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Álex Granizo es batería en dos conocidas bandas de la escena local y acaba de presentar sus primeros temas en solitario, pero hace meses que no pisa un escenario. Sobrevive dando clases de batería, con pegadas de carteles y haciendo algún que otro trabajo de ... topografía, «pero ya ni eso». «Estoy agobiado, me encuentro en un punto en el que no sé si saldrá algo de música o tengo que volver a buscar por otro lado». Pablo Quiadri toca la guitarra eléctrica, es un músico de base de los que amenizan en chiringuitos y en la esquina de la calle. Ahora no puede hacerlo ni en un sitio ni en otro de la capital. «Vivo de la caridad de los amigos», reconoce. De camarero ha trabajado José María Ochoa y como albañil su socio David Sarmiento mientras reactivan la Sala Trinchera. Y así, las historias de músicos, técnicos y responsables de salas obligados a «reinventarse» –la palabra más odiada– se suceden en Málaga.
La música en vivo se enfrenta a un panorama de absoluta incertidumbre e inestabilidad. A las restricciones propias del Covid que hacen inviable organizar eventos con aforos tan reducidos, se suma la falta de escenarios con un circuito de salas muy limitado –ninguna de tamaño medio en el centro– y con muchas exigencias para obtener una autorización para espectáculos en otro tipo de establecimientos. Una realidad que pone contra las cuerdas a una industria que solo en 2019, último año con datos, facturó 58 millones de euros en Andalucía, según la Asociación de Promotores Musicales.
Salas de conciertos
«Que nos dejen trabajar». José María Ochoa, socio de la Sala Trinchera, no pide otra cosa que poder abrir cumpliendo con todas las medidas de seguridad, garantizando la limitación de aforo y las distancias. Los espacios con licencia de salas de fiestas y espectáculos, los únicos que pueden ofrecer música en directo, están cerrados desde marzo de 2020. Pero en diciembre, la Sala Trinchera organizó a modo de prueba cuatro actuaciones controladas, con la colaboración del Ayuntamiento: solo 128 espectadores frente a los 600 habituales, con todo el público sentado en grupos de dos, tres y cuatro personas. Con ese mismo formato la sala de calle Parauta vuelve tímidamente a la actividad este fin de semana. El domingo se vivirá la extraña situación de ver desde la silla a la mítica banda de heavy metal Obús.
«Los espacios son seguros, pero nos hacen sentir en parte delincuentes. Vamos a trabajar intranquilos, sin saber si pasará una patrulla de policía y nos cerrará porque no sabe de nuestra colaboración anterior con el Ayuntamiento. Se nos estigmatiza y se nos relaciona directamente con el ocio nocturno, cuando somos parte del tejido cultural de la ciudad», demanda Ochoa.
javier ojeda, cantante
daniel rodríguez, grupo mundo
Muy cerca de allí, la Sala París 15 y la Eventualmusic siguen cerradas. «Solo nos queda aguantar lo máximo hasta que nos dejen abrir», dice Cruz Ramírez, responsable de la París 15. Asegura que su equipo está «fuerte moralmente», tirando hacia adelante con ayudas del Inaem y de la Junta, y negociando los pagos al mínimo. Pero decenas de trabajadores eventuales se han «buscado la vida» en este tiempo. Basta un dato: el último concierto antes de la pandemia empleó a 60 trabajadores (técnicos, camareros, seguridad...).
Ismael Béjar, de Eventualmusic, calcula que hasta 2022 no habrá conciertos en su sala. «Haces algo para no ganar nada... y perder mucho. Siempre hemos sido los malos de la película, y ahora más», lamenta Béjar.Hasta que no se puedan organizar actuaciones con plena normalidad, «no me atrevo». «Yo quiero hacer un concierto y que todo el mundo se lo pase bien con una cierta tranquilidad», añade.
Así las cosas, además de la Trinchera, si una banda de formato medio quiere dar un concierto ahora en la capital sus opciones pasan por la Cochera Cabaret en la Avenida de los Guindos (124 personas) y The Hall en Héroes de Sostoa (87 personas). Solo si ya es un grupo con renombre, puede encontrar hueco en el Cervantes, el Echegaray y el Teatro del Soho. «El sector está bajo mínimos. Yo he abierto a pérdidas, pero no queda más remedio que seguir y apostar por la cultura», asegura el responsable de The Hall, Jesús Vez.
