Raphael reaparece en Marbella y obra otro milagro en Starlite

Con todo, y de una manera también milagrosa, su recital abarcó cerca de 30 composiciones de todas las épocas con una banda de diez músicos y tres coristas. La novedad, si es que hiciera falta alguna, recayó en las canciones últimas de su disco 'Raphael 6.0' (2020), en el que interpreta temas popularizados por otros cantantes clásicos de la música popular, demostrando versatilidad y el don de hacer suyo todo lo que toca.

En Starlite, como en ningún otro sitio, la experiencia de asistir a un concierto de Raphael se asemeja a una peregrinación. No es sencillo acceder a este recinto ni abandonarlo, por más boato que se le otorgue a cada ocasión. Hay que llegar pronto, cuando el sol empieza a caer, dejar el coche donde se pueda, y acceder a capilla en autobús, como cuando se sube a una montaña de apariciones marianas. Los fieles con entrada (de 77 a 471 euros) se iban amoldando en sus asientos, conscientes de que apenas podrían levantarse después. Con una puntualidad marca de la casa (tres minutos antes del concierto, Raphael suele situarse al borde del escenario, esperando su salida como si fuera la primera vez), un bombo disparó el instrumental para comenzar por 'Ave Fénix', un arranque inusual pero muy bien traído por ese parón que ha obligado bajo decreto a don Rafael Martos a quedarse en su casa de una manera insólita durante varios meses. Continuó con la primera de las versiones que trufarían el concierto, en este caso con 'Vivir así es morir de amor', de Camilo Sesto, y luego, para seguir fuerte, tres temas de su experimento tecno 'Resinphónico' (2018), entre ellas, 'Digan lo que digan' y 'Mi gran noche'. Raphael, vestido de negro, con cinturón brillante y una chaqueta efímera, lo bailaba todo y modulaba los movimientos con un idéntico espíritu inmortal: es el mismo esqueleto, son los mismos gestos y, aunque parezca increíble a sus 78 años, es esa misma voz que te rasga el alma y que te hace creer en lo imposible.

Desgranar aquí detalles y contenidos de esta treintena de canciones resulta inviable. Hubo una tríada religiosa, de las versiones nuevas cayeron 'Frente a frente' de Jeanette, 'Se nos rompió el amor' de la Jurado o 'Me olvidé de vivir' de Julio Iglesias, esta última bien coreada en los distendidos palcos VIP donde se apreciaba mayor relajación en el uso de las mascarillas o en los vicios del derroche o del tabaco. Pero sigamos con el arte: pese a que el repertorio sacrificó alguno de sus números más míticos (el cante al vaso, el baile en silla de oficina, o enfrentamiento frente al espejo), Raphael se venía más arriba cuanto más solo estaba en el escenario, señal de que este artista no necesita accesorios para brillar ni para llenar las tablas. El público, con la dificultad añadida de cantar enmascarado y de bailar con las caderas pegadas al asiento, tardó en alcanzar el éxtasis, pero con Raphael el clímax siempre llega. Al cabo de una hora, Raphael ya estaba tocando el cielo con 'Estar enamorado', 'En carne viva' y ese final patentado con 'Qué sabe nadie', 'Yo soy aquel' (¡el Raphael de siempre!) o 'Escándalo'. Por último, después de 'Como yo te amo', los videntes no dejaban de aplaudir y corear su nombre, y la divinidad reapareció para dar las gracias de nuevo, ya con mascarilla, porque es humano. «Ya lo saben, donde soy feliz es en el escenario».