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Primero fue la luz y el trueno. Una bomba de humo sobre el escenario con cierto parecido a un efecto especial sobrante de una película de serie B. Pero el golpe sorpresa está ahí. Valiosísimo. La invitación a cruzar la puerta hacia una experiencia musical ... y visual inédita bajo la promesa de más de dos horas de gozo infinito. Es el 6 de marzo de 1982. El presidente Calvo-Sotelo está a punto de convocar las elecciones que ganará el PSOE de Felipe González. El ritmo lo inunda todo. La música se hace adulta paradójicamente entre una juventud que cada fin de semana se debate entre salir de cervezas o comprarse un vinilo.
Tras la bomba, los golpes de batería. Secos. Contundentes. Inolvidables. Dos baterías luchan ahí arriba. Forman un tren de ritmo galopante. La doble batería es otro concepto en la España de 1982. King Crimson las usaba. La Allman Brothers Band, también. Hoy, los golpes marcan el camino en la noche de Madrid. Miles de voces responden con un rugido. Entran las guitarras. El bajo. Los teclados. La furia. La tempestad. Y aparece el rayo verde. Ya hay borrachos y fumetas con la mirada perdida. Solo han pasado unos segundos de concierto. Parece que están aquí, pero se hallan a miles de kilómetros de esta comunión eléctrica.
'Bienvenidos', dibuja en el aire un láser que en aquellos años era un artefacto perteneciente al reino de la fantasía del rock internacional. Sale Miguel Ríos. Agarra el micrófono. Suda. Piernas separadas. El crescendo sónico electriza sus venas. Junto a él miles de personas toman el poder de la noche. Sus pantalones listados harán historia. Menos ceñidos y estridentes que los que se calzó aquel verano del 82 Mick Jagger en Barcelona. Pero serán los que definan uno de los iconos de la generación del cambio.
Y Miguel recita: «Bienvenidos al concierto, hijos del rock and roll, os saludan los aliados de la noche». Kaboom.
Nace la primera salutación de la música popular en un país donde nadie había tenido aún la ocurrencia de abrir un concierto con una canción compuesta 'ad hoc' que además agradeciera el esfuerzo al público. El grado de perfección energética de 'Bienvenidos' es infinito. Desde el minuto uno, el público ha tocado techo. Corea desde la cumbre del Everest. Cuatro décadas después ningún artista lo ha superado.
«Fue una cos que hicimos con facilidad. Mira que siempre me ha gustado conjugar verbos y construir rimas. ¡Y aquel tema salió de un tirón! Yo estaba con Tato Gómez, él sentado al piano, y le dije: ' Quiero una canción con la palabra bienvenidos '. En el rock español e iberoamericano no existía ninguna canción de recibimiento a la gente en los conciertos y quería acabar con esa falta. Tato hizo los acordes en el piano y el resto salió rodado. 'Bienvenidos al concierto, hijos del rock and roll, os saludan los aliados de la noche', que era una terminación muy del estilo de la literatura que leíamos en la época. Los dos estábamos enfebrecidos porque aquello era como imposible: el verso más sencillo que se ha podido hacer nunca».
Miguel Ríos (Granada, 79 años) está feliz y ronco. Se percibe en su voz inconfundible e incombustible la acumulación de días de presentación de 'Rock & Ríos. 40 años después', la reformulación del doble disco en directo que transformó la capacidad de comunicar la música popular en España. En apenas tres semanas ha escalado a lo alto de las listas. Queda claro que había ganas de volver a experimentar el milagro del 82.
«Supongo que puede decirse que es un disco generacional o, como dicen los mexicanos, parteaguas. Durante la gira de 'Un largo tiempo' (su disco de 2021 grabado con The Black Betty Trío), la gente llegaba al camerino con el 'Rock & Ríos' debajo del brazo para que se lo firmara. Y pensé: ¿Cuarenta años después todavía hay tanto interés por aquel disco? Haces algo que te supera, y no es que yo haya hecho nada por conseguirlo, simplemente hacerlo. Y estoy contento porque el sueño perfecto del creador es que la obra ya no sea tuya, sin que hayas transferido su emocionalidad a otros», dice Miguel.
'Rock & Ríos' era un doble LP dotado de una sonoridad extraordinaria. Magnético. Le voló la cabeza a varias generaciones. Hoy sigue en las estanterías de decenas de miles de ciudadanos. Carlos Tarque (MClan) lo escuchaba de chaval todas las tardes de verano. Artistas como Mikel Izal y Rebeca Jiménez se han sumado a la grabación del 40 aniversario, junto a otro largo plantel de invitados, porque confiesan que forma parte de la banda sonora de sus vidas, Miguel Ríos precisa: «Es la banda sonora de un país, de un tiempo lleno de esperanza. Aquella época era el contacto primero con la utopía de la libertad y ahora es el momento de rescatarnos de la distopía».
