Antonio Jiménez Rambla y Mari Ángeles González Cánovas, durante su entrevista con SUR en el centro cultural. Ñito Salas

Los niños que habitaron La Térmica

Mari Ángeles y Antonio fueron acogidos en su infancia en la antigua Casa de la Misericordia, hoy centro cultural. Cincuenta años después son pareja y trabajan allí

Domingo, 21 de julio 2024, 00:26

En los pasillos de La Térmica aún resuena el eco de cientos de niños que por allí correteaban desde 1912. Lo que ahora es el centro cultural de Diputación de Málaga fue desde ese momento y hasta 1987 el Hogar Provincial de Nuestra Señora de ... la Victoria, conocido por Casa de la Misericordia, también en manos de la institución provincial. En él se acogía a niños necesitados de la ciudad y de toda la provincia desde los seis años hasta la mayoría de edad. Los chicos por un lado, las chicas por otro. En sus inicios, una educación que dista mucho de los últimos años de la casa. Se recuerda mano dura en los castigos y una disciplina exigente con los pequeños en situación de vulnerabilidad. Con el tiempo todo fue mejorando y las condiciones cambiaron hasta convertirse en un espacio que llegaba a ser un respiro para estos niños y niñas, que en sus casas no podían aprender ni recibir el cuidado que allí les brindaban.

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Esa última etapa la vivieron Antonio Jiménez Rambla y Mari Ángeles González Cánovas con un recuerdo que aún se refleja en sus ojos mientras caminan por los rincones de La Térmica. Ya hace 50 años desde que vivieran su etapa infantil en Casa de la Misericordia. Pero su historia con este espacio de la Diputación va mucho más allá de aquellos tiempos y ambos siguen trabajando en la institución. Y con una sorpresa de esas que brinda el caprichoso destino, la de volver a unir sus caminos dentro del amor, ese que no separa en módulos como hacían las monjas en su tiempo. Ese que une desde el respeto y el cariño. Ese que a veces aparece por las casualidades de la vida.

«¡Mira! Todavía se pueden ver los tornillos de las mamparas que pusieron cuando separaron las camas», descubre Antonio al pasar por una de las salas de La Térmica que ahora habita una exposición de retratos de animales de la reconocida fotógrafa Estela Castro. A escasos metros, la exposición de Isidro López-Aparicio, 'Misericordia', en la que hace homenaje al pasado de La Térmica con este centro de acogida del siglo pasado. Una muestra que ha generado que vuelva a hablarse de Casa de la Misericordia y que ha hecho que historias como la de Mari Ángeles y Antonio puedan conocerse.

Una de las habitaciones de la antigua Casa de la Misericordia. Archivo Diputación

Cuando ambos se sientan en unas de las galerías para charlar con SUR, mesas y taburetes altos propios del centro cultural que nada tienen que ver con Casa de la Misericordia. Pero miran de reojo hacia la esquina, ahí están unas vidrieras que aún les hacen introducirse en algún que otro recuerdo gamberro: «No sé cómo, pero saltábamos estas ventanas y hacíamos perrerías», cuenta entre risas Mari Ángeles. Y es que las magníficas ideas de niños tampoco faltaron en este centro. «Hacíamos todas las gamberradas posibles, nos saltábamos la tapia para buscar cañadú», confiesa él. «Nosotras íbamos a buscar escarabajos», añade ella.

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Antonio llegó al centro en 1973 tras fallecer su madre y Mari Ángeles un año más tarde, por la separación de sus padres

En 1973 llegó Antonio a Casa de la Misericordia y un año más tarde, Mari Ángeles. Él tenía 11 añitos cuando ingresó en el centro porque su madre falleció y su abuela se quedó con los cinco hermanos que eran. «Los varones vinimos aquí. Recuerdo que los principios fueron duros porque te separan de tu familia, de tu barrio y pasas a estar encerrado en un dormitorio con otros 50 niños y con unas normas estrictas. Pero a medida que pasaba el tiempo llegaron curas y monjas muy modernas, incluso fumaban en los pasillos a escondidas», apunta entre risas Antonio. Fue a partir del 76 cuando empezaron a hacer excursiones al cine o a la playa.

