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Un enorme tráiler en la puerta trasera del Teatro Cervantes daba pistas del gigantesco montaje que Pablo Alborán había preparado para reencontrarse con Málaga. Una vez dentro, el calor de la calle se trasladaba al patio de butacas, con todos los asientos completos, miraras donde ... miraras. Para hacer la espera más amena se escuchaban tras el telón pequeños cortes de canciones de artistas amigos, que se sobreponían al bramar de un mar ficticio, oleando bravío en el escenario. Un desconcertante calentamiento del público que entenderían con el concierto ya empezado.
No hubo entrada triunfal desde los laterales, simplemente una pose sencilla con una de las piernas sobre el taburete, con el cuerpo acercándose a la guitarra y luces tenues tras el escenario. Pablo Alborán volvía a su casa para citarse con Málaga en el primero de tres encuentros atípicos: humildes en su forma, pero no en apariencia. Los instrumentos de quienes le acompañarían más tarde descansaban en la penumbra y el protagonista de la noche comenzó el diálogo con su público sobre el tema que mueve su música: 'Hablemos de amor' como entrante a un menú muy completo en el que no faltó ni un tema emblema.
Estábamos cerca, pero Alborán quería estarlo aún más, que su publico sintiera lo mismo que él cuando entonaba sus canciones himno y no perderse así ni un segundo ni un centímetro de sus expresiones. Por ello, la disposición de grandes pantallas a su alrededor componían un 'atrezzo' que dividía por módulos las escenas: ahora entendemos lo del tráiler. «¡Qué bonito, hijo!», comenzaban los gritos espontáneos entre el público que se sucederían en todo el encuentro. Alborán los tomaba para guiar la noche y convertir esta cita en un tú a tú, como en el salón de casa, con amigos y conocidos que no paraban de arrojarle piropos sin pudor.
El malagueño no tardó mucho en hablarles por primera vez para sincerarse: se levanta del piano, se coloca bien el polo beige y, aunque le cuesta pronunciar palabra más allá de la música, comienza su discurso encantador: «Me parece súper emocionante y surrealista estar aquí, en casa. Con mi familia cumpliendo un sueño juntos y viviéndolo de cerca. Nos vamos a dejar la piel esta noche por Málaga», prometió, cumpliéndolo con creces tras dos horas de concierto sin descanso.
Al comienzo, los primeros planos que se proyectaban tras él hacía que el público se enmudeciera, efecto que se acrecentó con quejíos llenos de sentimiento extendiendo las letras de sus temas. El público le respondía con aplausos contundentes, porque el Teatro Cervantes hasta los topes suena gigante y acogedor al mismo tiempo. De repente, la quietud íntima del comienzo se convirtió en un acompañamiento con mucho empaque: guitarras, laúd y percusión le acompañarían durante todo el espectáculo para transformar temas de hace una década en canciones revisadas, con arreglos actuales y muy frescas.
Inevitablemente, las mujeres del patio de butacas no podían dejar de sonreír con ojos ilusionados y les bastaba que Alborán hiciera algún movimiento sugerente fuera del piano o la guitarra flamenca para lanzar un grito enamorado. Este cariño recibido, incluso un «¡cásate conmigo!» o un «¡te amo!» a viva voz, llevó al protagonista a sentirse muy relajado, quitarse el pinganillo y cantar 'a capella' y sin amplificación, sentarse al borde del escenario o acercarse a las plateas y dar la mano a sus seguidoras: la locura estaba sembrada.
No faltó ni uno de sus temas más sonados, tampoco el más reciente, 'Castillos de arena', e incluso un adelanto de lo próximo que, aunque confesó que aún «no está terminado», sonó a temazo. Con 'Saturno', que supera los 286 millones de reproducciones en Spotify, se creó una especie de comunidad cuando el público encendió las linternas de sus móviles para acompañarle a unas estrellas figuradas. Lejos quedaron aquellas llamadas de atención al público cuando sacaban sus móviles para grabar o hacer una foto: barra libre de recuerdos inolvidables.
Le dedicó, incluso, un tema a su amiga Bego, con quien recordaba que antes de sonar en la radio ponía en su coche las maquetas a toda voz. «Esta es la mejor promoción que hay», rememoraba entre risas. La complicidad con sus músicos y con el público encandilado hasta los huesos hizo que esta primera cita fuese estelar: el tiempo pasó demasiado rápido.
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