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Depedro es el proyecto musical del madrileño Jairo Zavala. Inició su carrera en solitario en 2007 a raíz de que Vetusta Morla le invitara a tocar en vivo aquellas canciones que no encajaban en ninguno de los grupos en los que participaba en aquel momento. ... Desde entonces ha publicado ocho discos en los que ha colaborado con artistas como Coque Malla, Santiago Auserón, Luz Casal, Vetusta Morla e Izal. Este año ha publicado 'Un lugar perfecto', disco con el que ha comenzado una gira de teatros y salas que lo trae al Cervantes este domingo a las 19 horas dentro del ciclo Singulares.
–Supongo que te estará sabiendo a gloria el paso a las salas después de un verano de festivales, donde el público está más disperso, menos centrado…
–No he tenido ninguna experiencia negativa este verano, la verdad. Todo han sido abrazos y besos. Quizá es por la edad... (Risas). Pero es cierto que en salas y teatros estamos solos; la gente viene a vernos expresamente y además tenemos tiempo para hacer un repertorio más amplio. Llevamos nuestra escenografía, nuestras luces… Y a mí me gusta que todo esté cuidado, al servicio de las canciones.
–'Un lugar perfecto', el disco que vienes a presentar, supone una reivindicación del folclore latinoamericano, pero no has renunciado al pop ni a otros sonidos.
–No soy excluyente en mis discursos. Me gusta la música. Y el día tiene 24 horas. Quizá sea un homenaje al folclore latinoamericano, más que una reivindicación; son sonidos que me han inspirado desde pequeño y que me siguen llenando la maleta de curiosidad.
–Es un tipo de música que aprendiste en casa, ¿no? Tú mismo tienes raíces latinas...
–Sí, desde bebé. Mi padre era peruano, así que ya oía esa música en casa. También el folclore africano, porque mi familia vivía en Guinea cuando tenía quince años. Y yo oía pop y rock. O sea, no sabía qué género era qué, lo escuchaba todo a la vez. Nunca he tenido prejuicios.
–Tus abuelos fueron determinantes en tu formación musical, creo.
–Mi abuelo era cordobés, andaluz, y tenía siempre la guitarra en la mano. Le bastaba cualquier excusa para empezar a tocar. Y mi abuela cantaba muy bien. Quizá sean las personas más responsables de que yo me decantara por la música. Se sabían cientos de canciones, en la época en que no había grabadora y cada uno memorizaba parte de una canción hasta que se las aprendían del todo y las cantaban durante una semana entera. Eso era amor por la música.
–Cuéntanos más de tu experiencia africana.
–Hace un par de años se puso en contacto conmigo una ONG, Agua de coco, para proponerme ir a Madagascar. Dije que sí de cabeza, pero no sabía cómo de maravilloso, importante y transformador iba a ser el proyecto de José Luis Guirao, un granadino que fundó esta asociación dedicada a mejorar la calidad de vida de colectivos en exclusión social en diferentes países. También han trabajado en Ruanda, Camboya… En Madagascar había un coro con el que colaboramos y que luego nos trajimos a Europa a cantar. También rodamos un documental para poner en valor la labor que hacen. Y en ese camino conocí a Kilema, un músico extraordinario que fue nuestro anfitrión y que ha colaborado en el disco.
–¿Y qué aprendiste?
–Reafirmé el poder de la educación y de los valores humanos. Tenemos las cosas más importantes tan cerca que a veces no las vemos.
–Eso, en plena explosión de la inteligencia artificial, cuando todo va tan deprisa, parece casi subversivo.
–Bueno, es que hay muchos mundos dentro de éste. Vengo de Argentina ahora, de Santiago del Estero, una ciudad al norte donde el tiempo discurre de otra manera. El primer santaleño que me encontré me dijo: «Aquí somos más de tocar que de hablar». Y sacaron mate y empanadas y estuvimos horas y horas tocando y cantando. Y te das cuenta de repente de que nadie ha sacado el móvil. Hay muchas realidades posibles.
–¿Te molesta que graben los conciertos, como a Robe?
–No me molesta, pero sé que esa grabación no se corresponde con lo vivido, ¿sabes? Si la gente quiere perder su tiempo grabando en lugar de disfrutarlo, pues es libre. La grabación no registra los sonidos que te acarician el pecho, ni la gente con la que te cruzas, las miradas, el tiempo que has pasado preparándote para ir al concierto… Un concierto es una experiencia vital que el móvil no capta.
–¿Cómo gestionas la ansiedad? Porque he visto que tienes conciertos programados hasta bien entrado 2025...
–Pregúntale a mi familia, que es la que me aguanta. (Risas). Yo lo llevo bien. Intento hacer deporte, por ejemplo. Soy afortunado porque disfruto lo que hago. Tocar es un placer para mí. Y somos un equipo de doce personas que me cuidan y me hacen sentir importante. Es una maravilla.
–Porque Depedro es tu proyecto soñado: son tus canciones, con los músicos que has elegido…
–Sí, estoy en una nube. Ahora mismo estoy con un equipo en el que todos son mejores que yo, tanto los músicos como los ingenieros.
–Es importante rodearse de gente talentosa...
–Y buena, porque al margen de las capacidades profesionales que tengan luego tengo que poder tomarme un café con ellos. Es importante que el ambiente no sea tóxico, que sea algo sano.
–¿Ficharías a un músico excelente que fuera mala persona?
–Nunca. Porque un concierto dura una hora y pico, pero luego hay que hacer muchos viajes, compartir muchas horas… Es importante lo que tocas pero es mucho más importante con quién lo tocas.
–¿Y cómo ha ido la experiencia en América? Porque en muchos de estos países, supongo, habrás tenido la sensación de empezar de cero casi, ¿no?
–Soy un defensor de la posibilidad de los nuevos comienzos. En México algo más, pero he estado en países como Uruguay o Argentina, donde no soy nada conocido y han venido cien personas a verme, que ya para mí es un milagro que haya cien personas cantando mis canciones. Pero al margen de eso, América me da tanto que egoístamente tengo que volver para llenar la maleta de historias, de aromas, de sabores e inspiración.
–¿Y cuál es la diferencia entre tocar para miles de personas y para cien personas?
–Yo salgo igual al escenario, exactamente igual. Quizá cambia el contexto, pero yo me subo igual al escenario. Es que llevo 32 años en la música. Ha habido muchas veces que he tocado la primera canción dedicada al camarero y la segunda también porque no había nadie más. Me da un poco de vértigo empezar a hablar de todo esto porque me doy cuenta de que llevo muchos años. Pero creo que ahora disfruto muchísimo el momento porque he tenido la oportunidad de pasar por muchos sitios y subir muchos escalones, muy poquito a poco.
–Si el éxito te hubiera llegado a los veinte años ahora probablemente serías otro, ¿no?
–Bueno, para mí el éxito es vivir de la música. Lo otro es exposición pública o reconocimiento. Y sí, si con veinte años me pasara algo así probablemente me hubiera vuelto loco. No soy mejor que la gente a la que se le ha ido la cabeza. Como los futbolistas, ¿sabes?, que ahora los critican. ¡Si son unos críos!
–En el deporte de élite, por ejemplo, está muy extendida la atención psicológica, pero en el mundo del arte, en una industria como la música, en la que también es tan necesario...
–Bueno, mucha gente habla con profesionales, acude a terapia. Me parece imprescindible. Estamos expuestos a estímulos, a gestiones del incremento del ego, que ya por sí lo tenemos desmesurado… Igual que te tratas el estómago, pues el órgano más importante del cuerpo, que es el cerebro, hay que cuidarlo.
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