– ¿Es más complicado vivir en la distopía que soñar con la utopía?
– Por supuesto. En la distopía es muy difícil vivir. No solo en España, sino en el mundo, donde campa el trumpismo, la mentira o la negación del deterioro planetario.
– Significativamente, las letras del 'Rock & Ríos' siguen hoy totalmente vigentes, desde las adicciones a la destrucción medioambiental, las desigualdades o los demonios de la violencia.
– Es la historia de la Humanidad. O nos salvamos todos o no se salva nadie. Porque algunos sí pueden tener un cierto salvavidas, pero a un coste moral tremendo. Ver como tú te salvas mientras los demás mueren es un golpe moral tremendo. Yo prefiero estar entre los que mueren. La desigualdad social es enorme y la desigualdad sobre la mujer es tan brutal que no puedo concebir que haya gente que no se da por enterada.
– Sin embargo, parece que seguimos empecinados en el terror. Nadie hubiera pensado en los 80 que, cuatro décadas después, prevalecería el maltrato a las mujeres y los asesinatos.
– Nosotros tuvimos la suerte de caminar juntos con las chicas. Representábamos una generación diferente a la de nuestros padres, basándonos en que la juventud no fuera un estado de edad únicamente sino una forma de ser política y social, con la pequeña revolución que nos proporcionaba la llegada del rock and roll y las pequeñas libertades que nos podíamos dar. Pero es cierto que el machismo es un mensaje que de alguna manera figura en nuestro desarrollo. Basta pensar que los hombres no hacíamos la cama ni recogíamos los platos. Antes no estaba en nuestra órbita, pero lo importante es que ahora nos hemos dado cuenta y no hay disculpas para luchar. Un signo de evolución estriba en que lo que antaño te parecía algo natural ahora se haya vuelto insoportable.
La entrada del 'Rock & Ríos' costaba 600 pesetas (algo menos de cuatro euros) y consistía en un pequeño rectángulo de papel satinado con la imagen de un camión trailer y una enorme mesa de producción. La espada y la cruz. La iconografía del éxito en un rock urbano que se cocía en los suburbios y la clase media. Todo el que acudió aquellas dos noches de marzo de 1982 al antiguo Pabellón de los Deportes de Madrid sabía a lo que iba. A la entrada se asaban chorizos en las parrillas. Dentro corrían las cervezas, los canutos y el sudor. Miguel pedía a los espectadores que dejasen las neveras portátiles en la entrada para poder bailar a sus anchas. El tabaco silbaba sobre las cabezas.
Espectadores curtidos en el rock cortesmente rebelde de los 60 y 70, miles de adolescentes y postadolescentes iluminados por el brillo de las guitarras, concienciados del rock sinfónico y hasta exhippies de canuto, comuna y amor libre se apretaron en el recinto y apretaron con todo lo que la magia y el éxtasis de la música dio a lugar. Miles de espectadores se vieron superados por un rayo verde, una banda formidable y un tipo con pantalones rayados.
El cantante granadino cambió en cuestión de horas el concepto de las giras en el rock patrio para elevarlas al rango de fenómeno de masas. Venía de producir en 1978 'La noche roja', un festival precursor del 'Rock & Ríos'. Tres cañones láser y potentes focos para «más de siete horas de rock y rollo, a punta pala», según se anunciaba en los pasquines, en las que compartió nombre con Tequila, Triana o Iceberg, por citar a tres de las bandas que conformaban el cartel. En 1983, embarcado ya en un deseo indisimulado por profundizar en los espectáculos de estadio, produjo 'El rock de una noche de verano', con Luz Casal, Leño y aquellos legendarios acróbatas llamados Los Bordinis que cabalgaban sobre motos por finos cables aéreos.
Ahora, en agosto, Miguel saldrá a la carretera por enésima vez. El hombre que más veces se ha despedido de los escenarios para subirse a tocar de nuevo a la semana siguiente iniciará el 12 de agosto en Mallorca la gira del aniversario. 'El blues del autobús', 'Santa Lucía', 'Banzai' o 'El sueño espacial' pasarán por Bilbao el 20 de octubre y sonarán en Pamplona el 4 de noviembre.
– ¿Pensó en aquella gira de 1982 que 40 años después volvería a interpretar el 'Rock & Ríos'?
