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Manuel de Falla había escrito una carta a Pablo Ruiz Picasso para que recibiera a aquel joven pintor venido también desde Andalucía, así que Manuel ... Ángeles Ortiz consiguió audiencia con el genio. Cuando llegó a su estudio, allá por 1923, comprobó que el tótem de la vanguardia estaba enfrascado en grandes lienzos neoclásicos. Y aquella escena fue como el momento en el que aquel apóstol se cayó del caballo y encontró la fe. Porque se podía ser cubista y clásico al mismo tiempo. Y así, «la mayor parte de los creadores españoles de la Generación del 27 nacieron al arte moderno teniendo en cuenta que los nuevos realismos eran la última moda del arte europeo y lo asumieron como tal y para ello tuvieron tres modelos de referencia: Picasso, Miró y Josep de Togores».
Habla el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga (UMA), Eugenio Carmona, que ha inaugurado esta semana el ciclo de conferencias con el que el Museo Carmen Thyssen Málaga acompaña su actual exposición en torno a los nuevos realismos. No en vano, Carmona surge como uno de los mayores especialistas internacionales en esta corriente, a la que ha dedicado décadas de investigación y varias exposiciones reveladoras.
Con ese bagaje, el catedrático de la UMA reivindica la rabiosa modernidad de los nuevos realismos, no sólo desde el punto de vista plástico, sino también, desde la aproximación que sus autores emprendieron en cuestiones como el tratamiento iconográfico de la mujer, el papel de las mujeres artistas o la manera de plasmar escenas homoeróticas: «Los nuevos realismos salieron a escena en 1980, cuando Jean Clair organizó la exposición 'Les realismes' en Centre Georges Pompidou de París, aunque unos años antes algunas exposiciones en Alemania habían recuperado la época de la República de Weimar y la nueva objetividad y habían planteado cómo el arte moderno no fue unitario, sino que tuvo un proceso en el que la pintura realista también formó parte».
De este modo, salía a escena una tesis por entonces revolucionaria y que sigue generando no poco debate, «el arte moderno no tenía uno sólo paradigma, el arte abstracto, ni un añadido, el collage, sino que también tenía el paradigma de la recuperación de la visualidad en pintura, una vez pasada la etapa vanguardista», como destila Carmona. Además, el catedrático de la UMA pone el acento en que los nuevos realismos fueron «un fenómeno global» que fue más allá de la pintura para filtrarse en el cine o la literatura.
«Se trata de un movimiento muy complejo, desde el verismo y la nueva objetividad hasta nuevo clasicismo o fórmulas relacionadas con la pintura metafísica», sigue Carmona antes de acotar que el mismo Picasso emprendió ese camino artístico ya en 1914. «La emergencia de estos nuevos realismos fue tomada como un cambio radical en la manera de entender el arte moderno», abrocha Carmona.
El artista malagueño miraba hacia el pasado para reflejar escenas de la vida cotidiana y justo esa senda fue una de las grandes bazas jugadas por los nuevos realismos, hasta el punto de elaborar una crónica visual propia que plasmaba la transformación de la vida europea en el periodo entre las dos guerras mundiales. Y además, los nuevos realismos acogieron en su seno una vocación transversal no sólo estética, sino también política, a menudo con autores vinculados a posiciones autoritarias en Italia, Alemania o la Unión Soviética, lo que no ha favorecido el estudio de la corriente al margen de esas consideraciones geopolíticas.
«Los nuevos realismos son un significante a la espera de un significado», sostiene Carmona, que añade: «En 2022 no tiene sentido volver a los nuevos realismos si no es para plantear lo que albergaron de alteridad, de cambio en la vida y en las mentalidades sobre todo dando cabida a la presencia decisiva de las mujeres artistas y a una nueva consideración de las mujeres y de la vida de las mujeres en la pintura».
Ángeles Santos, Maruja Mallo y Margarita Manso surgen aquí como punta de lanza de un fenómeno plural y, por tanto, difícil de encasillar. «Los nuevos realismos dieron cabida -prosigue Carmona- a nuevas formas de expresión de la subjetividad, entre ellas las primeras pinturas que se hacen en la cultura occidental dedicadas a plasmar escenas homoeróticas y a captar nuevos modos de vida».
Y a partir de ahí, el catedrático malagueño concluye: «Los nuevos realismos modificaron por completo el sentido de la modernidad en España». Porque se podía -y se puede- ser moderno y figurativo al mismo tiempo.
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