Desde hace meses no hago otra cosa que pasear. Salgo de casa por la mañana y estoy dando vueltas por la calle hasta que llega la noche. Oigo fragmentos de conversaciones de cientos de desconocidos que pasan de largo y se pierden. Ando con paso ... firme y decidido como si fuera a algún sitio, pero no es así, tan solo camino sin rumbo fijo. De vez en cuando alguien me llama la atención y miro unos ojos que probablemente no vuelva a ver nunca más. Me gustaría acercarme a esa persona, presentarnos, pasear juntos y quedar para el día siguiente. No lo hago y sigo el camino. Me pregunto cuántas relaciones se evaporan por indecisión y timidez. Tampoco nadie se dirige a mí salvo para entregarme publicidad, pedir limosna o preguntar una dirección. Casi todos los días realizo el mismo itinerario y me cruzo con rostros que de tanto verlos resultan familiares. Sin embargo nos mantenemos distantes, como si compartir la soledad en silencio fuera el único lazo que nos une. Hay una sola excepción, un hombre de alrededor de sesenta años que siempre que nos cruzamos sonríe y da los buenos días. No sé nada de él, simplemente nos saludamos; aunque estoy seguro que si cualquier día uno de los dos necesita ayuda, el otro no dudará en ofrecerla.

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Cuando viajo a otra ciudad paseo por las calles buscando el barrio con el que más me identifico y una vez lo encuentro me instalo a vivir en él. Entonces elijo un bar, un restaurante, un café. Voy creando mi círculo vicioso. Supongo que el hecho de ser fiel a un lugar de paso nos convierte en cómplices accidentales. No sé si me explico. A fuerza de contacto se crea una amistad. No es lo mismo el contacto pasajero que se produce en los viajes que el contacto permanente que mantenemos con los vecinos del barrio. Me gustan también las relaciones espontáneas. La urgencia del viajero impulsa a profundizar de manera inmediata en la vida de los otros. Por eso al viajar el tiempo cobra mayor importancia, porque los días están contados y los aprovechamos de una manera mucho más intensa.

Mientras camino sin prisas pienso en otros paseos. Me traslado a destinos cercanos y remotos en los que alguna vez he sido feliz. Paseo por la memoria, lo hago a diario. Al llegar por la noche a casa sigo paseando a través del tiempo. Me veo con diferentes edades en lugares distintos. No guardo mal recuerdo de ninguno de los miles de paseos que he dado a lo largo de los años. Paseos alegres, tristes, sublimes, entrañables. Me vienen de lejos imágenes inolvidables, sonidos, sensaciones, pequeños detalles que nos acompañan un instante y permanecen siempre a nuestro lado. La sombra que somos. El placer de pasear por la vida.

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