«Mi hermano, ¡ese es mi hermano!», comentaba Mari Ángeles a su grupo de amigas cuando iban a misa, que era el único momento en el que las niñas se juntaban con los niños. Ella había llegado a Casa de la Misericordia cuando tenía seis años junto a sus hermanos después de estar en Casa Cuna, también un centro de acogida, pero para los más pequeños. «Mis padres se separaron cuando era muy pequeñita y entonces estuve en varios centros. Pero aquí he sido muy feliz porque en mi casa no podía salir a la calle por ser niña; aquí me dejaban jugar y aprendía muchísimo en las clases, algo que no podría haber hecho con mi familia», confiesa Mari Ángeles, que recuerda con ternura la megafonía de las mañanas: «Nos despertaban con cuentos, eso es algo que me encantaba».

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Los fines de semana tocaba el momento de las visitas para los familiares. Los echaban de menos, pero al final «te acostumbras a lo que hay». En Casa de la Misericordia les daban ropa, formación y un lugar para jugar que, como confirma Mari Ángeles, no podrían haber tenido en sus casas. «Al final perdíamos la referencia de lo que pasaba fuera y aquí también formaban parte de nuestra familia porque dormías, te peleabas, te reías… Aquí vivíamos a pleno pulmón», rememora Antonio.

Antonio y Mari Ángeles son pareja en la actualidad. Ñito Salas

Cuando salieron de Casa de la Misericordia cada uno siguió su camino. Antes de que el destino volviese a unir sus vidas, ambos se casaron y tuvieron hijos. Y trabajaron por un futuro que al final les destinaría a ese lugar donde crecieron, felices, y aprendieron tanto de la vida. Mari Ángeles se fue a los 14 años del centro y siguió formándose mientras que Antonio aprobó unas oposiciones y se quedó trabajando en Casa Cuna, además de jugar al fútbol en el Puerto Malagueño. Luego continuó su trabajo en la Diputación de Málaga, donde lleva desde el año 81. «Cuando volví por primera vez fue impactante… Entraba a las salas y pensaba: 'Aquí he dormido yo'», recuerda siendo ya todo un veterano en La Térmica. Hace casi tres años que Mari Ángeles también recaló en el lugar donde creció: «Aunque había vuelto en otras ocasiones… Recuerdo ver los columpios donde yo jugaba, eran unos recuerdos realmente bonitos», asegura.

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Los caprichos del destino

Desde hace más de diez años, antiguos alumnos de Casa de la Misericordia comenzaron a hacer reencuentros a través de un grupo de Facebook. Esas quedadas son pura nostalgia entre recuerdos y vivencias de estos malagueños que ya tenían toda una vida por delante para contar. Y en una de ellas, en 2011, fue cuando el destino quiso unir a Antonio y Mari Ángeles, que tenían lazos en común. «Yo sabía quien era de vista y porque mi hermano Tuti sí que lo conocía y me hablaba de él cuando vivíamos en la casa. Pero lo recuerdo en el grupo de los grandes, yo era una mocosa», reconoce entre risas Mari Ángeles.

Se reencontraron, ambos separados de sus parejas y con un recuerdo común: Casa de la Misericordia. Ahora son parte de aquellos niños que habitaron La Térmica cuando no era un centro cultural, sino un centro de acogida que ayudó a miles de pequeños de toda la provincia a crecer como ellos, en valores y con un futuro mucho más prometedor del que hubiesen podido tener en sus casas. Antonio y Mari Ángeles pasean por La Térmica y realmente se sienten como en su casa: «Ya que estamos, nos jubilamos aquí», concluyen entre risas.

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