Escenarios alternativos
«Si un músico quiere tocar ahora solo puede hacerlo en su casa... y bajito. No hay otro modo», sentencia Pedro López, presidente de Lafama, con 1.200 socios de diferentes artes. López intervendrá en el próximo pleno del Ayuntamiento de Málaga –al hilo de una moción conjunta presentada por PSOE y Adelante Málaga– para reclamar una flexibilización de los requisitos que ahora se exigen a los establecimientos para las actuaciones en vivo. «Solo falta pedir cabello de ángel o cuerno de unicornio. Si cada vez que alguien va a coger la guitarra tienen que reunir todo eso, aquí no se hace nada», lamenta. Alrededor de 140 socios son músicos callejeros que ahora tampoco tienen opciones de trabajar en la capital (solo les autorizan tres puntos y de poco tránsito). En el pleno, López lanzará una pregunta: «¿Creen ustedes que estos requisitos reactivan la cultura y la economía de muchas familias?».
En 2018, la Junta de Andalucía aprobó un decreto ley que relajaba las exigencias para la música en vivo. Según la concejala de Comercio, Elisa Pérez de Siles, la redacción era tan ambigua que se solicitó a la Junta –ya de otro signo político– mayor concreción para adaptarlo a la ordenanza municipal, algo que sucedió en diciembre de 2020. A partir de entonces, se entiende que los locales con licencia de música –que no son la mayoría– podrán realizar actividades eventuales con solo una declaración responsable porque se les supone unas condiciones específicas de insonorización. En cambio, los que no cuentan con esa licencia tendrán que tramitar hasta 16 documentos para ello.
Hasta ahora, muchos establecimientos se movían en la alegalidad y directamente «se la jugaban», dicen en el sector. Pero ahora, con la precariedad que vive la hostelería nadie quiere ni puede exponerse a una multa. La huelga de hambre del músico Mario Salazar a las puertas del Ayuntamiento tras ver canceladas dos actuaciones en restaurantes –que no habían pedido la autorización– ha dado visibilidad a esta realidad y, según Pérez de Siles, ha servido para que los hosteleros conozcan las vías para solicitar los permisos. Para López, la rigidez municipal lo hace imposible: «Muchos músicos han tenido que vender sus instrumentos para comer».
58 millones de euros era la facturación neta de la música en vivo en Andalucía en 2019, el último año del que hay datos de la Asociación de Promotores Musicales (APM).
23.133 conciertos de música clásica y popular se hicieron en Andalucía en 2019, último año disponible en la base de datos del Ministerio de Cultura y Deporte (CULTURABase).
Los músicos
«No se está haciendo música en vivo porque no se dan las condiciones de parte del Ayuntamiento para que pueda estar normalizada», se queja Pablo Quiadri, padre de un hijo y guitarrista profesional que durante años se ha ganado la vida tocando en distintos locales y en la calle. Se siente «desprotegido» por las administraciones, «atado de pies y manos» para actuar, en el momento en el que «más necesitamos este apoyo».
El Covid también se ha llevado por delante la feria de los pueblos y multitud de eventos culturales que daban trabajo a cientos de músicos de orquestas, el eslabón más débil de la cadena. «El problema es que los Ayuntamientos han dejado de programar y no han querido hacerlo ni con las medidas de seguridad adecuadas. Por precaución no puedes dejar a un sector totalmente olvidado», mantiene Jesús Martos, presidente de la Asociación de Representantes de Espectáculos de Andalucía (Area).
Javier Ojeda, líder de Danza Invisible, habla claro: «En este sentido, con Franco vivíamos mejor. Las condiciones laborales del músico eran muy superiores a las actuales. Anteriormente el dueño de la sala te contrataba y él asumía el riesgo. Ahora tú pagas por tocar, tú alquilas la sala y siempre el músico toma todos los riesgos». Los sueldos son «irrisorios» y el músico se ve «abocado a la ilegalidad, porque el dueño del espacio no tiene derecho a la música en vivo y lo hace de extranjis». Reclama «subvenciones y ayudas serias» para el colectivo, «no premios de consolación».
