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Cinco minutos antes de empezar la función, Banderas y los actores se reúnen para unir sus manos y lanzar un grito de guerra. MIGUE FERNÁNDEZ
'Company'. Teatro del Soho

Lo que no se ve del musical de Antonio Banderas

En sus últimas semanas en cartelera, el Teatro del Soho nos abre el telón de lo que pasa detrás del escenario de 'Company'. Un centenar de personas trabaja para que cada noche todo salga perfecto en riguroso directo

Domingo, 13 de marzo 2022, 01:04

Las puertas se abren 45 minutos antes de la función. Y lo normal no es llegar tan pronto, sino un ratito antes y sentarte en ... la butaca a curiosear la escenografía neoyorquina que sale del escenario para abrazar al público hasta el anfiteatro. O mandar un whatsapp porque intuyes que en las próximas tres horas no vas a poder sacar el móvil por culpa de Antonio Banderas & 'Company'. Pero aunque no se vea desde el patio de butacas, el Teatro del Soho Caixabank es un no parar. La función hace horas que comenzó en las tripas del auditorio y los pasillos del 'backstage' parecen calle Larios en hora punta. Técnicos comprobando maquinaria, actores escalando con la voz por encima de las puertas cerradas de sus camerinos, el secador a todo trapo en maquillaje y peluquería, la plancha borrando las arrugas del vestuario de la función anterior, músicos revisando sus instrumentos, los de sonido hurgando en las cabezas de los intérpretes para colocarles unos micrófonos tan sensibles que hasta atrapan los pensamientos… todo un ejército de más de un centenar de soldados perfectamente entrenados que consigue que cada noche todo salga bien. Y si pasa, que no se note.

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Esa zona invisible del musical 'Company' al otro lado del telón es la que nos abre el teatro cuando afrontan las últimas semanas en cartelera. Un espectáculo al más puro estilo Broadway en pleno corazón del Soho malagueño que ya está más que rodado, aunque el directo siempre supera a la ficción. Así, que cada día hay que revisar el motor. Y no es una metáfora, ya que la obra se desarrolla sobre un escenario rodante que tiene que estar perfectamente engrasado para que nada falle cuando esa noria horizontal se llena de actores. Una ITV diaria que arranca dos horas antes de que se escuche la primera canción –hoy es a las 17,30 horas– y que forma parte de la 'pasada técnica' en la que se revisan luces, sonido, escenografía y todo lo que interviene en la puesta en escena. Uno a uno van 'reportando' el visto bueno a María Laporta, que se sienta en un lado del escenario al frente de la mesa de regiduría, algo así como el puente de mando de este crucero atracado en calle Córdoba.

En la primera foto, todos los actores unidos, antes de salir al escenario. En la segunda imagen, revisión técnica del suelo rodante del espectáculo. En la tercer, Banderas, con María Adamuz al fondo, entra en maquillaje y peluquería.

En cuatro pantallas controla milimétricamente un espectáculo tecnologizado hasta el extremo y va lanzando cada elemento en su justo momento. 'Company' se ejecuta cada noche en rigurosísimo directo y todo está calculado y 'claquetado'. Aunque a veces la informática hace de las suyas. Como en la función en la que se perdió la comunicación con la mesa de regiduría. Una crisis que se resolvió con una receta que vale para casi todo. «Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, por lo que lo primero fue controlar los nervios y la voz para que no se escucharan gritos fuera», rememora Laporta, que ahora relata con una sonrisa esos diez minutos de infarto hasta que volvió a conectarse todo. «El público no se enteró de nada», añade triunfante.

