Casi a diario acudo a las mismas tiendas para comprar las cosas imprescindibles. Saludo al entrar, me atienden cordialmente y nos despedimos. También me cruzo por la calle con caras que me resultan familiares de tanto verlas, pero no intercambiamos ninguna palabra. Al llegar a ... casa tengo un breve diálogo con los vecinos que encuentro en el portal. Llevamos años conviviendo a pocos metros unos de otros, pero apenas sabemos nada de nuestras vidas. Estoy convencido de que podría mantener buenas relaciones con casi todos ellos, pero el contacto se limita a un simple saludo y una sonrisa.
Publicidad
Hace pocos meses, una pareja extranjera alquiló el piso Segundo A y al cabo de una semana depositaron una carta en cada uno de los buzones invitando a los vecinos a visitar su casa cuando tuviéramos un rato libre para tomar una copa y celebrar el encuentro. Me pregunto cuántos inquilinos del edificio respondieron a la invitación. A menudo pienso en las personas que viven al lado desde hace años y continúan siendo unas desconocidas, como si fueran entes extraños que amenazan con colarse en nuestras vidas y rompernos la intimidad. Creo que no fui al piso de los extranjeros porque sentí vergüenza de presentarme así de repente. No estoy habituado a entrar en la casa de nadie sin avisar. La vida ha cambiado con los móviles. Ya no se hacen visitas sorpresa salvo en contadas ocasiones.
La timidez dificulta las relaciones incluso con aquellas personas que viven en el mismo rellano. Estamos solos, aunque no lo parezca. Quizá también influya el cansancio, porque la vida pesa. O tal vez sea que reducimos tanto nuestro entorno que al final nos quedamos en cuadro. Me da miedo imaginar una ciudad habitada por seres anónimos que se encierran en sus casas a la vuelta del trabajo y no salen hasta el día siguiente.
El caso es que desde que recibí la invitación no paro de pensar en los extranjeros. Miro a las parejas que entran y salen del edificio intentando descubrir algún detalle que las relacione con ellos. No sé la edad ni el aspecto que tienen. Estoy arrepentido de no haberlos visitado. Así que he decidido presentarme mañana en su piso con una botella de cava, llamar a la puerta y brindar por un largo futuro juntos. De repente, me asalta la duda. No quiero ni imaginar que se hayan ido a vivir a otra parte porque acabaron decepcionados de unos vecinos que se miran de soslayo y únicamente se reúnen para resolver problemas de la comunidad que no guardan relación con la buena convivencia. Unas reuniones tan frías y carentes de sensibilidad como la letra pequeña de un contrato. La pareja, por lo contrario, buscaba un lugar íntimo y acogedor en el que nadie les hiciera sentirse extranjeros.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.