La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, le ha rogado disculpas a los que ya no pueden disculparse porque murieron por su patria lejos de ella. La buena señora lo hace en nombre del Estado, como si la nacionalidad fuese consentimiento. Mejor que pedir ... perdón es no pedir nada, pero las víctimas del mal llamado «accidente del Yak-42» ya no pueden otorgarlo. Dejaron de pertenecer al mundo de los vivos y le dejaron ese privilegio que es el perdón, que modifica el pasado, a los vivales. Se preguntó un poeta turco inolvidable, cuyo nombre por cierto se me ha olvidado: «¿Qué no habremos hecho por esta patria? Algunos de nosotros hemos muerto. Otros hemos pronunciado discursos». No sabemos a qué cosa variable le hemos venido llamando Estado, pero no ignoramos que tiene muchos secretos. Luis XIV dijo que el Estado era él y nuestro Quevedo decía siempre que es la excusa de la bellaquería y la ingratitud. Ahora le estamos pidiendo disculpas a los que perdieron a sus familiares más cercanos en mayo del año 2003. ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo y cómo deja de pasar! No basta con pedir perdón, ya que contra ese vicio está la virtud de no dar, que también es muy española, aunque sea universal. Las reparaciones morales tienen, entre otras ventajas, la de no costar dinero o costar muy poco y ser ajeno. Por eso los barones críticos le están pidiendo a Sánchez que apoye a López. El resurrecto exsecretario general del PSOE sabe que su partido es más necesario que él y le pide que renuncie a las primarias, pero a él no le da la gana. La tenacidad es una de sus indiscutibles virtudes políticas y como son tan pocas la exhibe siempre. Sólo el reaparecido Bárcenas, que nunca se ha ausentado, puede competir con él en firmeza, pero Pedro Sánchez es una persona decente y jamás ha tenido contabilidades extra contables. Cree que las cosas son como debieran ser. Un grave error en política, según dicen.

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(Artículo de Manuel Alcántara publicado en SUR el 18 de enero de 2017)

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