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Nuria Espert no recita poemas, eso puede hacerlo cualquiera: los ocupa. Se aloja en ellos como si le pertenecieran. Las palabras escalan su garganta y ella las arroja enseguida o las detiene un instante antes de acompañarlas con tonos y acentos diferentes, un abanico de ... posibilidades dramáticas que abre como marca de la casa. A cada verso, su sentido. Así ha sido durante décadas. Con Medea y Celestina, con el Rey Lear y Lucrecia. Por eso, porque su sola presencia a los 84 años resulta un acontecimiento, le bastó pisar las tablas del Teatro del Soho para recibir una ovación. Ni siquiera necesitó abrir la boca: eso llegó después, y de qué forma. Pero Espert, con cientos de personajes a la espalda, aunque ella prefiera llamarlos personas, no está en Málaga para pasearse. Con la dirección precisa de Lluís Pasqual, la actriz catalana interpreta 'Romancero gitano', de Federico García Lorca, como si cada poema escondiese una obra de teatro.
En el escenario casi desnudo sólo aparecen siete butacas vacías. Los juegos de luces, más adecuados que el cañón de humo a veces exagerado, no se separa de Espert, camuflada en cada estrofa, poniendo carne en cada verso. Aquí, la sangre de Antoñito el Camborio: «Voces de muerte sonaron / cerca del Guadalquivir». Allí, el temblor de 'Soneto de la dulce queja'. Más allá, el misterio de 'Romance sonámbulo': «Compadre, quiero morir / decentemente en mi cama». Y así hasta habitar una veintena de poemas de uno de los libros más populares del autor granadino, que quiso inmortalizar las penas de un pueblo, el gitano, marginal y perseguido. Lorca conocía bien esa sensación, el terror de saberse apartado. Espert trufa todo el espectáculo, apenas una hora breve, de experiencias propias y ajenas con las que ilustra la importancia del poeta en su vida: con él entró la poesía en casa cuando aún era una niña que trataba de comprender el significado de 'La casada infiel'. Mucho después le llegaría el éxito dirigiendo a la oscarizada Glenda Jackson en 'La casa de Bernarda Alba', representada entre aplausos en Londres.
La sencillez de la escenografía de este 'Romancero gitano' contrasta con la exhibición interpretativa de la actriz, que se retuerce de dolor, susurra y mece las estrofas según requiere la ocasión. Las anécdotas relatadas trascienden el propósito de servir de transición entre poemas, como el diálogo de madrugada entre Lorca y Alberti, con quien Espert protagonizó cientos de recitales por todo el mundo. En un asalto a la nevera para comer melón helado, el insomnio del autor gaditano coincidió con el de su amigo. Aprovechó para preguntar el significado de 'Romance sonámbulo'. «No lo sé, Rafael», confesó Federico. La obra dirigida por Pasqual respeta ese enigma: no masca los poemas para destriparlos, sino que los comparte hasta generar un silencio denso, acaso una muestra de respeto y admiración hacia Espert, sola en el escenario.
En uno de los momentos más intensos, el guión convoca a Marianita Pineda, Yerma, la madre de 'Bodas de sangre' y Doña Rosita, cuatro de los personajes más poderosos del teatro europeo, mujeres cosidas con el hilo de la soledad que asfixiaba a Lorca, incapaz de cruzar la calle sin cogerse del brazo de alguien. Nuria Espert ha sido todas ellas. Y sigue siéndolo. «A menudo», confiesa la actriz, «dicen que Federico es el poeta de la muerte», un autor que construyó tragedias a la altura de los grandes clásicos griegos: «Pero yo creo que también es el poeta del amor».
'Romancero gitano' no es un recital. Tampoco una obra de teatro al uso. Poco importa que no tenga encaje en los géneros tradicionales y que ni siquiera se limite al libro que le da título, con un emocionante salto final a 'Poeta en Nueva York': «Porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra, / que da sus frutos para todos». Espert cierra su esplendoroso círculo profesional para confirmar que es la mejor actriz del teatro español. Y todo empezó, como acabará, amando a Lorca.
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