Noches con Vanesa

El sábado, en el Auditorio de Cortijo de Torres, quizá no hubo llenazo total, pero ni falta que nos hacía echar cuentas a las seis mil personas fieles que acudimos, entregadas, a recibir la dosis necesaria de su arte. Las gradas estaban repletas, de pie se estuvo fetén y en medio del gentío una sola bandera arcoíris ondeaba como para marcar terreno. Pero no se equivoquen: de todos los variopintos tipos de público que habitan en cualquier concierto de Vanesa Martín, siempre habrá alguno que les sorprenda, como esa niña subida a hombros que coreó sin descanso desde el primer 'Frenar enero' hasta el último 'Y vuelo'. La Martín, o la Mari como la llamaba una de sus fans que también lloró a mi lado, fue escanciando poco a poco los sablazos emocionales de sus letras, las clásicas y las nuevas, como esa gran 'Imán', ay. Y pespunteó su repertorio con esa voz tan personal y afinadísima, a prueba de todo, imbatible. La mitad del concierto vistió de negro y rojo, a medias traje de chaqueta, a medias bata de cola.

Quizás acaso sea así todo su repertorio: una extraña combinación entre la profundidad de su prosa poética, que elude todo atisbo de indiferencia, y su sabia ejecución retenida con garra y poderío. En Vanesa parece habitar también algo de una folclórica de otros tiempos agazapada o escondida, que apenas se atisba, ah, pero que bulle a las teclas del piano o cuando enarbola la guitarra, siempre con los pies y la rabia puestos en el presente.