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A Carmen Hernández aún le cuesta ver a su padre en la entrevista que se proyecta en una de las salas. «Por eso me pongo ... hacia este lado», se justifica. Han pasado diez años de su muerte, pero el dolor que deja el sentimiento de orfandad nunca desaparece del todo. Frente a su obra, sin embargo, su reacción es diferente. Ante esos inmensos cuadros cargados de simbolismo, técnica y color, la hija asume el papel de experta, crítica y comisaria de Paco Hernández (Melilla, 1932- Vélez Málaga, 2012) con rigurosidad. Porque no es fácil poner palabras a seis décadas de un artista inconformista, un pintor «incesante», un hombre «con una voluntad innegociable de insubordinación creativa», como expresó la directora de Actividades Culturales de la Fundación Unicaja, Emilia Garrido.
Esa obra rupturista, rebelde y moderna ocupa ahora las dos plantas del Centro Cultural Fundación Unicaja, en la plaza del Obispo. Medio centenar de piezas de la familia se suman a cuadros de coleccionistas privados nunca expuestos y a una selección de los fondos de la Fundación Unicaja para componer 'Diez años sin Francisco Hernández. El genio sigue vivo', una muestra que «hace justicia» con un nombre imprescindible de la vanguardia malagueña. Y ese aspecto es el que potencia precisamente esta retrospectiva, abierta al público desde este viernes 16 de diciembre y hasta el 11 de febrero.
La exposición incide en la modernidad de la obra de Paco Hernández seleccionando óleos de su primera etapa, desde los años 50 a los 70, y de sus últimos años, desde 2005 hasta 2011, meses antes de su fallecimiento. Se queda fuera de esta «trayectoria inabarcable» el periodo intermedio en el que Hernández se acerca más al clasicismo. La muestra, con un exquisito diseño, se plantea así como un diálogo constante entre el inicio y el fin de un pintor que nunca dejó de experimentar e investigar en busca de un lenguaje pictórico propio. Con nexos de unión muy reconocibles, como ese arcoíris que recorre a modo de cornisa todas las salas y que conecta directamente con el autor.
Aunque la presentación no es cronológica, década a década se descubre la capacidad del artista para reinventarse. En los 50, en cuadros como 'Viejo en la taberna', el joven Hernández tiene una pincelada rápida con un empaste grueso que muchos han querido asociar al impresionismo. «Pero él siempre decía que no, se asimilaba más al 'action painting' de Norteamérica», explica su hija. En los 60 se produce su primera ruptura: sus figuras adoptan formas geométricas y el conjunto gana en creatividad, como en ese enorme mural de la Fundación Unicaja que dedicó a los pescadores y a la cultura fenicia de Málaga.
En los 70 da un paso más y se adentra en el surrealismo o realismo mágico que le acompañaría, en diferentes versiones, a lo largo del tiempo. Representativa de esta época es 'El cabrero', un torso mutilado y casi mimetizado con la naturaleza. O 'La maternidad', donde una vez más recurre a un círculo para encerrar y enmarcar la escena, una constante en su creación. De esos años es también el retrato que firma de Leonardo Da Vinci en tinta china sobre papel, para Carme Hernández una «obra magistral».
Los próximos lienzos serán ya de 2005, cuando «se palpa que está fluyendo de nuevo esa creatividad para evolucionar hacia algo más, incansable, incesante en su búsqueda». Su pintura «trasciende la carne» y, como en los 70, empieza a deconstruir los cuerpos. No quiere retratar fielmente a un hombre o a un animal, sino a su interior, «su aura». Es lo que representa el arcoíris con el que crea a una pareja de enamorados, a un toro o a unos caballos.
En algunos cuadros, Hernández juega con una yuxtaposición de personajes casi asfixiante con pequeñas líneas de fuga que alivian la escena, como en 'Penitencias' o en 'Movida I'. Ahí están dos de sus temas más frecuentes, el religioso, como hombre creyente y espiritual que era, y lo social. Una preocupación por los dramas de su tiempo que se hace especialmente patente en pinturas como 'Pelotón', sobre la guerra, y en 'Patera', sobre la inmigración. Más adelante, se reconciliará con la humanidad, les da entidad a los personajes y los individualiza, como en 'Movida V'. «Vuelven los cuerpos, las carnes. Llega la calma», expresa su hija. Una paz interior que evidencia 'La diosa Ceres', su última obra, un hermoso dibujo en tinta china sobre papel y aguada.
En cada planta la retrospectiva termina con un guiño personal. Abajo, pone fin al recorrido la entrevista cercana y sincera que el exsubdirector de SUR, Pedro Luis Gómez, le hizo en 2002 para su programa 'Mirada al sur', de Canal Málaga. Y arriba, el recorrido desemboca en una «salita» dedicada a la familia, con un autorretrato inédito de los años 50 y los dibujos que Paco Hernández hizo de su mujer y sus hijos. Un toque emotivo para recordar al hombre detrás del pintor.
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