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Le llaman el 'anti-músico' porque no cumple con los estereotipos de la profesión. Es un tipo muy formal: la entrevista es a las 10.00 horas, pero él lleva desde las 8.30 horas en su estudio para adelantar el trabajo del día. Nos ... recibe en su local de ensayo en Ummagumma, una habitación pequeña pero perfectamente ordenada y cuidada. El aspirador que esconde tras la puerta es la prueba. Huye de los excesos y no busca el protagonismo. «Nunca he llevado bien las poses». Sabe que su lugar está detrás, a la sombra del artista. «Esto es un oficio», insiste en varios momentos de la charla. Una actitud que bien explica su éxito.
El batería malagueño Coki Giménez (Eduardo Giménez Citoler en su DNI) se afianza en la primera línea del pop rock español. Hace unas semanas estaba tocando con Pablo López, acaba de grabar para Miss Caffeina y el próximo año saldrá a la carretera con Fito & Fitipaldis. Su batería es la que marca el ritmo en el último disco del roquero 'Cada vez cadáver', el álbum que hoy encabeza las listas de ventas del país.
20 años «dando vueltas por ahí» lleva Coki Giménez como músico profesional, aunque empezó a tocar la batería de forma autodidacta hace 30 con solo 14 años.
Lo conoció a través de M Clan: Carlos Tarque y Ricardo Ruipérez fueron el «germen» de mucho de lo que ha venido después. Trabajó durante años con ellos en discos tan potentes como 'Para no ver el final' y giró por España y Latinoamérica con conciertos multitudinarios. Ahí entró en contacto con Carlos Raya, probablemente el guitarrista y productor español más prolífico de la escena musical. Hace tiempo grabó una versión con Fito y tuvieron una «conexión preciosa». Años después, tras la marcha de su batería Daniel Griffin, le llamó. «Estaba en la puerta de la biblioteca de Fuengirola con mi hija pequeña y me puse a llorar de la emoción», confiesa. Dejó la gira en la que estaba con Dani Martín –«lo entendió perfectamente, es un amor»– y se sumó al equipo de 'Cada vez cadáver'. La pandemia frenó su lanzamiento pero con el disco ya en la calle (y triunfando), la banda anuncia gira a partir de marzo de 2022.
Es la punta del iceberg de una carrera que empezó a gestarse hace 30 años, cuando él tenía 14 y le regalaron su primera batería. En casa gustaba la música, pero como mera afición. Sobre todo a su madre («le flipaba»), a la que ahora lleva tatuada en el brazo con la palabra 'Tati', el apelativo cariñoso que le pusieron sus hijas. Preocupados por el futuro, sus padres le animaron a estudiar y Coki Giménez se licenció en Biología Marina. Al poco de acabar le ofrecieron trabajo en una empresa pública de gestión medioambiental de la Junta de Andalucía. Pero Coki Giménez ya había probado la adrenalina de los directos con Danza Invisible, la primera banda que le dio una oportunidad, y renunció al puesto el mismo día que tenía que incorporarse.
De la banda liderada por Javier Ojeda pasaría a Chambao con su gran amigo Roberto Cantero. El salto nacional llegaría con Amaral, con una «gira a lo bestia» por toda la geografía, y poco después con M Clan. Es un currante de la música, un batería 'freelance' que ha trabajado para infinidad de artistas de todos los géneros. Desde Pablo Alborán, Leiva, Dani Martín, El Rulo y Contrabanda y Miss Caffeina, hasta melodías de música cubana o flamenco. Cuando se le presenta un reto, él lo tiene claro: «Me lanzo y ya me partiré la cara como sea para sacarlo adelante».
El último desafío se lo planteó la pandemia. En dos meses no pudo pisar el local de ensayo. «No me ha pasado en 30 años, nunca he estado tanto tiempo sin tocar, porque te encuentras mal. Es una necesidad vital». Durante ese tiempo tiró de ahorros y, cuando parecía que la situación no iba a remontar, empezó a buscar trabajo en otros sectores. «¡Hasta de piloto de drones!», admite. Pero entonces alguien le hizo una pregunta: «¿Tú puedes grabar desde tu estudio?». Y dijo que sí. Invirtió en un equipo y empezó a enviar pistas de batería desde Málaga para diferentes proyectos. «A nivel mental te tranquiliza, porque sabes que tienes una puerta abierta para seguir trabajando». Los estudios de grabación, defiende, «son irremplazables», pero esta forma de trabajar ha llegado para quedarse.
Es músico y, por tanto, un profesional nómada, pero Fuengirola es el lugar al que siempre vuelve. Allí están su mujer y sus dos hijas, Marina y Lucía. «Y soy muy familiar. Tuve hijos para criarlos y estar con ellos. Cuando estoy en casa, estoy a muerte», asegura. Sus hijas conocen a Fito, a Dani Martín, incluso coincidieron una vez con Camilo cuando aún no había dado el pelotazo. Y lo viven con normalidad. «Siempre se lo digo: 'Papá no le arregla el corazón a las personas, los realmente importantes son otros'». Sí les inculca el amor a la música, «lo más guay del mundo», «un oficio maravilloso». «Es una pena cuando ves a chavales perdidos delante de la consola. ¡Métete en una banda!», exclama.
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