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Se sigue refiriendo a ella como «mi orquesta» aunque haga prácticamente un año que dejó la titularidad. «Pero ya soy parte de la institución y mantengo ese cariño y lealtad hacia ella», señala Manuel Hernández-Silva. El director se reencuentra con la Filarmónica de Málaga ... en el Teatro Cervantes para resarcirse de ese concierto final que nunca pudo celebrar por culpa del coronavirus. Tuvo opciones de quedarse más tiempo al frente de la OFM, pero Hernández-Silva admite que su trabajo en Málaga ya estaba hecho. Sin un Auditorio que mejorara las condiciones acústicas ni la posibilidad de salir de gira, continuar hubiera sido «circular sobre lo mismo». «Un director debe saber llegar pero también saber marcharse», sentencia. Ahora regresa como batuta invitada el jueves 6 y viernes 7 de mayo con un repertorio consagrado al romanticismo musical: 'Genoveva' de Schumann y 'Concierto para violín y orquesta en re mayor' de Brahms.
–Esta es la despedida que el coronavirus impidió.
–Sí, efectivamente. Tenía muchas ganas de volver porque el final de esa etapa mía, que fue muy hermosa en mi vida artística, quería haberla hecho con público. Se hizo una grabación que quedó muy bonita, pero no es lo mismo.
–Será un reencuentro emotivo y extraño a la vez, detrás de las mascarillas...
–Va a ser con mucha emoción. En los últimos meses he recibido varios mensajes de distintos profesores de la orquesta muy cariñosos. Es bonito mantener una relación de afecto y de respeto mutuo, como lo fue durante el tiempo que estuve. Es bonito que se acuerden de uno, significa que el trabajo estaba bien hecho.
–Una vez que ha pasado el tiempo. ¿Qué espinita le queda de su paso por la OFM?
–Me hubiese gustado estar más tiempo en Málaga, tenía posibilidades de hacerlo, pero en unas condiciones acústicas más favorables. Dicho de otra manera, la espinita es no haber podido yo estrenar como director titular el Auditorio que la orquesta necesita. Me habría encantado también, al menos, despedirme con una nueva sede de la orquesta. Estoy seguro que si eso hubiera sido así, yo habría podido alargar mi estancia en Málaga. Espero y deseo que pronto eso sea una realidad.
–La sede parece que sí la inaugurará el nuevo director titular. Lo del Auditorio aún no se se sabe si alguien lo verá…
–Yo voy a cumplir pronto 59 años. ¡Espero verlo antes de morir!
–¿La acústica es el gran lastre de esta orquesta?
–Muchas veces nos olvidamos de que la Filarmónica es una gran orquesta para el gran repertorio, para hacer Mahler, Stravinsky, Shostakóvich. Y nosotros los artistas hemos estudiado para poder mostrar todo nuestro potencial. Imagínese un Stradivarius con una raja en la barriga del violín. Por muy Stradivarius que sea, no suena porque le ha sido truncada su posibilidad acústica. Eso es lo que pasa con nuestra orquesta. El Cervantes, que es un teatro precioso, no fue concebido para la música. Cuando Málaga tenga el Auditorio se va a completar la estructura cultural de la ciudad plenamente.
–Entonces, ¿se fue de Málaga porque sentía que sin un Auditorio ya había llegado a su límite con la orquesta?
–Absolutamente. Un director debe saber llegar pero también saber marcharse. Si yo hoy tengo una relación con la Filarmónica de Málaga como la que tengo, es porque supe irme en el momento adecuado. Hubiese podido alargar, me lo propusieron, pero yo no quería arriesgar esto. Marché de Málaga triste, pero era consciente de que mi trabajo ya estaba hecho. Continuar hubiera sido circular sobre lo mismo. Y para yo poder mostrar todo el potencial y mi imaginario sonoro para la OFM necesitaba otra acústica, o tener la perspectiva de poder mostrarla en otros auditorios con las giras. Me hubiese gustado salir más con mi orquesta, haber mostrado más nuestro trabajo conjunto dentro y fuera de España.
–Y, ¿por qué no se hizo? ¿Por dinero?
–Sí, posiblemente. Pero yo opino muy poco sobre esas cosas porque no sé de eso. Yo sé de música, de hacer programas.
–¿Y de qué se siente especialmente orgulloso?
–De la identidad sonora que conseguí con la orquesta. La mayor alegría que puede tener un director es cuando le felicitan por cómo suena su orquesta, no cuando le felicitan por cómo dirige, porque eso es vanidad. A mí me da una gran alegría cuando hasta muy hace poco alguien escuchó la grabación nuestra de la Primera Sinfonía de Mahler y me decía 'maestro, si no hubiera leído que era la Filarmónica de Málaga hubiera estado intentando adivinar cuál de las grandísimas orquestas era'.
–¿Cómo le han afectado a usted el coronavirus y las restricciones?
–Al igual que al resto de artistas, a mí se me han cancelado una cantidad ingente de conciertos en España, Latinoamérica, Europa y EE UU. A mí me pilló la pandemia allí, en mi debut con la Tucson Symphony Orchestra. Mi mujer y yo nos salvamos 24 horas de quedarnos encerrados en el país. La vuelta fue una locura, y en ese trayecto mi mujer cogió el Covid. Afortunadamente no tuvo mayores problemas.
–¿Cree que se está actuando de manera injusta con la cultura? Como ese metro y medio que hace dos semanas se 'recomendó' en Andalucía.
–Lo del metro y medio es una catetada. No hay un fundamento que lo avale. Eso acaba con la música y con la lírica, es un tiro al corazón absoluto. No existe ninguna base científica por la cual al ciudadano de a pie le puedan convencer de que sentarse en un avión diez horas se permite y no tiene ningún peligro, pero en el teatro hay que estar a metro y medio. Es una barbaridad.
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