![Noche de paz](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202212/24/media/cortadas/web-cruce24-kcxD-U19058618902AW-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Cuando recuerdo las navidades de la infancia soy aún más consciente del paso del tiempo. Me doy cuenta del cambio de luz y color de las ciudades, los interiores de las casas, los colegios. El mundo de entonces tenía cuarenta vatios. La calle era el ... centro de reunión, ese era el mayor atractivo, la gran aventura. Una manzana del barrio del Ensanche sin apenas coches. Jugábamos a policías y ladrones; indios y cowboys. Me sigo identificando más con los juegos de aquellos años que con los actuales porque transcurrían en escenarios al aire libre. Hoy sigue permaneciendo la esencia del niño que fui. No se pueden volver atrás las hojas escritas de los días. Me atraía el misterio de las salas de cine con sus gruesas cortinas, los largos pasillos, el gallinero, el olor del tabaco, la linterna del acomodador, la sala del maquinista. También recreo imágenes de la gran nevada de la Navidad del 62.
El día de Reyes era el más feliz del año. Me levantaba temprano y abría las puertas del comedor que durante la noche se había transformado en el reino de los sueños. Entonces no tenía noticias de Papa Noel, no lo conocía, no se colaba en casa por la chimenea ni por el balcón; supongo que se quedaba en el extranjero. Hace pocos años pasé el día de Nochebuena en Belén. El hecho de pasar las navidades en Israel hizo que reviviera la historia sagrada de la infancia. Nunca olvidaré el fin de año en el Mar Muerto, la noche más fantástica.
Me quedo con los buenos recuerdos de aquellos años. De la tristeza, ¿quién quiere tener nostalgia? Aparte de la nieve, hay un recuerdo imborrable de la Navidad de 1962. Los Reyes Magos me trajeron un tipi con indios y un fuerte de madera con cowboys y soldados que vestían uniformes azules con pañuelos amarillos anudados al cuello; pero no llevaban arcos, ni flechas, ni revólveres, ni fusiles. Mi hermanita madrugó más que nadie y se entretuvo en cortarles las armas con las tijeras. No creo que haya una pacifista más precoz. Yo la hubiera matado viva, pero me dejó desarmado. A mí no me entraba en la cabeza que el soldado del Séptimo de Caballería encargado de tocar la corneta no hubiera despertado a los militares del sueño e impedir que los amputaran. Desde ese día tanto el fuerte como el poblado indio se convirtieron en un remanso de paz.
Muchos años después, vi en los noticiarios de televisión una caravana de niños abandonando las armas en las plazas de distintas ciudades. No a los juguetes bélicos, decían las pancartas. No hay que matar a nadie ni en broma. Sin embargo los mayores no soltaron prenda y continuaron jugando a la guerra hasta hoy. No aprenden la lección de mi hermana.
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