Mientras andan ajustando 'tuercas', ya son casi las seis de la tarde y los actores han empezado a llegar. Lo primero es pasar por la sala de ensayos, donde quince de ellos calientan voces. No están todos –la convocatoria es voluntaria–, ya que 14 salen a escena y otros cinco se quedan entre bambalinas haciendo coros. Antonio Banderas es de los que no está presente. El espectáculo es de manicomio. Mucha lengua fuera, daaa, baaa, taaa y combinaciones biensonantes y sinsentido del abecedario. Así 10 minutos, con Olga Domínguez de León al piano para marcar los tiempos. Aplauso final. «Llego con la voz en los talones, así que esto ayuda a subirla», nos dice Carlos Seguí, que da vida a Harry, uno de los amigos de Bobby, el cumpleañero que celebra cada noche sus 50 tacos en el escenario del Teatro del Soho con la cara y la voz de Banderas. Ya que nos da pie, seguimos a Carlos a su siguiente parada: caracterización. Maquillaje y peluquería, para entendernos.

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«No nos queremos ir»

Allí encontramos ya a Anna Moliner, que mira al fotógrafo Migue Fernández con miedo. Bueno, a su cámara. Están en pleno proceso de chapa y pintura, y le hace una mueca de que no es buen momento para la foto. Ni mil palabras más. Seguí confiesa que lo primero que hizo cuando le confirmaron el papel fue llamar a sus padres para decirle que actuaba con Banderas. Algo así como los que pasaban la noche con Ava Gardner y a la mañana siguiente corrían a contarlo. Carlos está feliz por la semana de prórroga –estarán hasta el 3 abril–, aunque si fuera por él le añadiría semanas al calendario. «Está lleno todas las noches y la gente nos despide de pie, no nos queremos ir», le toma la palabra Lorena Calero, a la que le van a poner la peluca morena que la convierte en Kathy, una de las novias del soltero de oro Bobby.

Cada noche, los actores se reúnen antes de salir al escenario para lanzar un grito de guerra que han tomado prestado de una frase del musical: «¡Cuando se tienen amigos como los míos!»

El sitio de Carlos lo ocupa ahora Silvia Luchetti. Una silla caliente en toda regla. Llega con su expansivo acento argentino, como el de su personaje Susan, y de pronto cambia a un castellano que aplaudiría hasta Lope de Vega. «Llevo 20 años en España y jamás me pidieron usar mi acento, pero de pronto viene Antonio y me pide una Susan argentina, argentina, ¿viste?», cuenta la actriz, que nos habla de lo exigente de la partitura original de Stephen Sondheim y la vigencia de 'Company' que nos habla del miedo al fracaso, al compromiso y la necesidad de amar para sentirnos vivos. Llega el momento de pasarnos por el camerino de Bobby Banderas. De camino, sale del suyo Moliner con la que tenemos una foto pendiente. Ahora va incluso en bata, así que nos mira, suelta esa sonrisa contagiosa que le ilumina la cara y dice: «Ahora todavía voy peor».

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Subimos una planta y la voz de Antonio llega antes de que llamemos. Está calentando la voz y «despeluchao» –se disculpa– porque le están poniendo el micro por la cabeza. «Llevo dos por seguridad. Un día, en la canción en la que bailo mucho al comienzo del segundo acto, se metió sudor en el que estaba funcionando, así que abrieron el otro y no se notó», cuenta el director, promotor, actor y alma de 'Company', una obra que le da la vida sin que haga falta que lo diga. Cada noche se sube al escenario para no salir de principio a fin. ¿Fatigado tras cuatro meses y más de 80 funciones? Niega con la cabeza, aunque se acuerda de las palabras de un amigo: «Almodóvar siempre me dice: Antonio cuando estás cansado eres la hostia».

Anna Moliner, sonríe, después de que en maquillaje y peluquería se convierta en Amy. migue Fernández

Y tampoco se cansa de hacer planes. «Quiero traer espectáculos que nadie haría, pero que han marcado la historia del musical», confiesa el actor, que siente debilidad por Sondheim. «Somos 14 actores en el escenario y 26 músicos, todo en directo. Aquí no hay nada pregrabado y cuando vinieron los americanos no se lo podían creer, porque esto solo pasa en cuatro o cinco montajes de los 40 de Broadway», asegura con una sonrisa de orgullo el artista.

