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Jueves, 13 de septiembre 2018, 00:47
«Comer chanquetes con los pies hundidos en la arena o ducharnos en la playa eran placeres muy exóticos para una familia danesa afincada en Madrid». No resulta complicado imaginar a los Rosenvinge Hepworth en uno de los chiringuitos de Málaga, allá a ... finales de los setenta y principios de los años ochenta. Alojados en un apartamento del Don Carlos, la familia pasaba los veranos en la Costa del Sol como unos guiris más, con sus calcetines blancos y sus chanclas, pero aquellos rubios no eran unos turistas más. Christina, la pequeña de la saga, una niña pálida y canija que llegaba exhausta a Málaga tras vomitar más de una vez entre las curvas del entonces intratable Despeñaperros, aquella joven delicada en las formas y tozuda en sus convicciones acabaría convirtiéndose en una de las compositoras más importantes de la historia del pop español.
«Yo tuve la suerte inmensa de estar poco controlada por mis padres y de poder campar a mis anchas desde muy pequeña, pero eso no es lo normal. Lo habitual es que las adolescentes no disfruten de tanta libertad como los chicos a la hora de hacer cosas sospechosas. La presión social por hacer 'lo que conviene' es mucho mayor sobre las chicas que sobre los chicos».
Le pido por whatsapp a Christina que me cuente qué imagen retiene de su padre en aquellos días de baños en el mar de Alborán. La aplicación me sopla que escribe y deja de escribir, escribe y borra, y, finalmente, el mensaje escueto: «leyendo y dando paseos por la orilla después de una siesta de sangría». Como un turista más. Pero nada que ver. Aquel hombre no leía lo que suele leerse sobre la arena. Aquella familia danesa era rara de narices. Y es que su padre, hijo de una familia de alcurnia, rechazó una vida llena de comodidades después de recorrer Andalucía con su mujer en un viaje de novios decisivo, como los de antes, para entender a la vuelta que ya ambos pertenecían a este lugar del mundo. Obsesionado con el flamenco y con Lorca, llegando a memorizar de principio a fin el romancero gitano (no sé cuántos daneses o no daneses lo han conseguido después de él), deciden instalarse definitivamente en España. Y no volver. Para cuando Christina nace ya solo se habla español en casa. Y la niña crece. Y la poesía empieza a galoparle por dentro. Poco después coge una guitarra. Y ese pulso familiar que se mantuvo desde su juventud se vio finalmente finiquitado en esa canción dedicada a la memoria de su padre, con quien tuvo la relación difícil que narra la letra, por fin sanada en la canción: «te respeto en la renuncia a tu cuna de cristal (...) Cómo no voy a entenderte, padre, si es mi misma soledad», canta.
Algunas décadas después de aquellos años, superado ya Despeñaperros gracias a las bondades del AVE, Rosenvinge ha intensificado su relación con la ciudad y con la provincia malagueña. No le quedó otra que cambiar los chanquetes por los espetos, y siguió escribiendo y componiendo con el mar en mente o cerca del mediterráneo: la idea de la canción 'Alguien tendrá la culpa', por ejemplo, que trata sobre la corrupción y la falta de responsabilidades de los políticos y de los humanos en general, surgió contemplando las barbaridades urbanísticas desde un Portillo que recorría la costa.
En los últimos años ha pasado por distintos formatos y escenarios de Málaga: desde recuperar en el año 2011 su eterno éxito '¡Chas! y aparezco a tu lado', después de pasar veintiún años sin cantarla (puede verse el vídeo del momento capturado por un fan en YouTube), a hacer un recorrido por la obra de Louise Bourgeois en el Picasso para acabar esa misma tarde en el auditorio del museo en lo que dicen que fue un concierto épico, con proyecciones de la artista francesa al fondo; o la última vez que pasó por aquí, hace apenas un mes, para ofrecer en los cursos de verano de la universidad una conferencia en torno a la técnica de escribir verso cantado, que la revista 'Rockdelux' calificó como «clase magistral».
Pero ahora llega con nueva artillería y con una banda contundente detrás. Asegura que lo que presentará este sábado a las 20.00 horas en el Teatro Cervantes será distinto a lo que está ofreciendo en esta gira de su último álbum, 'Un hombre rubio', quizá su trabajo más accesible de los últimos años, accesible como lo eran Violeta Parra o David Bowie (al que lloró desconsolada y torrencialmente aquel día de enero) y en el que ha invertido los géneros para incidir en la idea de que la sexualidad es transversal: «Mi yo interior no tiene género. Lo tengo clarísimo. Mi identidad más profunda no es ni hombre ni mujer», declara, y vestida con traje, chaleco negro y camisa blanca, ha recorrido buena parte de España, ha pasado por Estados Unidos y pronto recalará en Latinoamérica: «El fin de toda esta idea del cambio de género es que los hombres se sientan representados íntimamente en el pensamiento de una mujer, porque lo cierto es que en la práctica nunca ocurre. Es muy extraño que un hombre cite como referencia fundamental en su vida a una mujer, sin contar con su madre, claro. Justo por eso, he pretendido hacer un disco donde un hombre escuche las letras desde la voz de una mujer y se vea reflejado».
sus veraneos en la costa del sol
'un hombre rubio'
experiencia
En el Cervantes pasarán cosas que sólo ocurrirán en el Cervantes: «Para este concierto habrá alguna que otra sorpresa y tendré la suerte de contar como invitadas con dos grandes amigas con las que me une, aparte de la amistad, una gran afinidad musical, Miren Iza (Tulsa) y Ana Molina Hita. A la segunda la conocí precisamente en Ojén, cuando tocaba con su banda Hola a Todo el Mundo. Es profesora de música además y productora de Milagros, un proyecto musical que ha crecido junto a sus alumnas más inquietas. Tulsa ha publicado este 2018 uno de los discos del año, 'Centauros'. Estoy feliz de poder tenerlas a mi lado en Málaga». También en Ojén nos conocimos, en unas aulas de primaria que funcionaban como camerinos. Me preguntó si era músico, y yo, que tenía en bucle su disco 'La joven Dolores', a cuya autora solo podía considerar poeta de una vez, preferí balbucearle un «eso mismo».
