No hay artista que le cante tan honestamente a la vida como Rosario Flores lo hace. Además, desde el corazón y sus esquinas más recónditas y profundas; por necesidad, por convicción y por herencia. Y ante tal poderío y actitud, qué menos que aparcar ... la idea de banda más habitual o normalizada y desplegar un séquito de músicos que van en consonancia con el espectáculo.
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Con las primeras luces de los focos redirigiendo la vista al escenario,diez artistas se colocaron al filo de este para presentarse: con sombreros y plumas, medias altas y faldas, chalecos, tacones de baile y fajines ajustados; señores y señoras, el espectáculo está servido. Al poco tiempo, como un portento y de forma inesperada, la protagonista de la velada sale entre aplausos desde el centro del escenario en sombra, alumbrada por la espalda por focos anaranjados. Sin duda, una entrada de espectáculo, lo que confirmaríamos en pocos segundos cuando la melodía de su sencillo más reciente y sonado, 'Te lo digo todo y no te digo na', empieza a escucharse como agua clara. Dos bailaores se colocan elegantemente a su lado y comienzan a taconear al son del tema que forma parte de su último trabajo lanzado el pasado abril (y con el mismo nombre del single, por cierto).
No le costó mucho ganarse a los que fueron a apreciar su arte al Auditorio Municipal, y su encanto natural lo confirma: «Os voy a cantar lo que gusta y vamos a echar un buen rato. La música tiene que seguir, así que gracias por estar aquí conmigo», reconoció con la mano en el corazón y el fervoroso aplauso como compañía y aceptación.
Entre el público, compuesto en su mayoría por familias y pequeños grupos de amigos, Ángel, de tan sólo nueve años, se quedaba absorto viendo a su artista favorita, moviendo las manos en alto al ritmo de la música y sin apartar la vista del torbellino Flores. En videollamada, una chica entre la explanada llamaba a otra mientras la de la pantalla se secaba las lágrimas al escuchar uno de los temas del comienzo: la magia de la música no conoce límites y mucho menos entiende de distancia o edad.
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Lo demostró la artista con su potente voz y los melodiosos e impresionantes coros que la acompañaban: «Voy a llamar a mi padre, 'El Pescaílla'», comentó con una sonrisa abierta al público para comenzar a cantar 'Al son del tambor', tema emblema, pegadizo y que nos acompaña desde ese 'Muchas Flores', lanzado en 2001. Levantarse del asiento como el cohete que despega de la estación espacial fue inevitable para bailar con ella y sus característicos movimientos de piernas y rodillas: saben a cuál nos referimos. Las señoras de las últimas filas en la explanada también se sumaron a su fiesta, pasándose los pañuelos por el cuello mientras daban vueltas sobre sí mismas 'al son del tambor, bailando esta rumba'. «¡Qué se le dice a la Rosarillo! ¡Guapa, guapa y guapa!», sonó de forma espontánea entre el público para agradecerle a la artista tantos momentos maravillosos con su música como banda sonora.
Poco después llegó un momento para soltar una lágrima al viento: «Os voy a cantar la primera canción que yo escribí solita, que no pensaba que fuera capaz de hacerlo... Y creo que la gente me recordará por ella. Sé que arañé los corazones, que es lo que a mí me gusta. La magia existe, porque esta canción me la mandaron desde el cielo, el ángel más bonito que tengo, con dos ojos negros maravillosos», se sinceró para cantar '¡Qué bonito!', otro tema de los que calan y se convierten en referencia en una carrera tan prolífica.
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Mientras la artista se retiraba momentáneamente del escenario para hacer un cambio de vestuario (esplendoroso y brillante, todo hay que decirlo), sus dos bailaores tomaron el control de la situación: uno de ellos taconeaba al ritmo del cajón del otro, después, lo hicieron al revés, con un control y una maestría en los movimientos asombrosa.
El tono más rockero de la noche apareció por sorpresa con 'Estoy aquí', un tema de 1994 que sigue calando en el subconsciente de los presentes: se sabían la letra tan bien como la protagonista, cantándola con ella mientras ésta se dirigía de un lado a otro del escenario para abarcar todo el recinto a su manera.
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De nuevo, y como acostumbró desde el inicio del show, intentaba intercalar uno de los temas más movidos con otro más sentimental: dosis justa de euforia y emoción al mismo tiempo. «Para estos tiempos que estamos viviendo qué mejor que un poco de música que nos arregle los problemas, que nos hace bien al alma. Que la vida es otra cosa y que ya nos hemos dado cuenta. No queremos perder la luz ni la sonrisa de los niños», se aventuraba para presentar 'Que la vida es otra cosa'.
Otro cambio de vestuario trajo una conversación entre los bailaores y la artista: «Rosario, ¿quién era tu madre? ¿Y tu abuela?», le preguntaban para introducir 'Los tangos de mi abuela», otro de los temas para despegarse del asiento y saltar con la pequeña de los Flores. Una despedida no lo es del todo sin una interpretación sobrecogedora y emocionante, así que como viento fresco llegó el turno de de 'No dudaría', de su hermano Antonio, un presente con envoltorio de melancolía para culminar una Feria atípica, pero abrumadora.
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