Vegas, anoche en Málaga. Migue Fernández

Nacho Vegas es nuestra orquesta del Titanic

El cantautor arrincona sus fantasmas para elogiar el amor y la ternura en tiempos de guerra en un Albéniz lleno que ovacionó 'Mundos inmóviles derrumbándose'

Jueves, 24 de febrero 2022, 23:33

Dentro de unos años recordaremos que la noche en que el mundo entró en guerra, Nacho Vegas cantaba al amor en Málaga: «No hay victoria que sea final ni derrota total. / Llegarán con mano dura y perderán la ocasión / de entender que es la ternura ... nuestro don». El cantautor asturiano se presentaba casi puntual en el Cine Albéniz con su traje granate —el color del vino y la sangre—, una banda renovada y la mirada tímida de siempre. En un decorado austero y sombrío, apenas coronado por dos lámparas redondas («Siempre hay luz tras tanta oscuridad», cantó en 'Big Crunch'), Vegas desgranó siete de los nueve temas de 'Mundos inmóviles derrumbándose', su último disco, un delicado elogio del afecto en tiempos de confrontación. Porque si el mundo se va a la mierda, Nacho estará ahí para recoger las ruinas y escribir una canción capaz de reivindicar el poder de lo colectivo, la necesidad de cuidarnos unos a otros, él que ha visto de cerca el abismo: «Cien veces llegué hasta el precipicio para contemplar / un vacío atravesado por mi soledad. / A lo lejos ya florecen los cerezos y aun así / cien veces y más vuelto a ti».

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Pero hay algo que suena a nuevo en la voz de Vegas, despojado del fatalismo de sus primeros trabajos. Anoche lo demostró en el concierto inaugural del MaF (Málaga de Festival), iniciado con 'Belart', el duro relato del suicidio de una amiga («Qué fácil es para una rosa morir, / no se oye ningún lamento») reconvertido en una enmienda a la totalidad del sistema: «No falta luz, falta un cielo». Luego vinieron 'Detener el tiempo', rescatado de 'La zona sucia', uno de sus álbumes más redondos, y 'El don de la ternura', cuyo título hace referencia a un poema de Raymond Carver, en cuya obra se refugió durante los primeros zarpazos de la pandemia. El sonido casi impecable, a falta de allanar el camino al fraseo en los temas de mayor poder instrumental, avala el cambio de banda forzado por el éxito de León Benavente, quienes hasta ahora eran sus músicos. Siguen Joseba Irazoki a la guitarra y Manu Molina a la batería y se incorporan Ferrán Resines, Hans Laguna y Juliane Heinemann.

'Ramón In', otra emocionante elegía («Me hice preguntas que nadie respondió, volví a fumar heroína. / Sólo el viento gemía el día en que Ramón moría»), se destapó como una de las canciones más poderosas en su puesta en directo, con un descarnado tramo final en el que brilló Irazoki. Lacónico y concentrado, con los ojos cerrados y la cabeza baja, apenas se dirigió al público. Tampoco hizo falta. Sus fieles, los mismos que agotaron las entradas en cuestión de días, conocen a Nacho, impúdico en lo creativo pero introvertido en lo social. Es un caso único en la música popular española: nadie como él ha cantado tan a tumba abierta sobre sus fantasmas, desde la adicción a las drogas hasta el desamor, una catarsis que ha iluminado algunos de los temas más viscerales del indie nacional.

Anoche sonaron la tristísima 'Hablando de Marlén', inspirado en el extraño asesinato de un travesti en su Gijón natal («Nadie recuerda bien el día en que perdió la voz, / o si fue ella quien dejó de hablar»), y la colosal 'El ángel Simón', escrita tras la muerte de su padre y que la banda toca con una intensidad apabullante, dejándose la piel en cada acorde, en cada verso: «Y me vas a disculpar si nunca te llevo rosas, / me vas a permitir contar algunas cosas / sobre lo poco que sé / de tus días de vino y rosas».

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Antes había ofrecido, como una entrega inevitable, 'La gran broma final', crónica de su ruptura con Christina Rosenvinge, con quien publicó 'Verano fatal' hace más de una década: «Puede que el tiempo te dé la razón, pero no queda tiempo: / hoy es el día en que dos planetas se estrellarán / mientras tú concedes entrevistas». Rosenvinge, por cierto, respondió a Vegas en su tema 'Weekend': «Adoro tus encantos, pero me voy de aquí. / El abismo es un lujo que no me puedo permitir».

'La pena o la nada', con un verso definitorio («Entre el dolor y la nada elegí el dolor») cerró un repertorio compuesto por cerca de una veintena de canciones desplegadas en hora y media. Quedaban los bises. Por entonces Vegas ya había roto su parquedad para defender La Casa Invisible: «No puede ser desalojada. Llevan quince años y estarán ciento cincuenta años más. Es un contrapoder que incomoda a la derecha y a quienes sólo quieren que exista lo institucional». Luego entonó la irónica 'Ciudad vampira': «Es tan triste esta ciudad que por aquí / cuando alguien se ríe lo hace mal».

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Se despidió con 'El hombre que casi conoció a Michi Panero', el éxito que lo catapultó como cantautor de culto, la voz de una generación mimada primero y estafada después: «Unos me llaman chaval / y otros me dicen caballero. / Alguno no se ha querido pronunciar». Y sólo entonces, después de una larga ovación («Sois el público que mejor aplaude»), ya con la sala vacía, apagado el hilo musical con canciones de Violeta Parra que sonó después del concierto, sólo entonces, decíamos, volvieron a escucharse los tambores de guerra.

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