A estas alturas del verano, justo hace una década, Christina Rosenvinge estaba a punto de publicar 'Tu labio superior', disco que supondría su vuelta al castellano después de una trilogía de trabajos en inglés producidos durante los años vividos en Nueva York, y mucho después de haber reventado el mercado con sus proyectos iniciales, Alex y Christina y Christina y los Subterráneos. A pesar de llevar toda una vida dedicada a la música (comenzó como preadolescente con los grupos Ella y los neumáticos y Magia Blanca), y a diferencia de casi todos sus colegas de generación, a Christina no se le exigen sus hits en los conciertos, sino que siempre se celebra lo nuevo y se espera lo siguiente, lo que nos falta. «Nunca he tenido la sensación de desgaste o de haber dicho ya lo fundamental. Cuanto más profundo logro escavar más oro encuentro, y tengo la sensación de que acabo de empezar con la pala. No siento agotamiento, sino energía que se renueva con cada nuevo hallazgo. Las canciones que estoy haciendo ahora no podía haberlas hecho con veinte años. Me faltaba puntería», admite.
la música
educación
renovación
Me avisa de que ha salido ya de una reunión con su editor y la vuelvo a llamar. La noto muy ilusionada con este proyecto. Le pregunto si es feliz. Duda. Responde que en momentos puntuales sí que lo es. Y vuelve a lo suyo: «La música es una vocación muy fuerte y hacer música provoca felicidad. Más allá de todas las dificultades que suelen rodear a este oficio, es el ejercicio más gratificante emocionalmente hablando. La parte de hacer música está conectada a un placer físico, que tiene que ver con la parte animal, y es la parte más adictiva». Y es en esa parte en la que su público mejor la reconoce, pegándole mamporros al piano, retorciéndose por el suelo o cantando con la fragilidad de quien sabe conquistar el fuego.
Hubiera sido oportuno empezar diciendo que la próxima primavera verá la luz una antología de su obra y, por ende, de su vida, que publicará la editorial Random House. Un libro que será en parte memorias, en parte diarios y de alguna manera relación epistolar a modo de canciones con su universo y su verdad, una manera de, como canta en su último disco, «ir bailando hacia atrás / tropezando una vez y otra vez / en la piedra angular». Un crítico literario se quejaba de que España había llegado a la posmodernidad sin haber pasado por la modernidad: y la modernidad, en parte, fue Rosenvinge. Y por ahí sigue.
La vida de esta compositora es la de alguien que sabe que la vida no basta, y hace música. La de alguien que ha trabajado sin miedo con la palabra y el acorde inverosímil, porque sabe que el miedo solo aparece cuando asoma la desgracia, y ya ha mostrado poderes suficientes para darle [a la desgracia] un sentido, pero nunca un espacio. Pasa los días en su piso del centro de Madrid, rodeada de libros, instrumentos, trastos de sus hijos y macetas que nunca le florecen como espera, haciendo ventajas de los inconvenientes, y saltándose todos los peajes de la vida a base de discos, transcendiéndose a partir de letras que acaban por tranquilizar al oyente, haciéndole entender que la vida, después de todo, merece la pena: «Hay músicos que son puramente instrumentistas o intérpretes. En mi caso dedico muchas horas del día a la lectura o la investigación en temas que me interesan y que labran el discurso que sujeta la música que hago». Y ese discurso se ha visto necesariamente centrado en el feminismo, sobre el que apunta que «el pilar fundamental ahora mismo es la educación y es ahí donde hay que invertir. Desde las escuelas habría que proporcionar una educación que muchos jóvenes no reciben en sus casas. Se repite aquello de que la educación viene de casa, pero si en casa se repiten conductas machistas, como suele pasar, entonces esa educación no sirve, y los programas educativos ocupan un espacio capital».
En los últimos años la prensa que intenta abordarla se ha dividido en dos bandos: los que se preguntan por su pacto con el diablo y los que ponen adjetivos a su pacto con lo sublime. Pero ella parece estar siempre en otra órbita, caminando hacia la condición lateral, y convive entre el extremo artístico y la vida sencilla. Estos últimos días, el Ayuntamiento de Madrid le pedía un verso para un paso de cebra cerca de la plaza Mayor, muy cerca de donde vive. Para una activista de la bici como ella, un paso de cebra es francamente más. El verso no lo tiene claro. Quizás estos de una canción suya titulada 'Debut' sirvan como ejemplo de los que la explicarán hasta el final, que para ella seguirá pareciendo eso, un simple debut: «De pequeña hice ballet y aún ahora sé / un par de piruetas, y me puedo equilibrar / sobre el pulgar, es mi arma secreta». Y lo volverá a clavar el próximo sábado en las tablas del Cervantes. Es su arma secreta, ya universal.
Alejandro Simón
Al poeta y escritor malagueño (Estepona, 1983), ganador del Premio Arcipreste de Hita por el poemario 'La fuerza viva', le une una larga relación personal y profesional con Christina Rosenvinge. Juntos giraron por escenarios de todo el país con el proyecto 'Antagonista', que intercalaba música y poesía.
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