Henry Purcell hizo los honores. Su conmovedora 'Música para el funeral de la reina Mary' sacó de un largo letargo de cinco meses al Teatro Cervantes. Y esas trompetas sonaron este lunes más solemnes que de costumbre «por todo el mundo que no está ... aquí con nosotros». Las emotivas palabras del maestro Pablo Heras-Casado dedicadas a las víctimas del coronavirus provocaron el aplauso del público, el primero que se escuchaba en este auditorio desde el estado de alarma. Después vendrían muchos más. El espacio escénico malagueño salió del confinamiento con la actuación de la European Union Youth Orchestra, 44 músicos españoles miembros del proyecto musical europeo a los que dirigía un enérgico Heras-Casado.
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Había ganas de sentarse en las butacas. «Echo de menos estar en el teatro, necesito cultura», decía Siobhan Maciejewski a las puertas del Cervantes minutos antes del recital. Pero era evidente que el de este lunes era un regreso con cautela, con el teatro extremando las medidas de seguridad y un público receloso aún de entrar en recintos cerrados. Solo se ocupó el 25% del aforo (unas 250 personas) cuando la ley permite hasta el 65%. «Hay miedo, yo lo tengo, pero procuro ir a sitios con garantías», reconocía Milagros Mallada, «asombrada» de que quedaran tantas localidades disponibles. Susi Albert no tenía temor, pero «sí incertidumbre» sobre cómo se adaptaría el auditorio.
El concierto fue la primera toma de contacto con la 'nueva normalidad' de un teatro que desde este viernes será sede del 23 Festival de Málaga, el primer gran evento cultural que se celebrará en la ciudad en tiempos de pandemia. El Cervantes quiere erigirse en símbolo de la cultura segura y el primer cambio que ha implantado está en su misma fachada, donde ha abierto una taquilla hacia la calle para evitar que el público tenga que acceder al hall para comprar entradas o recoger invitaciones. No es la única obra a la que se ha sometido el coliseo malagueño: también se han modernizado todos los aseos, que no se reformaban desde la rehabilitación del Cervantes en 1987.
Al cruzar la puerta, el personal del teatro tomaba la temperatura e invitaba a que se usara el gel hidroalcohólico disponible en los accesos. La sala, donde la mascarilla es obligatoria durante toda la estancia, se abrió desde una hora antes de la función para que el público entrara de forma escalonada y tomara asiento cuanto antes.
Una vez dentro se pedía no abandonar la localidad si no era necesario y dejar libres pasillos y vestíbulo, lugares habituales de corrillos. Con el ambigú cerrado, se permitía la entrada de agua embotellada propia. Y «en caso de fuerte acceso de tos o estornudos, abandone la sala hasta su recuperación», indicaba la lista de 'Recomendaciones y normas de obligado cumplimiento' que el teatro recordó con un vídeo explicativo antes del concierto.
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El habitual programa de mano –retirado también por motivos de seguridad– se reemplazó por la introducción que hizo un músico de la orquesta detallando cada pieza del programa. Una explicación que después amplió el director granadino, que mostró su «inmensa alegría» por volver a subirse a un escenario. «Es la primera vez que podemos hacer esto que da sentido a nuestras vidas», declaró. Reconoció que organizar un acto cultural es hoy es «un éxito y una pequeña victoria». «En estos tiempos no es fácil, tenemos que reivindicar lo que hacemos y hacerlo posible«, sentenció.
En un gesto poco frecuente en los conciertos de música clásica, Heras-Casado se dirigió al público para argumentar el porqué del programa de anoche, donde todo estaba pensado «para esta ocasión, esta circunstancia y este sitio». Por eso tras la marcha fúnebre sonó la partitura de Aaron Copland 'Fanfarria para el hombre común', para el hombre «sencillo, de la calle y anónimo» que también ha sido protagonista en esta crisis sanitaria. Continuó con las 'Suites nº 1 y 2 para pequeña orquesta' de Igor Stravinsky, «el Picasso de la música». Y se despidió con la 'Sinfonía nº5' de Beethoven, la llamada sinfonía del destino que evoluciona «de la fatalidad al triunfo».
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Un repertorio ejecutado con precisión por los jóvenes músicos, con Heras-Casado marcando los tiempos con contundencia y con un pasodoble final que despidió la noche con alegría. Porque hay motivos para la esperanza. El Cervantes ha vuelto.
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