Las administraciones
Ayuntamiento y Diputación de Málaga destacan su apuesta por el artista local en sus contrataciones culturales como reacción a la inactividad de la pandemia. En los teatros municipales se puso en marcha el programa 'Málaga, Cultura reActiva' que primaba al talento local en la programación, el Consistorio ha organizado ciclos como Málaga Inquieta (con 50 artistas malagueños en la Malagueta el pasado verano), ha dado ayudas a la producción y se ha rebajado el precio de la Caja Blanca para fomentar los conciertos y las grabaciones. Desde Diputación indican que de los 470.000 euros invertidos de enero a agosto de este año en actividades musicales, el 80% ha ido a parar a artistas malagueños.
Desde la Junta de Andalucía, el pasado marzo se anunció una nueva línea de ayudas de 1,4 millones de euros para las artes escénicas y la música, dirigida a la distribución, producción y exhibición de espectáculos.
Trabajan a ciegas, sin ninguna certeza y con todas las incógnitas que rodean al Covid. Su trabajo les obliga a cerrar hoy eventos que tendrán lugar dentro de varios meses, cuando nadie es capaz de saber cómo se comportará el virus. Pero tras un año prácticamente en blanco, no pueden permitirse parar y la agenda de conciertos del verano empieza a tomar forma.
En la capital, Grupo Mundo crea el ciclo 101 SunFestival (que recupera el nombre del festival indie de 2014) con conciertos en el Auditorio Municipal para 1.500 personas sentadas, ampliable a 2.000 si las autoridades lo permiten. Las entradas se venden en pack de dos para garantizar un metro y medio de distancia entre parejas. Por su escenario pasarán Rozalén (4 de junio), Vanesa Martín (5 y 6 de junio), Sergio Dalma (26 de junio), Pastora Soler (24 de julio), Andrés Suárez (30 de julio), India Martínez (31 de julio), María Pelae (6 de agosto) y Zenet (8 de agosto), de momento. Tras el verano ya tienen confirmados a Bunbury (18 de septiembre) y Raphael (5 de noviembre).
«Hay que mantener un equilibrio entre el optimismo y el realismo, ser respetuoso con las medidas para que el público se vaya del concierto con la sensación de que no ha corrido ningún riesgo», señala Daniel Rodríguez de Grupo Mundo. Reconoce que no ha sido fácil convencer al artista de trabajar con esos aforos. «Pero ya vendrán tiempos mejores en los que se pueda hacer más negocio. Ahora mismo hay que ser prudentes», añade.
Fuera de la capital, dos municipios focalizan los conciertos:Fuengirola y Marbella. Marenostrum Fuengirola avanza una extensa programación con Mónica Naranjo (13 de agosto), Izal (26 de junio), Hombres G (16 de agosto) y Poveda (4 de septiembre), una importante apuesta por el público joven (Juancho Marqués, el 13 de junio; Recycled J., el 11 de julio), un espacio para el jazz (del 17 al 20 de junio) y otro para el indie, con Love of Lesbian al frente del Luna Sur (del 5 al 8 de agosto). El Marenostrum, que organiza el Ayuntamiento de Fuengirola, trabaja con distintos escenarios y formatos para garantizar que todos los espectáculos sean viables ante cualquier situación pandémica. Se moverán entre el Castillo Sohail y la loma (más amplio), con un aforo aún pendiente de concretar.
No hay que olvidar que el sector está a la espera de los resultados del concierto de Love of Lesbian en el Palau Sant Jordi para 5.000 personas sin distancia, pero con mascarilla y previo test de antígenos. Además, el fin del estado de alarma en mayo también podría variar las condiciones.
De momento, en Starlite Marbella trabajan con la perspectiva de un 65% del aforo. El regreso de Ella Baila Sola el 18 de junio abre la veda a más de 30 citas, con cabezas de cartel como Miguel Ríos (19 de junio), Maluma (16 de julio), Miguel Bosé (24 de julio), Simple Minds (31 de julio), Bonnie Tyler (14 de agosto) y Tom Jones (16 de agosto), entre otros.
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