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Cristina Pinto
Miércoles, 12 de julio 2023, 00:10
El micrófono apoyado en su pecho y la voz en el cielo. Esa fue la primera nota que Dianne Reeves entonó ayer en el Teatro Cervantes para hacer sólo una intro de lo que estaba por venir en su concierto, encargado de cerrar el ciclo ' ... Terral'. Y qué forma de cerrar esta temporada. La cantante estadounidense, reconocida como una de las grandes voces del jazz, hizo lo que quiso en su espectáculo sobre las tablas de este escenario malagueño. Apareció tras unos minutos con los músicos solos en el escenario: John Beasly al piano, con la guitarra Romero Lubambo, al contrabajo Reuben Rogers y las manos de Terreon Gully en la batería. Los cuatro ya demostraron complicidad en los primeros minutos del concierto, mientras el público del Cervantes esperaba que llegase la gran diva.
En cuanto pisó el escenario, sonrisa de oreja a oreja y una calidad vocal que demostró que sus cinco Grammys y títulos como ser la primera mujer con el Jazz Legends Award del festival de Monterrey no fueron ninguna casualidad. Dianne Reeves mantiene la forma vocal y domina la música hasta límites insospechados, algo que se pudo comprobar anoche en el Cervantes. Ella, casi todo el concierto cerca del piano, movía la mano recorriendo su cuerpo como si la música estuviese adentrándose en ella. Pero es que así fue, porque la cantante demostró un dominio vocal envidiable durante todo su concierto. Hasta para saludar lo hizo cantando: «Qué feliz estoy de estar con vosotros esta noche», confesaba entonando.
Hizo lo que quiso no sólo con su voz, sino con todo. Desde las improvisaciones varias hasta llegar incluso a quitarse los zapatos durante el aplauso del público tras la primera canción para sentarse en el taburete que tenía al lado de su mesa con dos copas, una taza y un ramo de flores. Y a los pocos segundos, mientras escuchaba a los cuatro músicos tocar, fue buscando los tacones blancos para ponérselos. Luego se los volvió a quitar en varias ocasiones más durante el concierto. Mientras el Cervantes aplaudía, ella sonreía.
Con su música, un jazz impecable acompañado con aires afrocubanos, bossa nova e incluso blues. Su control de la voz, constante durante todo el concierto, dejó impresionados a los que asistieron al concierto. Lo decían los aplausos tras cada actuación o en mitad de algunas de las canciones. También los continuos «guau» que se escuchaban entre el patio de butacas y plateas.
Cuando el concierto fue llegando al final, Reeves presentó a otra gran vocalista, la invitada de la noche: Song Yi Jeon. Ambas crearon magia juntas con una complicidad especial y una armonía que dejó boquiabierto al público. Al igual que su ratito sola, cuando los músicos salieron del escenario junto a Reeves y dejaron que Song Yi Jeon se apropiase del Cervantes y provocase un silencio que la admiraba.
Pero la diva del jazz volvió al escenario y antes de hacer un solo junto a la guitarra, bromeó al confesar que le gusta mucho España: «Estoy pensando en venirme aquí a vivir». Regresaron los músicos y todo indicaba que ahora sí que estaba cerca el final: cada frase que entonaba Reeves era un aplauso fuerte del público, que también cantó cuando ella se puso a jugar vocalmente y a incitarles a que le siguiesen y contestasen. Cuando se despidieron, el Cervantes en pie y Dianne Reeves con su móvil grabando entusiasmada la gran ovación que se llevó. Un agradecimiento que le hizo volver al escenario para seguir haciendo con su voz lo que quiso unos minutos más. Soltó el micrófono y acabó cantando al natural y acabar con un dulce «¡Good night!» e irse con la misma sonrisa que salió. Belleza vocal en su máximo esplendor.
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