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«El momento más emocionante fue cuando después de cantar 'Sentirse vivo' –la última canción del musical–, me vino Arturo (Díez Boscovich) con el móvil porque acababa de morir Stephen (Sondheim). Lloramos los dos», cuenta Banderas al que parece que lo ha escuchado su director de orquesta que aparece por la puerta. Se ponen a hablar, como si no hubiera prensa delante, de la visita a su función del rey de los musicales, Andrew Lloyd Webber, y la intención de llevar una de sus obras al Soho. «Pero no hay nada firmado aún», admite el actor. Entonces, Díez Boscovich, que también anda con una ópera, le vacila al jefe y le dice que el musical no es tan «glamouroso». «En la ópera llega el maestro, saluda y entonces todo empieza, pero aquí soy un oficinista», bromea, mientras Banderas estalla de la risa.

El camarote de los Marx

Entonces toca la puerta Javier Banderas, hermano del actor y administrador del teatro, para cerrar la visita de un grupo de estudiantes de ESAEM. «He invitado a todas las escuelas de arte dramático de Andalucía, autobús incluso y coloquio posterior con los chicos», revela Antonio, que incluso antes de hablar de todos esos estudiantes, ya ha convertido su cubículo en lo más parecido al camarote de los hermanos Marx. Así que vamos dejando sitio, aunque Antonio nos detiene para enseñarnos una cerámica del Cautivo. «Este Cristo viene de Broadway y me lo regaló una señora de Marbella que me vino a ver en 'Nine'. Me nominaron al Tony y ganó la obra, por lo que me lo traje para acá para que me echara una mano y no nos ha salido mal», cuenta el actor que llena cada noche y ya logró una candidatura al Max por su anterior musical, 'A Chorus Line'.

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Con la charleta, queda apenas media hora para el comienzo. Los pasillos siguen siendo una jaula de grillos con los gorgoritos de los actores que van y vienen. El fotógrafo de SUR le ha arrancado la foto a Anna Moliner, que ya lleva puesta la peluca rubia de su personaje Amy. Va a comenzar el chequeo de la orquesta, mientras que por peluquería aparece el propio Banderas que va cantando «los trucos del almendrucoooooooo» para probar la temperatura de su garganta. Antes, Boscovich le ha dicho que es el «mejor cantante» que ha dirigido, «aunque digas que no eres cantante». A lo que Banderas contesta automáticamente: «Yo no soy cantante». Sin querer contradecirle, lo disimula muy bien con su truco del almendruco.

Pese a que cada noche se sube al escenario del Teatro del Soho y está toda la obra en escena, Antonio Banderas dice tajante: «No soy cantante»

En su camerino, Banderas tiene una imagen del Cautivo que le regaló una mujer de Marbella cuando actuaba en Broadway. Entonces le nominaron al Tony, así que se ha traído el Cristo al Soho para que le «echara una mano»

Banderas se encuentra con la marbellí María Adamuz, a la que pilla en sujetador y que le pone la misma cara que en la escena de cama que van a protagonizar un rato después y que es uno de los momentos más descacharrantes del musical. Después se encuentra con el alegre Roger Berruezo y se vuelve para contarnos que «en Madrid y Barcelona me va a sustituir en el papel de Bobby». Los personajes ya han conquistando el cuerpo de todos los actores, que se han ido arremolinando en la escalera de la zona de camerinos. También Banderas.

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Estamos cerca de uno de los accesos al escenario y se escucha una voz pregrabada que avisa: «Señoras y señores, faltan cinco minutos para que empiece el espectáculo». «Bueno, ¿estamos todos?», pregunta el malagueño. «Falta Bragas», le dicen. Lydia Fairén no tarda en aparecer con su traje pop y sus bragas de colores que se le ven cuando baila. De ahí el mote cariñoso. Entonces se unen en una piña y lanzan su grito de guerra, que han tomado prestado de una frase del musical: «¡Cuando se tienen amigos como los míos!». Cada uno sale disparado a por el último detalle, buche de agua o ritual personal. Y se sitúan en sus marcas para salir al escenario que ya está oscuro. Casi negro. Y el primero que sale es Bobby, el que celebra sus 50 años, aunque el público todavía no lo ve. Hasta que un haz de luz lo ilumina y dice su primera palabra: «Sí». Comienza el espectáculo.

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