![Pareja torcaz](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202105/29/media/cortadas/cruce29-kEuD-U140525181577HSE-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Una pareja de palomas torcaces viene de visita todos los días. Las invito a tomar algo, dialogamos un rato sin necesidad de abrir el pico y después se van volando. Les pregunto si todo marcha bien y asienten con la cabeza. No hay más torcaces ... por aquí y el contacto diario que mantenemos afianza nuestra amistad. Les hablo de las abisales diferencias que existen entre las aves y los seres humanos. Me resulta admirable esa fidelidad inquebrantable que hay entre las parejas de torcaces, cigüeñas, pingüinos... «Vosotras no engañáis a vuestra pareja ni a ninguna otra ave, no conocéis la mentira», digo. No saben la suerte que tienen de vivir libres y felices en sus humildes y cómodos nidos mientras nosotros pasamos los días enfrentados unos con otros. En ese preciso instante sobrevuela por encima de nuestras cabezas un ave rapaz y la pareja de tórtolas la miran con recelo como si fuera un peligroso demonio con alas. Les explico que no es lo mismo. «A las aves rapaces se las ve venir, no engañan a nadie. Su conducta atiende a una mera cuestión de supervivencia. Sin embargo, el género humano es capaz de matar por el mero hecho de que otros piensen de manera distinta», al oírme se quedan pasmadas y en silencio. Les explico que cada vez hay más personas que vivimos apartadas del mundanal ruido porque no nos gusta el mundo que nos rodea. Quizá ellas me consideran un pájaro de mal agüero y eso nos identifica todavía más.
Las torcaces no son conscientes de la inmensa suerte que tienen de vivir al aire libre, sin teléfono, sin malas noticias, sin manejar dinero, sin profesión, sin clases sociales, sin tantas complicaciones y falsas necesidades que nos atan a la tierra y nos impiden volar. Les repito a diario que son unas afortunadas. Ellas no entienden por qué, si pienso así, no cambio de vida. Pasa una avioneta y les señalo la única posibilidad de volar que está a nuestro alcance. «A nosotros se nos acaba la gasolina», digo. Pienso en Ícaro, pero no lo menciono, tampoco sé si las torcaces entienden que caer fue solo la ascensión a lo hondo.
Hay un cuenco con agua junto a las macetas de la terraza. Antes de irse beben unos cuantos sorbos. Nos despedimos hasta mañana. Me gustaría saber qué opinan realmente de mí y del mundo que compartimos; qué hablan entre ellas cuando están solas; qué piensan del futuro y de la vida en general; qué temores les inquietan; qué ilusiones tienen; qué comentan de cada uno de nosotros cuando vuelan y nos ven tan pequeños ahí abajo; qué sueñan, porque estoy seguro que también tienen sueños, aunque no creo que sufran pesadillas; qué misterios ocultan tras esa mirada inocente y ese aspecto tranquilo; qué hay dentro de esas cabezas.
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