Nos citamos en un bar del centro de Málaga. Uno de los componentes no está, se ha mudado a Roma. Otros dos responden a las preguntas, siempre y cuando no se acerque ningún colega a saludar. Y el cuarto se levanta cada cinco minutos de ... la mesa para servir tras la barra. «Esta es la historia de nuestro grupo, siempre es así». Son Orina, una banda malagueña disfuncional que sin buscar un concierto ha dado muchísimos y que sin preocuparse jamás por la promoción sale en el periódico…. aunque sea ahora que están a punto de separarse. «No nos estresamos. Somos un poco desastrillos», reconocen. El grupo llamado a renovar el punk rock local, el cuarteto de agitadores de la más profunda subcultura malagueña, se despide a lo grande el sábado 14 de octubre con un concierto en La Trinchera (apertura de puertas a las 21.00 horas; 12 euros entradas anticipadas, 15 euros en taquilla).
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Orina son Adrián López (guitarra), Víctor Lara (bajo), Enrique 'Kike' Domenech (batería, percusiones) y Manuel Rodríguez Álvarez (voz). La salida de Adrián, una «pieza fundamental» del conjunto, para empezar una «nueva vida» en Roma motiva la disolución de la banda tras cuatro años 'liándola' por diferentes escenarios de Málaga y más allá. Pero advierten: esto es solo un punto y aparte. Tras el concierto final, los tres integrantes que resisten en Málaga tienen intención de recomponerse y volver a la música, pero «con otro rollo», «según el feeling» del momento, con «otro flow», dicen dejando abierta todas las posibilidades.
Lo que tienen más o menos claro es que lo de ahora es demasiado «enérgico», incluso para unos treinteañeros como ellos (con alguna excepción). Basta escuchar 'Parkour', 'Poli en chándal' o 'Hail Kitty', tres de las siete únicas canciones que tienen colgadas en su Youtube, para imaginarse una sala llena de personas saltando como locas y moviendo las cabezas de arriba abajo con Manu desgañitándose de fondo. Nunca quisieron hacer eso, su pretensión jamás fue ser un grupo de punk rock. «Nos gustaba el jazz, la música experimental y la africana. Pero nos dimos cuenta de que el rock and roll es más fácil y divertido», bromean, no sin razón.
La realidad es más profunda. No tienen las cosas fáciles, son unos currantes «con callos en las manos» de trabajar. Víctor llega a la cita tras terminar su turno en un hostal donde es 'kelly' y recepcionista. «El chico para todo». Manu es camarero en El Muro, un clásico de la movida malagueña de hoy. Adrián es técnico de sonido y Kike, el más estable de todos, hace proyectos como arquitecto técnico para ascensores en Inglaterra. Pero por más que se dejen la piel en conciertos, bolos y carreteras, siempre les «sale a pagar», confirma Kike.
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La mejor forma de expresar lo que viven –alquileres por las nubes, trabajos precarios, sueldos bajos, falta de oportunidades– es a través de una música que es puro desfogue. «Con las limitaciones que tenemos, el mejor traje que me podía poner es el de 'punkarra'. Somos 'punkarras' por lo que nos ha tocado vivir», asegura Manu, el carismático e impulsivo cantante de Orina. «Esta ciudad te hace precario. Tenemos una actitud contestataria porque no nos ha quedado otra», añade Víctor. Una sensación que comparten con toda una generación –o dos– desencantada que ha hecho suyos los gritos irónicos y críticos de la banda. Como ese «¡él sabe que es el árbitro en la calle!» de 'Poli en chándal / poli deportivo'.
De hecho, (casi) todas sus canciones están inspiradas en historias y personajes de la calle. Lo que hay detrás de 'Begoña', la protagonista del bolero punk más surrealista, es maravilloso. Cuentan que un colega se encontró con un montón de papeles en la basura y se los pasó a Manu. Entre ellos había una carta a Begoña junto a una fotocopia de una foto suya en blanco y negro como cajera del mes en el Eroski. «Un supermercado puede ser un lugar muy triste si tú no estás», se leía. La frase que ahora abre la canción. Pero esto no se queda aquí. «¡La conocíamos!», exclaman Manu y Víctor. El primero le había hecho la mudanza de su casa meses antes, el segundo se turnaba con ella en el cuidado de una señora mayor. «Begoña se enteró de que esa persona estaba enamorada de ella a través de nuestro tema», relatan.
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'Parkour' también salió de esos papeles. «Hacemos un llamamientos desde aquí: queremos encontrar al chaval de unos 8 años que hizo una especie de Fanzine donde escribió 'Parkour no hay límites'», la expresión que encabeza la canción. Y así con todo. «Es una locura continua. Empezamos haciendo canciones de la basura, pero ya hemos evolucionado», ríen todos juntos.
Sobre su propio nombre, Orina, no tienen una respuesta concreta. Ninguno sabe exactamente porqué lo eligieron. «A Adri se le ocurrió. Siempre había querido tener un grupo que se llamara así», dice Víctor lanzando la pelota al componente ausente de la charla. Con el tiempo le han encontrado sentido. Por la incontinencia verbal que les caracteriza. «Y porque somos diuréticos de por sí».
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Sus comienzos están ligados a La Invisible, donde les abrieron la puerta para ensayar y preparar su proyecto musical cuando aún les quedaba todo por hacer, y tienen grabado como uno de los puntos álgidos de su carrera la noche en la que se convirtieron en la banda del Tijeritas para un concierto que pasará a los anales del Contenedor Cultural de la UMA. «Abuchear nunca nos han abucheado. Aún siendo pocos nos hemos puesto a dar saltos», dice Manu con cierto orgullo.
Lo del próximo sábado esperan que sea memorable, una despedida por todo lo alto para abrir una nueva etapa. Esa noche, para empezar la fiesta, compartirán cartel con la banda barcelonesa Sandré, que se estrenó en la provincia en el Canela Party de hace un año. Pero mientras eso llega, y tras una hora larga hablando del proyecto musical, la conversación deriva de forma natural hacia anécdotas escatológicas, tributos fallidos y otras historias –la mayoría con Manu de protagonista– que no se pueden reproducir por aquí. Quién sabe. Quizás algún día las escuchen en una canción.
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