– ¿Sabes qué pasa tocayo? Que probablemente yo no he tenido unas grandes proyecciones en mi vida. No he sido adicto al sueño proyectivo. He trabajado mucho para mantenerme en la carretera mientras pensaba ya veremos qué pasa en la siguiente curva. Me siguen sucediendo cosas que me mantienen pendiente de un hilo. Ha sido una vida muy entretenida la mía y no me he dado cuenta de la edad que tengo.
– Nadie puede dudar de eso. Tiene un decanato en el rock en activo.
– Debo decir que en todo eso hay un componente emocional y genético. Vengo de una familia de longevos, pero de una longevidad fatalista. Ya sabes aquello que decían los mayores: esto es un valle de lágrimas, la recompensa viene después. Yo me di cuenta de jovencillo que no, que es el ahora o nunca, y esa praxis la he aprovechado al máximo. Tengo un manual de resistencia que me lo impongo y tiro para adelante. Resistir significa seguir haciendo lo que te genera placer. Todo tipo de sacrificio puede ser subsanado porque hago lo que me va a satisfacer.
– ¿Qué es el éxito para usted?
– Algunos han conseguido todo desde el primer acorde y otros hemos tenido que trabajarlo a diario. El éxito constante es una monotonía, lo propio es arriesgar. A mí me sirve saber que todo cuesta, que existen consecuencias para las que te tienes que preparar y, sobre todo, el deseo de no dejarlo. Cuando hice 'Vuelvo a Granada' yo estaba en un momento en el que batallaba todo el día y no me daba para vivir. Tenía 23 años, no 17 como cuando comencé, y empezaba a percibir que era una edad en la que quizá necesitaba mejores resultados. Sentí que igual debía dejarlo y, en ese sentido, 'Vuelvo a Granada' era una forma de decirme que, pase lo que pase, tengo un destino, un lugar donde regresar en el que la gente me quiere.
– Pero no acabó volviendo, figurativamente, claro.
– Suceden cosas. Un productor que te encuentra en un pasillo y te dice: 'Tengo el 'Himno a la alegría...' Y lo cambia todo. Pero tampoco solo es cuestión de fortuna. Hay que estar en disposición de poder hacerlo, estar bien preparado y tener respeto por el oficio.
Como en 1982, Miguel Ríos cuenta en este nuevo trabajo –editado en formatos a todo lujo– con la banda original salvo los fallecidos Paco Palacios y Sergio Castillo, además de un amplio número de colaboradores que combinan diferentes generaciones, desde Rosendo y Johnny Burning a Suharma o Santi Balmes. La pregunta es obligada: ¿Ha sido difícil volver a revisar una obra tan legendaria?
– Durante mucho tiempo he rechazado ofertas para hacer el 'Rock & Ríos' mimetizado. Ni en el veinte aniversario ni en el veinticinco porque no quería hacer una gira idéntica, meterme en aquellos pantalones a rayas...
– ... que hicieron historia y se los robó su hermana.
– Los tiene mi hermana Tere, sí, je je je.
–En fin, que ahora sí ha sentido que era el momento.
– Cuando hice la gira acústica de 'Un largo tiempo' vi que estaba en una buena forma vocal y a eso se unió el deseo de celebrar el 'Rock & Ríos' para mí y para toda la gente de la que había formado parte en su educación sentimental y musical. Me convenció que había una generación que lo había vivido en directo, como Rosendo o aquel medley con Tequila y Burning del disco original; una segunda generación desde Mikel Izal a Carlos Tarque, Amaral y Love of Lesbian; y una tercera generación en la que entraban Annie B. Sweet y Ainhoa Buitrago. ¡Es que Annie podría ser nieta mía!. La participación de todos era el envolvente romántico necesario para esta celebración, junto con la ejecución rigurosa de las canciones.
– Javier Bardem es la sorpresa inicial, entregadísimo.
– Cuando vi su salida tumultuosa al escenario y la transmisión que hacía de las emociones cantando 'Bienvenidos' me dio el 'flashback' de que era yo mismo hace cuarenta años. Pilar Bardem era muy amiga mía, en el sentido de que también era una guardiana de las esencias de la izquierda y siempre me llamaba para participar en los saraos solidarios. Era ultrafan del 'Rock & Ríos' y del 'Rock de una noche de verano' y se llevaba a los niños de gira itinerante durante los bolos. Javier es un exponente de la transmisión de la madre a la que admira. En Navidad siempre me mandaba un vídeo de su hijo al frente de una batería de juguete haciendo como que tocaba 'Bienvenidos'.
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