de Kiev era fiel reflejo de un país desmoronado por la miseria.

Maldito borracho, pensé, apretando los dientes. Después de arrollar el paso de peatones, se dio a la fuga.

Aterrado, reuní el valor para asomarme a la cuna. Unos ojos, los de mi hermana, me miraban con inocencia.

En la otra ciudad encuentro a Pablo por Capuchinos y me da un abrazo de los de antes. Le saludo por el Cristo o en el Compás, bromeamos sobre el barrio y me despide con una sonrisa. En la otra ciudad, no existen máscaras ni distancias.

  1. Francisco Fernando

    La otra ciudad

En la otra ciudad, Pablo se da un baño en los Baños, en una tarde en la que el Terral ya no mece su melena.

En la otra ciudad, Pablo habita en la Literatura. En el Parque, en el Palmeral o en la Merced, le habla a mi hija de Fede, de casas imposibles o de insólitos viajes y le dedica con detalle un ejemplar. Se mueve entre casetas y nos presenta con pasión a sus colegas.

En la otra ciudad, la de la memoria, la de los sueños, Pablo sigue acompañándome por sus calles, por sus rincones. En cada paso.

  1. Esther Pina

    Fede quiere ser pirata

Conoció a un ferretero, su vecino era dentista, y una vez escuchó hablar de un rico testaferro, pero él quería ser pirata. Como el mar quedaba unos pueblos más abajo, solía entrenarse desde las páginas que Pablo escribía para él.

Una tarde, Pablo lo bajó a la playa. Observó desde la terraza del Balneario que su Fede se encontraba anclado entre la madre y la toalla, y decidió hablarle. Después le enseñó algunos nudos marineros que había aprendido en su infancia precisamente allí, en los Baños del Carmen. Luego se marchó, dejando al niño un nudo en ocho entre la pala y la señora.

Fede se echó al agua, fondeó la paleta todo lo que sus brazos y su perspicacia le daban, olvidándose de cómo deshacer el doble nudo. A la hora de irse su madre lo llamó. Pablo rio, tomando un sorbo de su cerveza pirateando en su pensamiento los posibles desenlaces.

  1. Mixou Marlo

    Berta y Omar (Las distancias)

Berta llevaba días nerviosa desde que recibió aquella llamada después de tanto tiempo. En cuanto escuchó su voz, supo quién era. Muchos recuerdos y sensaciones volvieron como si hubiera sido ayer. Ahora, después de varias horas eligiendo qué ponerse y mirarse mil veces al espejo, estaba allí sentada delante de un café con hielo y mirando de reojo la puerta del bar.

«¿Y si no aparece?, ¿O no le reconozco?, o peor aún… ¿Si no me reconoce? », pensaba mientras movía la cucharilla dentro del vaso.

Al levantar la vista se encontró con unos ojos negros que se clavaron en ella y nunca había olvidado. En un instante, el tiempo transcurrido y la distancia que los había separado desaparecieron, y volvieron a aquel verano de 1985 en un pequeño café de Marrakech.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Omar con suave acento francés.

Berta, simplemente, sonrió.

  1. Lourdes Íñiguez

    El orden improbable

Doña María era una mujer quisquillosa y enigmática. Cualquier ruido, por lejano que procediera, le molestaba sobremanera, decía que tenía un oído muy fino, aun cuando le hablabas tenías que chillarle, casi, para que te contestara. Dejaba mensajes extraños en la alfombrilla de su puerta, para quien los quiera leer, decía, ya que ahora no lee nadie, concluía siempre. Era improbable, también decía, que las cosas se ordenaran como debían, porque, aunque quisieras ordenarlas, la vida tenía otros planes. Eso me ocurrió, que quise ordenar la vida y los planes se me volvieron imposibles. Una mañana apareció muerta en el descansillo con un sorprendente mensaje escrito en una cuartilla blanca sobre su rostro: 'EL ORDEN IMPROBABLE DE LAS COSAS. PARA QUIEN LO QUIERA LEER'.

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